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La cuestionable imposibilidad de mirarnos desde afuera

Cuando era chico, pero no tan chico, dando muestras veladas de ese narcisismo que nos hace tanto daño, existían momentos en que me preguntaba cómo me vería si pudiera mirarme desde afuera. Es decir con los ojos de otro, o sea con ojos ajenos.

Por Rocinante

En realidad no se trataba de un mirarse y verse de verdad, ya que solo tenía que ver con la apariencia, dejando de lado algo que es lo más valioso, y por ende importante, cual es la compleja interioridad de cada cual.

Algo que se supone están en condiciones de hacer desde hace ya tiempo psicoanalistas y psicólogos.

A la vez, en un mundo en que se ha vuelto tan enrevesado como es el nuestro, y en el que todas las cosas parecen tener la capacidad de mutarse en otras, se ha dado el caso que la metodología de la antropología cultural (una disciplina que entiendo tiene como objeto el estudio de los pueblos ágrafos, es decir que no saben ni leer ni escribir y mal llamados salvajes), es utilizada en la actualidad para efectuar una descripción e intentar la comprensión de la sociedad occidental contemporánea.

De allí que no resulte extraño que algunos de los psicoanalistas y psicólogos a los que aludía, haya intentado hacer lo mismo con los instrumentos de sus respectivas disciplinas.

De allí el caso de Erich Fromm, un pensador y también psicólogo austríaco, en los inicios de la segunda mitad del anterior siglo, escribiera una obra titulada Psicoanálisis de la sociedad contemporánea.

Pero la curiosidad que provoca el otro, no es cuestión de hoy sino de siempre, y no solo está referida a un ser humano en particular, sino a otros grupos por ellos compuestos, con el propósito de tratar de desentrañar sus características idiosincráticas.

Una tarea importante del lado que se la mire, y cuyos resultados, tanto en el caso que sea llevada a cabo por extraños, y aún por los mismos examinados, en el caso que se haga con los instrumentos adecuados utilizados de manera certera y adecuada.

Es que un análisis de este tipo no solo significa cumplir con la admonición socrática de conócete a ti mismo, sino que se trata de un requisito ineludible para convertirnos en la sociedad sana, que en la actualidad no somos, y resulta incierto que alguna vez lo hayamos sido.

Es con esa intención que, como por alguna parte se hace necesario empezar, lo hago con las impresiones de un inglés, quienes en sus clásicos libros de viajes dan cuenta de una habilidad, al parecer innata, para compenetrarse en la idiosincrasia de los habitantes de los países que visitan.
Un pueblo enamorado de sí mismo
El capitán Peter Heywuod fue un marino inglés que estuvo en el Río de la Plata como tal en un buque de guerra de esa nacionalidad desde agosto de 1810 a principios de 1813.

Buceando en su correspondencia se ha podido encontrar el párrafo que paso a transcribir de una nota suya, que tiene el valor de mostrarnos cómo nos veía, a los que después pasamos a llamarnos argentinos.

Es así como Heywood decía de nosotros que somos un pueblo enamorado de sí mismo. Explica que nos creemos capaces de cualquier cosa. Agrega que sin embargo, durante todo el tiempo que han gobernado estas provincias ni un solo hombre de algo de talento por encima de la mediocridad ha surgido y son tan celosos y suspicaces que si un hombre demuestra por su conducta poseer comprensión y moderación, se lo acusa de inmediato de ser un traidor... Actualmente el patriotismo parece ser solamente una excusa para los hombres codiciosos e inescrupulosos que buscan alcanzar sus objetivos egoístas de enriquecerse a expensas de sus conciudadanos y de su país... No existe grupo de hombres más enamorados de sí mismos. Me refiero a los criollos de aquí y en particular las personas que ocupan el poder y sus partidarios. Lamentablemente, el fracaso de nuestra expedición contra este lugar, con una fuerza que sin duda sería más que suficiente, incluso ahora, para reducir toda la provincia, si hubiera sido desplegada y aplicada adecuadamente, y el tiempo durante el cual no han tenido oposición, además de otras causas, ha contribuido a aumentar en ellos las ideas más extravagantes sobre su valor y sus grandes talentos militares: muchos de ellos creen que el resto del mundo armado no lograría vencerlos. No hay que sorprenderse entonces, si un pueblo tan vanidoso e ignorante como este, imprudentemente pone en ejecución cualquier idea que se les cruce por su cabeza. Sin embargo, entre estos estadistas sudamericanos no son pocos los que se imaginan a sí mismos perfectamente calificados para gobernar un imperio... se dice que los habitantes de Chile son un pueblo muy tranquilo, ordenado, bien dispuesto y trabajador, y habrían estado dispuestos a permanecer como estaban incluso a medida que aquí avanzaba la revolución, si no hubieran recibido perspectivas tan halagüeñas y ventajosas del gobierno de Buenos Aires, cuyo poder militar habían sido llevados a sobrestimar, debido al fracaso de nuestra expedición contra este lugar. (Campos Emilio. La independencia Argentina, pag.130).
Un amor que en el fondo no impide el espanto
Desde 1810 hasta la fecha, muchas son las cosas que cambiaron, en una trayectoria serruchada que resulta fatigosa por sus simas y cimas de todos los tamaños.

Ha habido épocas en las que parecíamos “cuspidear” y otras en que nos sentimos compartiendo el fango, con los que tenemos por los peores. Es por eso que se habla en ocasiones de la ciclotimia argentina, pero ese andar aserruchado -sin que puedan diagnosticarse sus causas- no se trata tan solo de distintos estados del espíritu.

