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La feroz devaluación del peso en lo que va del año y que lo depositara brevemente a las puertas de los 30 solo días atrás, no es sino la ineludible consecuencia de la falta de dólares. Es que en Argentina hace mucho que no abundan los dólares, aun cuando en el primer tramo del gobierno de Macri parecían haberse convertido en materia abundante.

Claramente no ayuda que los argentinos sigamos sin creer en nuestra moneda y que los que pueden ahorrar lo hagan en dólares, con buena parte de ese ahorro yendo a parar al colchón o abandonando el país. Tampoco el hecho de que si no los ahorramos, lo que hacemos es gastárnoslos en viajes, preferentemente en el exterior, mucho más cuando el dólar está barato como fue el caso todo este último tiempo.

Con el dólar por el piso, el peso caro, un déficit del sector público galopante, y con un público argentino ansioso de hacerse de cuanto dólar llegara a nuestro país, los inversores de exterior se cansaron y decidieron tomarse las de Villadiego. Si quieren dólares se los generan ustedes, parece haber sido el mensaje.

Así es como estamos hoy entonces. Casi sin financiamiento externo y ante la necesidad de conseguir los muchos dólares que nuestro país necesita para funcionar, pagar importaciones y atender obligaciones financieras. Y esos dólares se deben conseguir de manera recurrente y no esporádica. El financiamiento del FMI podrá servirnos para atender la coyuntura, pero de ninguna manera nos sacará del brete del largo plazo.

Lo que nos lleva a reflexionar sobre cuán efectiva es nuestra casi única forma de conseguir dólares, esto es exportar, o sea vender exitosa y reiteradamente parte de nuestra producción fuera de Argentina. Es que ese es el camino, aunque la verdad cruda es que no parece que lo estemos recorriendo de la mejor manera. Argentina exportó en el 2017 casi 58 mil millones de dólares Pero una economía de nuestro tamaño -y considerando que la relación exportaciones contra PBI de Latinoamérica es de casi 20%- debería haber exportado más del doble, esto es unos 120 mil millones de dólares. El PBI de Argentina orilla hoy los 600 mil millones de la misma moneda.

Según la consultora DNI de Marcelo Elizondo, especializada en temas de comercio exterior, Argentina hoy es apenas el cuarto exportador de la región, detrás de México, Brasil y Chile. Y está en baja. Las exportaciones argentinas de bienes alcanzan por estos días el 0.3% del comercio mundial, cuando hace 50 años era el 0.8% aproximadamente.

Por cierto el marco macroeconómico, que incluye el tipo de cambio, ha, sin dudas, tenido un vuelco en este último par de meses. Inflación alta y debilidad fiscal no ayudan, pero la gran devaluación que hemos sufrido ha aumentado sin dudas -entre gallos y medianoche- la competitividad de la economía argentina.

Claro que esa es una condición necesaria pero no suficiente en esa búsqueda de generar la mayor cantidad de dólares posibles. Hay muchas otros factores que influyen. Debe incluirse por ejemplo una normativa muy compleja, lo que en la jerga se conoce como ¨papeleo¨, una infraestructura en estado deplorable y sin renovar desde la década del 90, y un capital humano que no ha decrecido en competitividad internacional pero si en el número de gente en condición de aportarla. Los argentinos educados según estándares internacionales son cada vez menos, y no en términos relativos sino en absolutos.

Tampoco hay que olvidarse de la multiplicidad de acuerdos internacionales que hoy proliferan cada vez más en el mundo, y de los que lamentablemente no somos parte. Apoyados en la débil estructura del Mercosur vemos como Chile, Colombia y México, por nombrar a unos pocos, nos sacan muchísimos cuerpos de ventaja, contando con múltiples acuerdos bilaterales con las principales economías del mundo.

Y ni hablar de esa debilidad desarrollada en el último par de décadas, todo un noble producto de la economía semi-cerrada a cerrada en el que nos ha gustado vivir por siempre. Argentina carece de empresas competitivas internacionalmente. Casi no existen lo que podrían denominarse multinacionales argentinas, como podrían ser los casos de Techint o de Arcor. Y de las casi diez mil empresas argentinas que exportan, contra las más de treinta mil que lo hacen en México, muchas trabajan aisladamente y sin formar parte de esos conglomerados o "clusters" de empresas internacionales que operan de manera asociada o cooperativa en distintas regiones del mundo, compartiendo inversiones, conocimiento y canales logísticos.

Como se puede observar entonces, eso de exportar y generar dólares no es tan fácil y las razones son múltiples. Y el camino de la devaluación no es sino un atajo que puede serle de utilidad casi exclusivamente a los sectores exportadores más dinámicos como puede ser el caso del campo, que hoy alcanza casi el 50% de las ventas en el exterior. Entonces, esta caída violenta del peso tal vez debería ser vista como el comienzo de una nueva oportunidad. Un nuevo día.

Y si vamos a los factores que han incidido e inciden negativamente, es fácil encontrar respuestas a los interrogantes que plantea cada uno. No hace ser físico nuclear para saber cuáles son, solo una pizca de sentido común, esa misma que quienes nos gobiernan y nos dirigen parece que no tienen.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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