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Me cuentan que uno de los más poderosas grupos financieros neoyorquinos tiene nuevo jefe desde hace cuatro meses y es de los que no tiene problemas en efectuar “sus presentaciones” en camisa. Y que a la vez ha decidido que el resto de ese mismo grupo tenga libertar para ir a trabajar sin llevar corbata ni traje, en lo que también se me ha dicho habría sido impensable hace solo una década.

La explicación que dio el mandamás de su decisión es que “cada uno de nosotros sabe qué es y qué no es apropiado, por lo que se debe confiar en el buen juicio” de cada uno de los empleados del juicio.

Y allí fue donde aparecieron los opinólogos, que allí son una cantidad mayor de las que medran entre nosotros, sacando a relucir que esa es la confirmación de la fuerte presencia de la “Generación Z”, la verdad que no sé de dónde sacaron esa letra, porque de atenernos al vocabulario ello vendría a decir que después de los “zetas” se acaba el mundo, salvo que a partir de allí se prosiga con la “A”. Y también me aclaran que los “zetas” son los nacidos después de 1981, que son nada menos que tres de cada cuatro empleados del banco. Como para que no me hagan sentir viejo yo que vengo de “la X” por lo menos...

A pesar de que también me dice que uno de esos empleados clase 1962 indica que la medida tiene sentido para los que no interactúan a diario con los clientes, ya que los empleados deben vestirse de una de una manera “consistente” con las expectativas de los clientes, cosa que -según él- quedaría librado a ese buen juicio que tanto escasea al menos por aquí, debo aclarar que por una vez siquiera hemos largado lo que se dice “haciendo punta”. Basta ver a Macri o a Peña sin corbata, aunque siempre de camisa celeste, o a Rodríguez Larreta, mucho más avanzado él, con remera descuellada, cosa que veo vino a copiar Urtubey, tan atildadito como era....

Como saben que pienso mucho, sobre todo cuando mi tío no está presente y me apabulla, rumiando y no dejando de rumiar, he llegado a la conclusión de que dicho con palabras de alto vuelo, no asistimos en estos momentos a un cambio de moda, sino a lo que es de buen tono denominar, ya que se trata de una palabra comodín que sirve para todo y siempre sienta bien, como ustedes deben haber escuchado, un nuevo paradigma en materia de vestimentas.

Me explico: han de saber ustedes de las togas romanas, que ya por lo que sé nadie usa, o habrán visto grabados de grandes señores de tiempos más cercanos, que usaban pelucas y llevaban medias blancas que cubrían sus piernas rollizas mucho más arriba de la rodilla. Y que en la época de mi tatarabuelo era común, aunque no creo que él la hubiera podido usar nunca, la levita y el jaquet. Y entonces, ¿ahora? Pareciera, solo Dios lo sabe si es así, que llegó la hora del réquiem para el saco y la corbata... Mientras que los zapatos andan nerviosos, al ver tantos varones, aún de traje, en zapatillas.

Aunque me cuesta, porque soy un poco de lo que se llamaba “chapado a la antigua”, me resigno a estos cambios que no sé, como he aclarado, si son de paradigmas, pero a los que no tengo más remedio que resignarme. Algo que no me pasa con los tatuajes, que aunque ya no extrañan a nadie y menos a los que se muestran chochos de ver su cuerpo con ellos engalanados, me siguen provocando un rechazo que ni yo mismo sé cómo explicar.

Tengo presente lo que me pasó con los pelilargos. Los acepté desde el momento en que vi que lo tenían los varones limpios y arreglados. Por eso espero que el nuevo paradigma no signifique un aligeramiento en el vestir que no termine en torsos desnudos o a medio cubrir, que dejan entrever o ver panzas prominentes, ni que todo el mundo empiece a andar en chancletas o termine andando en pata… Y conste que por mi pasado machista, del que estoy terminando de reeducarme, he hablado solo de varones y no me he ocupado para nada de las mujeres.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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