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Debe haber sido la inclemencia del clima la que, piadosamente, llevó a la Vicepresidente a acortar su discurso del 25 de mayo. Tanto recortado estuvo que, con eje en la reparación histórica de su gestión presidencial se quedó, en comparación con su anterior clase magistral, casi sin contenido económico alguno.

Aquella clase en el Teatro Argentino de La Plata, más extensa, contuvo información muy jugosa. En aquella ocasión, al referirse a la emisión monetaria necesaria para afrontar los gastos relacionados con la pandemia, dijo: “Claro que eso, una emisión de 8, 9 puntos del PBI, provoca un proceso inflacionario, como pasó en todo el mundo…”. Aunque luego le echó la culpa de la inflación al FMI, lo dicho, dicho estuvo.

Poco más que esa referencia hay a la inflación en el Gobierno. Se entiende: no es algo que ayude a sus aspiraciones electorales, ni algo que pueda explicarse dentro del marco de pensamiento dominante en el Frente de Todos. Pero, al mismo tiempo, no hay encuesta de opinión que no ponga la inflación al tope de las preocupaciones de los argentinos.

El proceso inflacionario tiene algunas similitudes numéricas con el que llevó a la hiperinflación de Alfonsín. En aquel momento, a la inflación de 5,7% en noviembre de 1988 le siguieron cifras mensuales de 6,8%, 8,9%, 9,6%, 17% en marzo de 1989 y luego el desastre. En 2023, pasamos del 6,6% de febrero a 7,7% en marzo y 8,4% en abril. Las consultoras pronostican más de 9% en mayo. No son las mismas circunstancias, ni parece posible repetir la historia, pero la rima es incómoda, sobre todo porque no hay respuestas racionales al problema.

El Gobierno no tiene más plan antiinflacionario que administrar algunos precios “justos”, el tipo de cambio, y las tarifas reguladas. La estrategia no está funcionando. Su construcción ideológica de la economía le impide ver en cuánta medida es la propia política económica la que conduce al aumento de los precios. Por ideología o por mezquindad política, se ha convencido de que el gasto público financiado con emisión monetaria no genera inflación. La dirigencia debe pensar que lo de Cristina fue un desliz teórico.

Casi todas las medias de política económica demandan emitir moneda. Se emite moneda para financiar al Tesoro, que a pesar de las estrecheces en que vive la economía no concibe recortar sus gastos. Podría no emitirse si el Gobierno tuviera acceso fluido al crédito financiero, pero no lo tiene. Es más, también se emite para comprar en el mercado bonos en poder de las agencias del sector público, para que luego esas agencias puedan participar en las licitaciones del Tesoro y, así, hacerlas ver exitosas.

Para que esta emisión de origen fiscal no inunde a la economía real, el Banco Central emite las Letras de Liquidez (Leliq), para retener (esterilizar) ese dinero en los bancos. Con una inflación en ascenso, lograr su cometido le obliga a subir muy a menudo la tasa de interés que paga por las Leliq, lo que a la vez le demanda emitir montos crecientes de pesos para pagar los intereses, mientras se entierra en un círculo vicioso, fácil de detectar, aunque difícil de cortar.

Como, además de sobrar los pesos, faltan dólares porque la sequía se los llevó, vinieron el dólar-soja y sus sucedáneos, que obligan a más emisión monetaria para cubrir el bache entre la compra a $300 y la venta a $230.

En 2020, durante la pandemia, la emisión no se transformó en inflación inmediata porque la gente, asustada en el encierro, se quedaba con ellos. Pero la reapertura, que no fue acompañada con menos gasto y emisión, sí trajo aparejada una menor demanda de dinero. Hoy la gente no quiere tantos pesos; es más, con la inflación y la sobreoferta de pesos, cada día quiere menos. Por eso los lleva al dólar, y crece la brecha cambiaria, para angustia del ministro Massa, que busca controlarla con un disparatado combo de venta de reservas y emisión, o a algunos sectores de la economía real que parezcan un refugio contra la inflación. Por eso se sostiene la actividad de la construcción: porque los pesos, en el bolsillo, queman.

El deterioro en el poder de compra que provoca la inflación es una cuestión decisiva en los resultados de las elecciones. Aunque lo pueda ver, el Gobierno no está, por ideología o falta de liderazgo, capacitado para cambiarse a sí mismo. Porque, si creyera que la inflación es un problema, y lo quisiera resolver, debería escuchar un poco más a la Cristina del Teatro Argentino de La Plata para entender de dónde viene.
Fuente: El Entre Ríos

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