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Esa es la impresión que provoca el prestar atención a aquello que exhibe en estos momentos el mundo, lo que tiene, al menos por ahora, una expresión amortiguada entre nosotros. En tanto, estamos ciertos, existen casi siempre pretextos y hasta motivos no santos, para encender la chispa que lleva hasta el inevitable y desastroso desemboque.

Todo habría comenzado con Caín. Y por un motivo de celos, detrás de los cuales siempre se esconde la envidia. Aunque antes, según lo dicen los Libros Santos, el pecado de Adán fue instigado por Eva, la que a su vez habría sido instigada mejor no de decir por quién o por qué, a cometer el peor de los pecados, el de la soberbia. Pecado que sobrepasa todo límite, ya que consiste en ser como los dioses….

O sea que casi desde el principio, nunca la paz ha enseñoreado el mundo. Paz y justicia, ya que de no ser así, nos encontraríamos ante la dificultad, casi insuperable, de vivir en paz con nosotros mismos.

Y como si fueran pocos los problemas que enfrentamos en el mundo de hoy, seguimos prestando atención al pasado de la humanidad, en el que incluimos nuestro propio pasado. Aunque lo hacemos desde un abordaje generalmente equivocado, ya que asumimos la condición de jueces, juzgando y sentenciando comportamientos, acaecidos en un entonces que era su presente. Muy diferente al nuestro, visto con nuestros “ojos de hoy”.

Y ello todavía se vuelve más grave, si se tiene en cuenta que esos ojos, no nos dejan ver las cosas como realmente fueron sino a través de un par de lentes que solo permiten una visión ideologizada de aquella realidad.

Es por lo mismo, y a modo de ejemplo, aludir “a un debate-pelea”- de los tantos que se dan en España en la actualidad. Se trata de una cuestión en apariencia anecdótica, pero de singular trascendencia.

Sucede que en ese país, a estar lo que señalan revistas locales especializadas, un profesor de filosofía de la Universidad de Barcelona acaba de encender una minúscula fogata aludiendo a la circunstancia que de un encuentro de sabios que organizó el poeta-filósofo Tecayehuatzin en 1490, en tierra mexicana, se desprendería la existencia de una prueba que permite intentar desmontar la idea de que en América, antes de la llegada de Cristóbal Colón, vivían constantemente bajo la amenaza de los sacrificios humanos.

Una postura que casi de inmediato encontró un contradictor en otro profesor universitario, el que con la complacencia de los partidos políticos que hacen de “la hispanidad” una de sus principales banderas, afirmó que España no colonizó pero sí liberó a los ciudadanos de América “de un poder salvaje y caníbal”.

A la vez, esgrime un argumento que hace tambalear su defensa cuando arguye “que los aztecas y los incas eran pueblos que apenas llevaban 80 años en el poder y se dedicaban a tiranizar a otros pueblos". “Por supuesto. Y también en Europa los pueblos más poderosos tiranizaban a los más débiles, cosa que seguirían haciendo con todos los demás pueblos del mundo, incluidos los aztecas, y aquellos a los que los aztecas tiranizaban". Un argumento falaz, pero muy repetido, que viene a implicar la habilitación –mejor no hablar de “derecho”- de portarse mal, en el caso que también lo hagan muchos otros.

De allí que frente a este tipo de inútiles alborotos, lo sensato sería decirse recíprocamente: “Esa es la interpretación que hago de los hechos. Te pido la respetes, como por mi parte lo hago con la tuya”. O mejor aún: “Ambas partes no hicieron lo correcto. Propongámonos no imitarlos”.

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