Entre los primeros que intentaron entre nosotros mirarnos a nosotros mismos (que no es lo mismo que mirarse el ombligo) ocupa un lugar de preeminencia, aún hoy, Sarmiento con su obra Facundo, a pesar que la escribió en 1846. Sin la intención de mostrar una falsa erudición, aparte de mencionarlo y recomendar su lectura, menciono con el mismo objeto a la Radiografía de la pampa (1933) de Ezequiel Martínez Estrada y a Héctor Murena, quien nos dejó casi como si fuera un testamento a su inestimable libro El pecado original de América (1954).

Demás está decir que en el trasfondo siempre está presente la letra verazmente cruel del tango Cambalache de Discépolo.

No está demás agregar, que según un escritor mexicano que también hace referencia a esos autores como cultores de un género a veces sociológico y siempre político, que según lo señala fluyó entonces por toda América Latina.
¿Sigue vigente la visión de Ortega y Gasset, o ya somos otra cosa?
Este gran filósofo español José Ortega y Gasset visita nuestro país en dos ocasiones, la primera de ellas en 1916 y la segunda entre agosto 1928 y enero de 1929. En base a sus experiencias en nuestro país, escribió varios ensayos recogidos después en su libro La meditación de un pueblo joven, en los que mira a nuestro país desde una perspectiva europea, con los ojos de un extranjero, como lo hicieron otros pensadores del mismo origen. Todo ello con palabras muchas veces dolorosas, de aquellas que porque te quiero, te aporreo.

Hace referencia así al alma criolla del hombre argentino, la que está llena de promesas heridas, siente el dolor en los miembros que le faltan y que, sin embargo nunca ha tenido, actuando como un fracasado, sin haber vivido la vida real. Sigue diciendo que el criollo fracasa no por lo que hizo, sino por lo que teóricamente debía hacer y no hizo.

Nos concibe a los argentinos como personas a la defensiva, como consecuencia de nuestro narcisismo; es decir, ocupados exclusivamente en contemplarse, cosa que les ahoga su propia imagen, es decir, que no viven. Añade que de vivir, sería esa su imagen del viviente. Pero una imagen solo tiene una vida imaginaria, aparente, ficticia. Esto es lo grave en la psicología del argentino. No el egoísmo, no la vanidad. Su índole favorece sobremanera estos dos vicios, y los casos más cómicos de vanidad que he conocido (acota) los he encontrado en la Argentina.

Allí aparece en sus dichos la palabra guarango, la que emplea como la forma desmesurada de una propensión a vivir absorto en la idea de sí mismo. O lo que es lo mismo el guarango tiene enorme apetito de ser algo admirable, superlativo, rico, agresivo para defenderse y salvarse, haciéndose sitio para respirar, para poder creer en sí, dando codazos al caminar entre la gente para abrirse paso y crearse un espacio, siendo esta característica movida originariamente por un enorme afán de ser más y poseer todo lo que puede aspirar y más todavía.

Todo lo cual lo lleva a concluir a Ortega en ese análisis a que el argentino paraliza su vida suplantándola por la fantasía que posee de sí mismo. De donde considera que es preciso llamar al argentino al fondo auténtico del mismo, retraerle a la disciplina rigurosa de ser sí mismo, de sumirse en el duro quehacer propuesto por su individual destino. Solo así podrá modificarse la moral colectiva, el tipo de valores preferidos, el standard de virtudes y modos de ser que, prestigiados, informen con fértil automatismo la existencia argentina. Superando de esa manera el guaranguismo, en donde se ocultan desviados los mejores resortes del alma y la psicología del argentino.
¿Somos, de nuevo, realmente así?
La pregunta es importante, ya que su respuesta permitirá revelar el misterio de una Nación y prepararla para su curación mediante el análisis y la crítica.

Desde las visitas de Ortega han transcurrido cien años. Y cabría conjeturar que este siglo transitado desde entonces, ha servido para exhibirnos a la vez peor, pero también mejor, de las implicancias y consecuencias de esa descripción idiosincrática.

Pero de cualquier manera pongamos el acento en lo uno o en lo otro, tengo la impresión que a la vez creo compartida por muchos, de que la nuestra es una sociedad enferma, y por ende que una de las labores que debemos acometer, entre tantas otras necesarias y a la vez urgentes, es transformarla en una sociedad sana, con la convicción de que logrado ello lo demás se nos dará por añadidura.

Debemos recalcar que no se trata de un malestar, sino del hecho que estamos de verdad enfermos. Aquejados de una dolencia que no nos deja ver la realidad como es, algo que nos lleva a reemplazarlos por sucesivos relatos; y que nos impide abrirnos al otro y reconocerlo como un hermano; luego de lo cual empecemos a caminar juntos empeñados en avanzar en logros comunes.

Y que no se diga que alimentados de fantasías, como descendientes de quien era la contracara del Quijote, olvidando asumir culpas y esquivando como lo hacemos las responsabilidades, no estamos enfermos.

Es que todos los muertos sepultos e insepultos, consecuencia de nuestro comportamiento en los alienantes años del siglo pasado, y que ahora uno de cada tres de nosotros viva sumido en la pobreza, no es otra cosa que el mentís más rotundo a cualquier cuestionamiento a la conclusión antedicha.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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