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Las elecciones legislativas profundizaron el peor rasgo de la gestión de Alberto Fernández: el a menudo contradictorio proceso de toma de decisiones. Demasiadas personas con distintas ideas se ocupan de las mismas cosas. En ese contexto enredado se desarrollan las negociaciones con el FMI.

En la Presidencia y el Ministerio de Economía parecería predominar la urgencia por acordar con el Fondo, y así evitar cancelar los próximos vencimientos con reservas. El envío de una delegación técnica a Washington parecería confirmar la premura, y algunas movidas y rumores recientes el deseo de satisfacer algunos reclamos del organismo: el freno a la intervención del BCRA en el mercado paralelo, las declaraciones de Miguel Pesce respecto de un ritmo mayor de depreciación y los crecientes rumores de aumentos en las tarifas de servicios públicos.

Sin embargo, las condiciones del acuerdo que se demandan en la carta de la Vicepresidente y en algunas notas periodísticas en medios filo-kirchneristas parecen hacerlo más improbable. Ligar el ajuste fiscal al crecimiento, rechazar cualquier pedido de reformas estructurales y reclamar dinero fresco del FMI y otros organismos multilaterales parecen recetas para condenar las negociaciones al fracaso. Probablemente sea esta ala del gobierno la que fantasea con los canjes de monedas con Arabia Saudita y Rusia.

No parece haber una decisión tomada dentro del Gobierno respecto de acordar o no con el FMI. El apuro está más ligado al cronograma de vencimientos que a la convicción. Al fin de cuentas, el Gobierno tuvo dos años para alcanzar un acuerdo, pero prefirió procrastinar. Ahora que los vencimientos apremian, se busca apurar los tiempos. Pero no hay un plan.

Parece reinar en una parte del oficialismo la infantil creencia en que el FMI tiene mayores urgencias que Argentina por llegar a un acuerdo y que, por ese motivo, al final lograremos imponer nuestras condiciones. Son quienes pronostican un acuerdo “laxo”, con pocas condiciones, que serán igualmente difíciles de cumplir y no traerán solución alguna a nuestros problemas. Son los mismos que sueñan, incluso, con que haya dinero fresco. Nada es imposible, pero conseguir dinero demandará más concesiones fiscales, monetarias y cambiarias de nuestra parte. El gobierno no parece preparado para ello.

Podrá ser cierto que el FMI prefiere evitar un default, e incluso que estamos frente a un FMI más flexible que el de los años ‘90. Lo que no es cierto es que seamos, para el organismo y sus funcionarios, un problema tan grave. Los mayores responsables por el otorgamiento del crédito ya no están en el Fondo. Es más: no somos su único deudor. Todos los restantes acuerdos en vigencia incluyen condiciones que a muchos en el Gobierno les resultarían intragables.

Entre el acuerdo que imagina el Gobierno y el que planea el FMI hay un abismo ideológico. También hay un abismo de dinero que sólo un compromiso serio puede franquear. Ni Rusia ni Arabia Saudita nos pueden salvar: el verdadero y único prestamista de última instancia para un deudor con la reputación de Argentina es el FMI.

El mercado duda, con razón, de que todo el Gobierno reconozca la urgencia que reconocen Fernández y Guzmán. Muchos funcionarios parecen creer que las políticas actuales son correctas. Parecen considerar como daño colateral a la brecha cambiaria de más de 100%, la inflación mensual mayor a 3% pese a los controles de precios, o la pérdida de reservas del BCRA pese al cepo. Variables todas en proceso de deterioro acelerado: el BCRA perdió en noviembre más de US$ 900 millones de reservas, y en sólo tres días de diciembre lleva perdidos más de US$ 200 millones. Las reservas internacionales netas son negativas. No quedan muchos trucos para sacar de la galera.

El FMI podría ser la excusa perfecta para encauzar medianamente la economía y llegar sin graves sobresaltos políticos o económicos hasta fin de 2023, cuando otro gobierno deba hacerse cargo de los problemas.

Pero la crisis de liderazgo hace de cualquier toma de decisiones un proceso tortuoso, pleno de contradicciones. Al parecer, también para tomar esta decisión, la de acordar con el FMI y diseñar un plan económico coherente, tendremos que pasar primero por una crisis más aguda. Una que de verdad asuste a la política.
Fuente: El Entre Ríos

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