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Cuando chico, sin ser disléxico, me salían muchas palabras enrevesadas. No al escribirlas sino al pronunciarlas. Era el caso de palabras “viejas”, de esas que ya casi o simplemente no se usan. Por ejemplo, decir “caldaso” en lugar de cadalso. “Albaricias” en lugar de “albricias”. Hablar de “subsatas” cuando aludía a las subastas o remates. Y tratándose de palabras de uso actual y casi cotidiano en los días que corren, “mostruso” en lugar de monstruoso.

Pero nunca había escuchado, como ha ocurrido en estos días, utilizar la palabra “mostro”, en referencia a un dirigente justicialista, en boca de quien no es nada menos que el actual interventor del Partido Justicialista de nuestro país. Neologismo con el que se buscaba castigar a alguien considerándolo un monstruo.

Algo que puede verdaderamente considerarse como un paso más en el camino de la barbarización creciente, si se tiene en cuenta -y esto no me lo contó mi tío, sino que lo sé porque lo estudié- que una de las menos astutas de las tantas mentiras de Menem fue hacer referencia a que había leído los libros de Sócrates, el maestro de Platón y algo así como el abuelo filosófico de Aristóteles cuando, como debería saberse, Sócrates no había dejado ninguna de sus enseñanzas por escrito.

Vamos mal, pero no por esas metidas de pata disculpables, en quienes “no se han terminado de pulir” -algo que no significa ser sabio, sino tan solo bien hablado- en tiempos como estos, en los que todos nos empeñamos en destrozar el idioma. Como lo hacen todos aquellos que se pasan el día enviándose mensajes con palabras apocopadas o letras intercaladas con signos. Sin olvidar los vocablos que utilizan muchos locutores radiales o sedicentes conductores televisivos.

Dice la Biblia que cuando en Babel los hombres se pusieron a levantar una torre que iba a llegar hasta el cielo Dios se asustó, y como si fuera un virus, creó una confusión de lenguas para que los albañiles no se entendieran entre ellos. ¿No será que un Demonio, siempre perverso, se está ahora ocupando de nosotros para que terminemos de desencontrarnos?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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