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No sé por qué me encontré pensando en Julio Humberto Grondona. Preguntándome si es mucho mejor o peor que Tapia o Angelici, y de lo maravillosamente entretenidos que estaríamos ahora, de no haberse él marchado, y estuviera al frente de la FIFA o de la Conmebol. Porque era más que un empresario, un político genial, medido con la vara tan retorcida y maléfica con la que entre nosotros se miden los políticos en la actualidad. Indudablemente, él se hubiera ingeniado para que nunca le colocaran una tobillera, y ni pensar que su nombre hubiera aparecido escrito en algún cuaderno. A lo sumo, se puede imaginar una calcomanía suya que algún chico fanático de Arsenal puso en la hoja suelta de una carpeta escolar.

Pero sin temor a exagerar, no se lo pintaría a don Humberto entero como persona, si se nos pasara por alto su veta apenas escondida, por su natural humildad de filósofo autodidacta. De la que es una muestra clara esa frase que acuñara y que se cuidó de estampar en su anillo de sello, la que sintetizaba uno de los aspectos fundamentales de su filosofía. Incompleto claro está. Porque no es cosa de ir mostrando todas las cartas. Por lo que está bien su afirmación que “todo pasa”, pero según me dicen Julio Humberto le hacía un agregado que daba a su pensamiento un suplemento moral. Es que siempre insinuó que nunca hay que dejar pasar nada valioso “a tiro”… y en esta frase se encuentra el corazón de su pensar.

Pero aquí me olvidé de Grondona, y de lo que me puse a cavilar fue si en eso de que “todo pasa” está toda la verdad. Ya que veo que cada día se interna más profundo en el olvido el “mayor partido de fútbol de la historia mundial”, y con más facilidad si se trata del club de la rivera, o sea de la cloaca del Riachuelo, cosa que a nadie se le ocurrió pensar cuando comenzó a tratarlos de “bosteros” a esa mitad más uno, con la que solo pudo contar alguna vez el general. Y en eso lo entiendo a Grondona.

Pero también tengo presente que todo lo que pasa se vuelve a presentar. De allí que, según reza mi tío, nos pasamos la vida volviendo a hacer las mismas cosas que otros hicieron antes, y que casi con seguridad, vendrán otros que nos sigan y que las harán también; todo eso él lo dice en una versión corregida y aumentada.

Fue ese el momento en que empecé a transpirar. ¿Para qué uno piensa todo el tiempo y tanto? No pude menos que decirme a mí mismo. Porque me acordé de los barra bravas y de la decisión fallida desde el vamos de acabar con ellos. Algo que se me ocurre imposible de llegar a ver si al mismo tiempo no se termina con esa hidra de mil cabezas, que cuando se corta una, repetidamente aparecen varias en su lugar. Con las que conviven las barras bravas y se dan de comer unos a los otros.

Ustedes me entienden cuál es la hidra de la que hablo. Una de las tantas que se esconden en el lugar menos pensado y con las que hay que terminar.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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