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No me referiré a eso que gritan o murmuran en lo que una vez fue la calle Florida, sino a otros que no por inevitables no dejan de sorprendernos. Todos saben que durante los rígidos días de la cuarentena, las ciudades enmudecieron. Y que pasó, en algunas ciudades al menos. Cambió el canto de los pájaros. Esto se estudió en ciudades de California. Allí la polución acústica era tan grande que los gorriones debían cantar cada vez más alto, sea ya para atraer a sus parejas o luchar con sus rivales, al mismo tiempo que escuchaban mal el piar de los pichones o las señales de alarmas de los compañeros. Se produjo un estrechamiento de la banda sonora, aumentando la frecuencia de los tonos más bajos. Se pudo comparar el canto actual con grabaciones disponibles de 1970. Estos cambios provocan un esfuerzo grande a los pajaritos: deterioro del metabolismo y envejecimiento precoz y aumentaba el nivel de agresión. Al llegar el silencio a las ciudades, en dos semanas, el canto de los gorriones volvió por lo menos al nivel de 1970 y disminuyó la agresividad, aumentó el ancho de la banda y el canto se oía dos veces más lejos que antes. No todos los paraísos se pierden irrevocablemente. Leyendo estas noticias recuerdo que algunas maestras envejecen tan rápido, y también me pregunto qué pasará con la agresión que sufrimos diariamente, cuando no se escuche, casi susurrando, la palabra “cambio…” en la calle Florida: ¿Estaremos muertos o estaremos bien?

Y los silbidos, ¿qué pasó con ellos? Hace mucho que no escucho silbar un tango desde una vereda. Con los labios, duros por los años, solo logro una parodia ridícula. Será por eso que me emociona recordar aquello de “yo fui una vez silbando entre arboledas”, que ya no sé si era de nuestro Mastronardi, del Gualeguay, o de Barbieri, perdido en las riberas del Salado.

También las flores cambian sus colores con el mayor efecto de los rayos ultravioletas. Al igual que los protectores solares tan en boga, las flores aumentan ciertos pigmentos para protegerse. No lo vemos pues nuestra visión no es sensible a la radiación ultravioleta. El aumento de la temperatura también lo provoca. Estos cambios dan nuevas orientaciones a los insectos polinizadores. 1241 flores de plantas que pertenecían a 42 especies fueron estudiadas. Las flores pertenecían a distintos herbarios y podían compararse entre los años 1941-2017. Se comprobó un aumento año a año en la cantidad de pigmento. ¿Podrá compararse con el aumento interanual de los protectores solares?

La Venus de los bosques septentrionales va camino a la extinción. Así es considerado en esos bosques el fresno. Su nombre deriva de Fraxinus, y es un árbol muy preciado, de rápido crecimiento. A los cinco años de plantado alcanza el tamaño máximo, de entre 30 a 45 metros. Es el responsable de esa llamarada dorada que enciende nuestras calles en otoño y asienta su oro en las veredas. Árbol de madera noble, y hermoso follaje verde, está siendo atacado por un escarabajo que parece haber llegado de... la China, un hermoso y pequeño escarabajo, casi una joya, que come las hojas pero ataca el tronco. Las larvas, que surgen de los huevos depositados en irregularidades de la corteza, labran galerías en la madera, que debilitan el tronco hasta que éste se parte y muere. Los que estudian la demografía del fresno calculan que a la larga sus semillas serán incapaces de mantener la renovación necesaria. Sé que el escarabajo llegó a Moscú, que está en Canadá y USA, no sé qué pasó en la Argentina, tan proclive a los males chinos, pero por las dudas miren el tronco del que tienen en la vereda.

El fresno pertenece a la familia del olivo. Tiene propiedades curativas, sobre todo en cuanto a los reumatismos. A los niños enfermos se les hacía un lugar en alguna hendidura del tronco, y si curaban quedaban ligados, entre sí, por un extraño vínculo.

Creo que nosotros, quizá más sensatos o más escépticos, nunca llamaríamos al fresno la Venus de nuestras calles. Tendríamos alguna de carne y hueso. Pero este árbol fue considerado por algunas culturas como un ser mágico. Era el “Árbol del Mundo” de los vikingos, y desde que Borges de alguna manera los emparentó con los compadritos de un perdido Palermo, quizás deberíamos saber algo más de ellos. El “Árbol del Mundo” hundía sus raíces en el infierno y sus ramas formaban un pabellón en los límites de la bóveda celeste. Entre las raíces vivía una serpiente, sobre el techo de ramas, un águila. Por el tronco corre una ardilla llevando mensajes de un extremo a otro. El tronco nutre a un ciervo, de cuyos cuernos nacen los ríos y una cabra de cuyas ubres sale hidromiel. De una de las ramas del fresno se ahorcó Odín, el Dios... a quien un cuervo había dejado tuerto... Todo esto es tan complejo como las relaciones del Ejecutivo, con el Senado, la CGT, los gobernadores y todos los ex, pero es más divertido. Y tan inexplicable.
Fuente: El Entre Ríos

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