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Se agitan fantasmas sobre asuntos en que los números no dan lugar a dudas

En las redes sociales, se reciclaba esta semana una infografía que recopila diversas tapas del diario Clarín de los años 2000 y 2001 y destaca una que reza que “por el blindaje llegan 37.000 millones” de dólares. Dos tapas más tarde la referencia era a la renuncia de Fernando de la Rúa. El mismo refrito había circulado hace algunos meses, cuando se iniciaron las negociaciones con el Fondo.

No es gracioso. Es apenas una muestra de la desinformación que trolls con intenciones non sanctas diseminan a diario en las redes. Corrida bancaria, corralito, default, helicóptero y otras tantas noticias falsas también circularon durante esta que fue, sin dudas, una de las semanas más complejas para la administración de Mauricio Macri.

Es una perogrullada decir que las redes sociales han alterado la forma en que vivimos y la manera en que nos enteramos de las cosas. Lo cual ciertamente tiene muchísimas ventajas, pero puede, en el corto plazo, dar paso a la hijoputez, como en los casos descriptos. La verosimilitud instantánea de las falsas noticias siempre termina pesando más que las desmentidas que les siguen con inevitable rezago.

La situación macroeconómica argentina es delicada desde hace muchos años y enfrenta numerosos desequilibrios. El intento de corrección gradual dejó de funcionar a comienzos de este año, cuando el grifo del financiamiento externo se cerró. Acudir al FMI y dejar devaluar el peso fueron parte del doloroso ajuste que se necesitaba para resolver varios de los desequilibrios a los golpes.

Ciertamente, que la cotización del dólar se mueva 35% en un mes no es normal y, en nuestro país, trae inevitables recuerdos de crisis previas. Sin embargo, hay un par de grandes diferencias con 2001. En primer lugar, no hay una corrida bancaria y no debería haber motivos para que la haya: los activos y pasivos de los bancos son mayoritariamente en pesos. ¿Se pueden ir al dólar? Claro que pueden, pero a $38 por dólar, el Banco Central podría rescatar más que toda la Base Monetaria y todas las LEBAC. Sí: una cobertura mayor que la que existía durante la Convertibilidad.

De igual modo, el apoyo del FMI asegura que no habrá problemas para hacer frente a las obligaciones hasta fin de 2019. ¿Y después? Aún en los peores momentos, ningún mercado para los bonos de un país cumplidor estuvo cerrado para siempre. Hasta fin de 2019 Argentina debería cancelar deuda en moneda extranjera por US$20 mil millones. Semejante reducción del capital debería incomodar a inversores forzados, por sus mandatos, a seguir índices en los cuales los bonos argentinos tienen una ponderación relevante. El rendimiento de los bonos argentinos representa un alto costo de oportunidad para aquellos fondos que deben vencer a índices de los que esos bonos forman parte.

Parece increíble que el financiamiento a veces dependa de algo tan banal. Pero en gran parte es así; de ahí la fragilidad del apoyo, y de ahí la oportunidad de que este apoyo regrese aunque parezca que jamás lo hará.

Cuando el mercado está malhumorado, como ahora con Argentina, todas las noticias parecen malas. Incluso, las mismas noticias que antes parecían buenas. Cuando la apreciación del peso le permitía generar ganancias con las tasas de interés en pesos, el mercado ignoraba el deterioro de la cuenta corriente. Cuando la cosa sale mal, ese mismo mercado castiga a los papeles argentinos, supone que la debacle del peso no terminará e ignora la inevitable corrección de la cuenta corriente, que revertirá los flujos de oferta y demanda de dólares. El mercado todavía no notó que la situación macroeconómica es más equilibrada ahora que cuando compraba bonos argentinos a mansalva.

En cierta forma, el mercado es cortoplacista como las redes sociales. Y aunque la devaluación no ha corregido todos los males y aunque queden muchas cosas por resolver, el ajuste, ocurrido contra la voluntad gubernamental, ha mudado el riesgo del plano económico al político.

Durante estos convulsionados meses, la falta de liderazgo se hizo notar. De ahí que los agitadores que aspiran a lo mejor para sí, aunque eso sea lo peor para el país, hayan hecho proliferar las falsas noticias (las hijoputeces) con tanta facilidad y hasta con cierta verosimilitud. Son los mismos que desde siempre han sido incapaces de vivir en democracia o, mejor dicho, en una democracia en la que ellos no ejercen el poder. Ahí está el principal riesgo que hoy corre el país.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa