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Diocleciano también fijó los precios por decreto
Diocleciano también fijó los precios por decreto
Diocleciano también fijó los precios por decreto
El tema de las tarifas y un sistema que deja un gusto amargo cuando se aplica a la sociedad
En medio del zangoloteo económico
Como de economía sé más nada que poco, frente al cimbronazo económico por el que atravesamos si no mantenemos todos las cabeza fría, y como dicen los más chicos procuremos no hacer olas, prefiero guardar silencio. Ya que mi aporte no sería digno de merecer ese nombre, y para lo único que serviría es para alimentar una caldera, a la que no son pocos los interesados de ponerle presión.

Por Rocinante

Al parecer sin advertir, que en las actuales circunstancias la alternativa, no es un plan B, sino lisa y llanamente una implosión. No la del actual gobierno, sino de la sociedad, dado lo cual si ella se produjera su resultado es que todos saldríamos, en el mejor de los casos, lastimados en diversos grados, aunque de cualquier manera nunca leves.

Es que son muchos quienes parecen no comprender que pensar de una manera diferente no es otra cosa que jugar con fuego. Ya que al hacer referencia a la inexistencia de un supuesto Plan B, no estoy diciendo que la actual administración no haya cometido errores e incurrido en falencias muchas de ellas irreversibles, pero que de cualquier forma, la actitud que de todos se espera es de, por lo menos, un acompañamiento crítico. Como en mi caso y en el de tantos otros y no el del sabotaje permanentemente disfrazado de una resistencia con tufillo golpista.

Máxime cuando los que así actúan, en tanto que son los mismos que con sus malas prácticas y latrocinios nos llevaron a estar, como estamos, deberían tener el pudor sino de callarse, en tanto deben reconocerse y respetarse sus derechos como integrantes de nuestra comunidad, tender la mano presta a colaborar, y no un puño lleno de piedras para vestir los reclamos de una manera sediciosa.

De cualquier manera, de lo que si me considero habilitado a dar mi opinión, como lo está cualquier hijo de vecino, es de "el tema de las tarifas", respecto al cual, como en seguida se verá, mi postura es la de aquellos que se colocan contra la corriente de cierta dirigencia política -hoy en la oposición- que en estos momentos intenta, al batir el tambor, llevar agua para su molino, sino que coincide con la del común de la gente (entre los que por otra parte me incluyo) que da cuenta de una mezcla de preocupación, molestia, enojo y decepción ante la suba en los montos que ellas deben alcanzar.

Postura de la que por lo demás se apartan, todos los que mantienen en alto la consigna de cuanto peor, mejor.
Del porqué se me ocurre acordarme de Diocleciano
Ya se verá que ocuparme de la vida del emperador romano Diocleciano, aunque parezca algo fuera de lugar tiene un sorprendente sentido. Y además por la azarosa coincidencia en la nota editorial publicada en esta edición se haga una tangencial referencia a la vida de otro personaje histórico.

De Diocleciano, y tan solo para ubicarlo en el tiempo debe decirse que imperó en Roma desde el año 284 hasta el año 313 de nuestra era. Dejemos de lado su carrera militar (fue su éxito precisamente el que lo llevó a su cargo) y su persecución sanguinaria, resistida y tenaz a los cristianos, que terminó fallida, cuyo fruto fue tan solo hacer crecer, enriqueciéndolo, el número de mártires reconocidos eclesialmente.
Sí se debe hacer referencia al hecho que, como lo señalan algunos de sus biógrafos, el crecimiento burocrático y militar, las campañas militares constantes y los proyectos constructivos incrementaron el gasto del estado e hicieron necesaria una reforma fiscal.

Antes de ocuparme de ella, resulta al menos de interés, ya que viene a mostrar la relación entre determinados tipos de políticas económicas con las manipulaciones en materia histórica. Los historiadores dan cuenta también que en la propaganda imperial del periodo se pervierte la historia reciente y se minimizan los logros alcanzados, para presentar a Diocleciano como el gobernador por antonomasia; un hombre que tuvo éxito en la derrota de las naciones de los bárbaros, y en asegurar la tranquilidad de su mundo, gracias a sus extraordinarios logros.

También como una curiosa muestra de la manera autocrática con la que ejercía el poder, baste el ejemplo de su exhortación a un procónsul en África, de que no temiese pisar sobre los dedos de los magnates locales de rango senatorial, de ser necesario, para que pagasen las contribuciones exigidas.
El Edictum De Pretiis, de Diocleciano
La reforma económica, a la que ya hemos mencionado, y que es el foco de esta relación, fue consecuencia de la dimensión alcanzada por el ejército durante su gobierno, la que se incrementó enormemente con respecto al pasado, y esto requería un enorme gasto al que también había que sumar el del gran incremento de funcionarios a lo largo de esa época.

La primera reforma que llevó a cabo significó abandonar el sistema monetario basado en dos monedas, cual eran las de oro y las de cobre por otro. El nuevo pasó a estar conformado por cinco monedas, una moneda de oro que pesaba como sus predecesoras; una segunda que era de plata; una tercera que era una moneda de cobre con plata añadida; una cuarta, pequeña moneda de cobre sin plata añadida; y otra, también la última y también de cobre pero más pequeña todavía y más delgada y de menor peso (destaco: no les parece algo ancestral nuestra molesta inquietud ante el cambio de la “vieja” moneda por otra “nueva”).

