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El viento de cola del acuerdo de la deuda duró poco; el mercado percibe las inconsistencias macroeconómicas y empieza a presionar sobre el dólar

El acuerdo de la deuda evitó un mal grave. Redujo los compromisos del país en US$ 42.500 millones durante los próximos cuatro años. Sin pagos por hacer en ese plazo, no seremos capaces de hacer lo que mejor hacemos: entrar en un nuevo default.

Si el Gobierno contaba con que el acuerdo trajera un veranito en los mercados financieros, ese veranito fue más efímero que el que pretende imponer el Ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires, para quien, está visto, la Tierra ha cesado en su traslación.

Las acciones devolvieron gran parte de las ganancias que produjo el acuerdo. Para el peso, el alivio fue aún más corto. Al cierre del viernes, el dólar blue (el paralelo ilegal) ya había vuelto arriba de $130, y el contado con liquidación (el paralelo legal) se acercaba a ese valor.

En lo que va de 2020, el Banco Central emitió decenas de regulaciones tendientes a restringir el acceso al dólar. Restricciones y castigos que bajaron la cotización de manera temporaria - hasta que el mercado le encontró la vuelta al asunto.

La restricción externa persigue a nuestro país desde hace un siglo. Cambios en los términos del intercambio o en las tasas de interés globales, que provocan alteraciones en los flujos internacionales de capital, han sido factores exógenos que históricamente determinaron el acceso argentino al ahorro externo. Pero a estos factores, sobre los cuales Argentina no puede incidir, se sumaron muchísimos factores endógenos: alta inflación, tasas de interés reales negativas, presión tributaria que erosiona cualquier competitividad y mucha intervención estatal que desincentiva la inversión productiva. Factores que se conjugan para hacer que la ilusión de que los argentinos ahorren en pesos no encuentre correlato en la realidad.

El BCRA está perdiendo reservas a pesar de la ostensible mejora en la balanza comercial, la inexistencia de viajes al exterior y la desaparición de los pagos de la deuda. ¿Será que el pago de las importaciones se está adelantando y el cobro de las exportaciones se está difiriendo? En parte, eso puede explicar esta aparente dicotomía. Pero más todavía lo explica la compra minorista de dólares.

Sabemos que unos 4 millones de personas compraron el dólar solidario en julio, pagando $100 por billete. Sólo eso explica casi US$700 millones de caída en las reservas. No sólo los especuladores apuestan al dólar. La lección del cepo está aprendida: cobrado el sueldo, comprar dólar solidario a $100 y venderlo en el blue a $130 genera un milagroso sobresueldo. Populismo en estado puro, a costa de las reservas. El tictac del reloj que marca el agotamiento de un sistema es cada día más atronador.

Las señales de presión en el mercado de cambios se multiplican. Hay presión en el mercado de futuros, con tasas implícitas muy superiores a las tasas de los plazos fijos. Y hay un flujo récord de dinero hacia los fondos de inversión conocidos como de dólar-linked, cuyo retorno está atado al tipo de cambio oficial. Ya manejan más dólares que a fin de 2015, cuando la devaluación estaba cantada. Sólo quien no tiene otra salida ahorra en pesos y el que lo hace lo hace en bonos que ajustan por inflación.

El mercado asigna a una devaluación más probabilidad que las que perciben el Gobierno y el BCRA. Y razones no le faltan: estamos a la buena de Dios en materia de plan. El acuerdo de la deuda fue un bálsamo de un día, necesario para evitar un mal mayor, pero insuficiente para garantizar cualquier tipo de consistencia macroeconómica.

El velo de la cuarentena no alcanza para que la gente ignore las señales que manda la economía. Los cierres de empresas son reales. Los despidos también. En esta economía encogida, ¿adónde irá a parar la montaña de pesos sin respaldo que se emite para financiar los “programas de ayuda” del Gobierno? ¿A precios, al dólar, a ambos?

Crecientes controles y congelamientos son una olla a presión a la que le queda poco tiempo para explotar. Es posible que agosto sea el último mes para comprar esos benditos US$200. Y que haya otras medidas para evitar la sangría. Que no hay un plan consistente es la expresión culposa de una política que sólo piensa en las elecciones de 2021 y ruega para que la olla no estalle antes.

Gracias a los bonistas, conseguimos un acuerdo de deuda que era imprescindible para pensar que Argentina tiene futuro. Es posible que gracias al mercado, finalmente tengamos un plan (por las malas) que el Gobierno no quiere, o no sabe, hacer.

Hace muchos años, en un seminario en Buenos Aires, el Premio Nobel de Economía Franco Modigliani dijo que tratar de resolver una inflación superior al 100% con política monetaria era como tratar de frenar un auto que viene a 150 kilómetros por hora agarrándolo por la antena. Algo parecido cabría decir para la intención de frenar al dólar con política monetaria y decretos.
Fuente: El Entre Ríos

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