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Aunque a nadie le gusta que lo evalúen, las evaluaciones son necesarias, comenzando por la propia autoevaluación. Es que el contar con ella permite no solo saber donde se está parado, sino al mismo tiempo tomar conciencia de si se avanza o retrocede.

Uno de los campos en el que las evaluaciones son necesarias y hasta imprescindibles es el de la educación. Las mismas que a los docentes muchas veces disgustan, y frente a las cuales muestran la misma postura inconsistente que asumen los padres respecto a la calidad de nuestra educación. Es que casi ocho de cada diez padres sostienen que la calidad de nuestra educación es pésima, al mismo tiempo una cantidad de ellos apenas inferior viene a concluir que en el caso de sus hijos ello no es así.

En tanto, se conocen los resultados de la evaluación Aprender 2017 referida a los alumnos del último año del secundario que ha mostrado resultados manifiestamente desparejos. Es que de ello surge que esos alumnos mejoraron en lengua y sostuvieron un muy mal nivel en matemática.

Mientras tanto, se da el caso de comparaciones entre los resultados de esa evaluación con los del Operativo Nacional de Evaluación (ONE), realizado en 2013. De esa evaluación surgen en lo que concierne a nuestra provincia resultados que, según se los mire, en un caso son desastrosos y otros apenas insatisfactorios.

Así de un informe del Observatorio Argentino por la Educación, resulta que en comprensión lectora hemos descendido como provincia de la posición 6 a las 12 en el concierto de las mismas, mientras en operaciones matemáticas hemos descendido del puesto 8 al 11 y en lo que hace al nivel satisfactorio se ha avanzado ya que del total de evaluado hemos descendido en el porcentaje 39 al 31%.

Cabe entonces preguntarse si esas cifras nos están diciendo otra cosa que a nuestros chicos deberían sumarse, en un sentido metafórico, autoridades, docentes y padres que necesitan “volver a clase” con el objeto de revertir esta penosa situación.

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