Aquí hay que señalar un detalle curioso: que como consecuencia de la inflación entonces existente (ya ese virus entonces se conocía) los valores nominales de estas nuevas emisiones eran menores a su valor intrínseco, por lo cual el estado estaba acuñando las monedas a pérdida (¿no recordamos las épocas en las que se compraban monedas al peso para fabricar arandelas?).Esta práctica sólo podía mantenerse requisando metales preciosos a los ciudadanos para intercambiarlos por moneda oficial (de mucho menor valor que el que tenían los metales preciosos requisados).

Pero como la inflación persistía, Diocleciano emitió un nuevo Edicto sobre la Moneda, una ley que tarifaba todas las deudas de modo que las contraídas antes del 1 de septiembre de 301 debían ser pagadas de acuerdo con los valores antiguos, mientras que las deudas contraídas después de esa fecha, debían pagarse bajo los nuevos valores monetarios que significaban una devaluación del cincuenta por ciento, ya que debía utilizarse el doble de monedas para pagar el monto de las nuevas deudas.

La inflación no cedía y Diocleciano promulgó el Edicto sobre Precios Máximos (Edictum De Pretiis) en el año 302. En ese edicto, culpa de la crisis monetaria a la incontrolada avaricia de los mercaderes, que habían llevado a la confusión de los mercados y del resto de los ciudadanos. Es por eso que hace un llamamiento al pueblo para que piense en la memoria de sus líderes benevolentes y les exhorta a hacer cumplir con lo dispuesto restaurando la perfección en el mundo (¡!).

El edicto continúa listando más de mil bienes de consumo, adjuntando el precio máximo que no debe superarse en cada uno de ellos. Se interponen diversas sanciones por los incumplimientos del edicto.

Un historiador que efectúa un análisis del mismo señala que básicamente ignoraba la existencia de la ley de la oferta y la demanda: no tenía en cuenta el hecho de que los precios de los productos podían variar de una región a otra en función de su disponibilidad, e ignoraba el impacto que los costos de transporte podían tener en el precio final de allí que fuera calificado como «un acto de locura económica”.

El relato histórico sigue indicando que continuaron la inflación, la especulación y la inestabilidad monetaria, y el mercado negro creció para acoger la comercialización de los productos que, por cuestión de precio, habían quedado fuera de los mercados oficiales. Las sanciones del edicto se aplicaron de forma poco uniforme en el territorio del imperio, e incluso algunos historiadores creen que sólo se llegaron a aplicar en los territorios controlados directamente por Diocleciano.

Hubo tan gran resistencia que el edicto dejó finalmente de aplicarse, probablemente al año de su promulgación.

Un cronista de la época, de nombre Lactancio, escribió sobre las perversiones que ocurrieron a propósito del edicto: bienes que quedaron excluidos del mercado, peleas sobre variaciones de precios en cuestión de minutos, muertes por aplicación de las normas del edicto; algo que los historiadores actuales consideran que en lo fundamental puede ser cierto, aunque tiene algo de hiperbólico, según sus propias palabras.
Nada nuevo bajo el sol…
... o tropezando una y otra vez con la misma piedra. Cualquiera que lee con detenimiento la relación precedente de algunos de los trabajos y los días precedentemente descriptos, encontrará entre aquél y las constantes de la recordada década pasada y de algunos brotes de ésta que se pueden ver tratando de emerger en el presente, extrañas coincidencias.

Es que como lo decía un historiador inglés refiriéndose al edicto de los precios de Diocleciano, “eso de fijar el monto de las tarifas por una ley, es un acto de locura económica. O para decir lo mismo utilizando palabras diferentes, es lo mismo que pretender hacer llover mediante la sanción de un decreto. O para hacerlo en forma más contundente todavía es como pretender abolir por un mero acto a la ley de la gravedad.

De caer en el ensañamiento tendría que ver en un comportamiento la pretensión adánica de ser como dioses. Aunque doy por sabido que no se trata de eso, sino de tratar, con las intenciones que sea, de aferrarse a la idea que se puede volver realidad una ilusión.

Christopher Booker aludió a las ilusiones de la siguiente manera: “el ciclo de fantasía”... un patrón que se presenta una y otra vez en nuestras vidas, en la política, en la historia... y en las historias. Cuando comenzamos a comportarnos llevados inconscientemente por una fantasía, todo parece estar bien por un rato, en lo que podríamos denominar la “etapa del sueño”. Sin embargo, debido a que este “hacer creer” no puede reconciliarse nunca con la realidad, nos lleva a la “etapa de la frustración” cuando las cosas comienzan a funcionar mal, y genera un esfuerzo más decidido a conservar la fantasía. Conforme la realidad nos presiona, nos conduce hacia una “etapa de pesadilla”, pues todo funciona mal, y culmina en una “explosión” en la que todo se desvanece.
La ley de tarifas eléctricas
Esa es la etapa por la que están atravesando nuestros diputados que han dictado una ley de tarifas eléctricas, y todos aquellos que los acompañan en esa determinación porque se resisten a seguir avanzando a lo que no será una “explosión de realidad” sino un gradual ingreso en ella, si es que actuamos de una manera solidariamente sensata.

Porque, no está de más advertir, para los que no lo saben y para los que se niegan a admitirlo, que el monto de las tarifas eléctricas actuales (podados de la larga lista de tributos colgados a las boletas respectivas) no corresponden a los precios de mercado, ni aun para muchos de los que no pagan la denominada tarifa social.

Detrás de todo lo cual, y para explicarlo se encuentra el hecho de que hemos dejado atrás el mundo de la fantasía, o mejor dicho que se acabó la fiesta. Que como todas ellas tienen su precio, y que terminan con un regusto amargo cuando se las encara con el sistema de viaje primero y pague después.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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