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Fila de camiones llevando granos al puerto
Fila de camiones llevando granos al puerto
Fila de camiones llevando granos al puerto
Quien recorre nuestra campiña en estos días no puede menos que observar y sorprenderse, al ver en rutas y caminos rurales secundarios, así como la presencia de máquinas cosechadoras, en muchos casos encolumnadas yendo a cumplir con su tarea en sembradíos de soja, o de maíz, a los que les ha llegado el tiempo de la recolección.

Corroborando lo cual es posible ver en las pantallas de televisión a largas e ininterrumpidas colas de camiones ahítos de diversos granos, esperando el momento de la descarga, ya en silos, ya en los barcos amarrados en los puertos del río Paraná, sobre todo del gran Rosario.

Se trata de postales que por lo general pasan desapercibidas, pero que de detenerse a pensar sobre ellas, permiten que de inmediato aflore un número no precisamente pequeño de variadas reflexiones.

La primera de ellas, la que puede hacerse presente en la mente de cualquiera de nosotros aunque nunca haya visto ni una planta de soja -no hay que olvidar que hubo alguien que la llamó “yuyito”- ni un poroto generado por esa planta; y en cuanto al maíz, sí es que alguien sabe algo, es porque alguna vez tuvo oportunidad de comer un choclo, es explicable.

Ya que es consecuencia del hecho que por una casualidad, un defecto o un efecto de tantos cimbronazos como los que hemos sufrido y los seguimos soportando, es que todos nos sentimos y en parte efectivamente lo somos, “economistas aficionados”.

Y como tales sabemos que una cosecha buena, y si es excelente en cantidad y calidad mejor, significa una substanciosa llegada de dólares, que ayudan a nuestra economía en una infinidad de aspectos, del que no es el menor el de tranquilizar el mercado cambiario.

Mientras tanto, es casi seguro que lo que pasa por la cabeza de pocos es preocuparse si el agricultor pudo una vez liquidada sus cuentas tener un resultado que signifique ganancias, o si las mismas eran absorbidas totalmente o raboneadas en parte por las famosas retenciones –tributos que se aplican sobre las exportaciones agropecuarias- que nunca se van del todo, ya que siempre se van para después volver.

Es que para el común de los argentinos, los hombres de campo siempre han tenido y tienen “la vaca atada” y cuando llegan a reclamar acerca de su situación, invariablemente se los trata de “llorones”, algo que no sucede cuando el reclamo viene de otros sectores, inclusive cuando son los bancos los que hacen oír sus quejas (¡!)

No es extraño que, por el contrario, se pueda escuchar a un productor agropecuario ufanarse de los resultados de la actual campaña agrícola y del hecho que primero se han hecho presentes y luego han comenzado a crecer de una manera casi acelerada las exportaciones de carne vacuna, incurrir en la exageración de que es evidente que “el país vive del campo”. Algo que es solo una verdad a medias, y como todas las de ese tipo, nunca terminan siendo una verdad.

Sucede aquí, dicho esto no desde la perspectiva de un economista aficionado, posición que nos resistimos a ocupar, sino la de un simple observador lego, que lo cierto es que el campo, cuando el gobierno lo deja de asfixiar –algo en lo que no es la única víctima- es el sector que muestra más rápidos índices de recuperación.

A lo que se agrega el hecho de que dentro de la economía local se da la existencia de algunos segmentos industriales, que no pueden subsistir sin protección aduanera. Protección de este tipo que como enseñan viejos manuales de economía es necesario en el caso de la “joven industria” -es decir aquélla que para poder desarrollarse como es debido y no quedarse entecada o simplemente desaparecer debe vivir dentro del invernadero que significa la protección aduanera- se puede volver una rémora cuando lo que en realidad se viene a proteger es a una industria que se ha vuelto decrépita sin nunca alcanzar a despegar y que no puede subsistir sin la cuota de oxígeno que para ella significa dicha protección.

La que precisamente hace que se haga presente ese fenómeno tan conocido, aunque nunca criticado en demasía, el que significa la existencia simultánea de “empresarios ricos dueños de empresas pobres”.

Pero no ha sido nuestra intención –y nunca la ha sido- “tomárnosla” con la industria, o por lo menos con una parte de ella, ya que estamos convencidos de que el desarrollo armonioso y auto sostenido de nuestra sociedad depende de la fortaleza de los tres sectores clásicos de la economía, en los que la industria y los servicios deben jugar un rol tan o más importante que el sector primario, pero sobre todo tener presente siempre la necesidad de que todos ellos se complementen entre sí.

Es que el mensaje que quisiéramos trasmitir, siendo conscientes tanto de la dificultad de hacerlo, como de nuestra sobreañadida falta de aptitud, es el de la íntima relación -casi diríamos compenetración- existente entre la “producción” y el “consumo”.

Esto no aplicado a una pequeña sociedad, como era frecuente encontrarlas en la antigüedad y de las que todavía pueden existir casos en algunos lugares aislados de nuestro planeta a las que mal se las ha llamado “auto suficientes”, porque no lo eran; ya que no tenían a su alcance otra alternativa que la de procurar sobrevivir con lo que disponían.

Sino que es el caso de lo que sucede en sociedades con diversos tipos de avance, como es el de la nuestra; en las que se da la presencia del “mercado”, con lo que ello implica.

Ya que el mercado se basa en el intercambio, lo que si no elimina las posibilidades de lo que se conoce como auto producción y consumo, la hace infinitamente más reducida; dado, ya que se produce para el mercado, y el mercado es a la vez el que suministra lo que necesitamos consumir.

De allí que nuestras posibilidades de consumo están condicionadas no solo por nuestra capacidad de producir, sino de lo que hemos producido efectivamente. De donde también es una falacia pretender incrementar nuestro consumo si en una forma paralela no exhibimos una correlativa producción propia.

De donde comprar para consumir cosas con un valor dinerario superior al de las que producimos y vendemos es imposible de lograr sin endeudamiento, por lo que existe tanta gente preocupada entre nosotros; ya que quieren saber –por lo menos los pensantes- cuál es la verdadera explicación de situaciones como las que hemos atravesado, que atravesamos en la actualidad y que seguiremos atravesando en el futuro, de no corregirse malas prácticas inveteradas.

Tres puntualizaciones sobreañadidas para terminar. Una, tener presente el problema de la inequitativa distribución de los recursos, algo que debe llevar a matizar las afirmaciones precedentes. Dos, que el primer Perón hizo de la productividad una de sus banderas de campaña en su paso primero por la Presidencia. Tres, que un estado hipertrofiado e ineficiente como es el nuestro, es una clara muestra de consumo parasitario y de una pesada mochila que cargamos entre todos.

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