El bien suele ser muy simple, sencillo, sin rebusques, sin alardes, sin propaganda, sin intrincadas formulaciones ideológicas que lo justifiquen. Y suele pasar tan desapercibido como una leve brisa, que apenas si se hace sentir sobre la piel en una mañana de otoño.

Esa es la sencillez casi desconcertante con la que Hugo Velzi devolvió la billetera.

En silencio lo hizo.

Actuó como lo ha hecho en tantas otras ocasiones en que rescató del extravío las cosas perdidas que halló a su paso, en ese fatigoso desandar las calles de Colón, cuadra tras cuadra, llevando a cada casa y a cada kiosco los ejemplares impresos de El Entre Ríos.

Nada de mensajes en Twitter, en Facebook o en Instagram, publicitando lo que hace. Nada de pretender convertirse en noticia. Eso está fuera de su radar, fuera de sus cálculos, fuera de sus ambiciones. Devuelve y punto. Es lo que está bien hacer y punto. Es lo que corresponde y punto. No se habla más.

Hasta que un buen día, sin proponérselo, termina su nombre apareciendo en las páginas de ese mismo diario que domingos, martes y jueves arroja en cada casa por debajo de la puerta.

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El agradecimiento a Hugo Velzi Agrandar imagen
El agradecimiento a Hugo Velzi
Pero él no había visto el recuadro titulado "Valores de cuna" donde la familia propietaria de la última billetera que devolvió le expresaba su inmensa gratitud. Lo felicitaban y no entendía muy bien qué pasaba ni tampoco cómo era que tanta gente se había enterado de lo que para él no había sido más que el gesto de siempre, por el que no se le ocurriría reclamar mérito alguno. ¿Acaso no es la lógica devolver lo que no es de uno?

Abrumados como solemos estar por las noticias que enfocan los yerros, las caídas, la corrupción, ese mal que se expresa en múltiples formas y que generalmente es tan ruidoso que aturde , confunde y desmoraliza, como el estruendo de un árbol al caer, conviene no dejar pasar esta oportunidad para remarcar que la vida, la sociedad, también está llena de gestos de bondad como el de Hugo, tan silenciosos, tan sin estridencias, tan sin publicistas que los edulcoren y los conviertan en slogans huecos, como el lento germinar de una semilla que luego se convierte en árbol e incluso en bosque.

Gracias a este bello gesto de Hugo y a la gratitud de la familia Oggier , vinieron otra vez a mi mente y a mi corazón unos párrafos geniales del escritor ruso Vasili Grossman en su libro "Vida y Destino", una de las novelas más extraordinarias que he tenido la gracia de leer. En un campo de concentración es encontrado un escrito, donde un anónimo autor volcó reflexiones sobre el bien y el mal. Aquí, algunos párrafos, a manera de síntesis, donde se expresa el estupor ante esa bondad simple que resulta invencible:

"El bien no está en la naturaleza, tampoco en los sermones de los maestros religiosos ni de los profetas, no está en las doctrinas de los grandes sociólogos y líderes populares, no está en la ética de los filósofos. Son las personas corrientes las que llevan en sus corazones el amor por todo cuanto vive; aman y cuidan de la vida de modo natural y espontáneo. Después de una jornada de trabajo prefieren el calor del hogar a encender hogueras en las plazas".

"Es la bondad cotidiana de los hombres. Es la bondad de una viejecita que lleva un mendrugo de pan a un prisionero, la bondad del soldado que da de beber de su cantimplora al enemigo herido, la bondad de los jóvenes que se apiadan de los ancianos, la bondad del campesino que oculta en el pajar a un viejo judío perseguido".

"Es la bondad particular de un individuo hacia otro, es una bondad sin testigos, pequeña, sin ideología". (. . .) Pero si nos detenemos a pensarlo, nos damos cuenta de que esa bondad sin sentido, particular, casual, es eterna".

"En estos tiempos terribles en que la locura reina en nombre de la gloria de los Estados, las naciones y el bien universal, en esta época en que los hombres ya no parecen hombres y sólo se agitan como las ramas de los árboles, como piedras que arrastran a otras piedras en una avalancha que llena los barrancos y las fosas, en esta época de horror y demencia, la bondad sin sentido, compasiva, esparcida en la vida como una partícula de radio, no ha desaparecido".

"(. . .) ¡La bondad es fuerte mientras es impotente! Si el hombre trata de transformarla en fuerza, languidece, se desvanece, se pierde, desaparece".

"He visto que no es el hombre quien es impotente en la lucha contra el mal, he visto que es el mal el que es impotente en su lucha contra el hombre. En la impotencia de la bondad, en la bondad sin sentido, está el secreto de su inmortalidad. Nunca podrá ser vencida. Cuanto más estúpida, más absurda, más impotente pueda parecer, más grande es. ¡El mal es impotente ante ella! Los profetas, los maestros religiosos, los reformadores, los líderes, los guías son impotentes ante ella. El amor ciego y mudo es el sentido del hombre".

"La batalla del hombre no es la batalla del bien que intenta superar al mal. La historia del hombre es la batalla del gran mal que trata de aplastar la semilla de la humanidad. Pero ni siquiera ahora lo humano ha sido aniquilado en el hombre; entonces el mal nunca vencerá".

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