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La transustanciación del preacuerdo con el FMI en un Acuerdo de Facilidades Extendidas hecho y derecho, parece ser, un camino menos llano que el que se podía prever en el momento del anuncio del Presidente y el Ministro de Economía.

No sólo la intempestiva renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura de la bancada del Frente de Todos (FdT) en Diputados puso piedras en el camino, sino que también lo hicieron los desvaríos diplomáticos del Presidente y algunos anuncios que conspiran contra del espíritu de lo acordado.

Durante la semana, el Subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, repitió que el aumento de tarifas no superará 20% en el año, hubo negociaciones con referentes de la industria para restringir la demanda de dólares del sector en 2022, y se confirmó que Precios Cuidados seguirá siendo el arma predilecta para combatir la inflación. Es evidente que parte del oficialismo está dinamitando el preacuerdo.

En tanto marca un sendero de ajuste fiscal, de reducción del financiamiento monetario del déficit, de aumento de las tasas de interés para fomentar el ahorro interno y de depreciación del peso más en línea con la inflación, podría suponerse que el plan diseñado va en el sentido correcto para corregir algunos desequilibrios estructurales que minan nuestra capacidad de crecimiento y desarrollo.

Sin embargo, parece ser mirado con recelo, y le cuesta cosechar tanto entre los propios como entre los opositores. Para unos, es demasiado estricto. Para los otros, es demasiado gradual. En el medio, persiste el riesgo de que durante el largo período de ajuste gradual se insista con las mismas políticas equivocadas que armaron el círculo vicioso de estancamiento secular, alta inflación y pobreza creciente que nos agobia desde hace décadas.

Una semana luego del anuncio, parece que el acuerdo no le sirve mucho ni al FMI ni a Argentina. Para el FMI no mejora la capacidad de pago del país, sino que apenas logra evitar la incomodidad de un default inmediato, mientras espera que un nuevo Gobierno, en 2023, llegue con ideas económicas más proclives a estabilizar la economía. Al Gobierno no le permite recrear la confianza en la economía, sino que evitar el default lo aleja de un escenario complejo, que podría complicar su supervivencia.

Demasiadas veces experimentamos con la gradualidad, y en cada una de esas veces fracasamos. El problema es la mirada de la política: en el
altar del costo político inmediato se sacrifica el futuro de la sociedad. Nadie parece dispuesto a tomar el toro por las astas; nadie quiere eliminar el déficit fiscal. Sin déficit fiscal no haría falta emitir, ni cobrar el impuesto inflacionario, ni habría pesos sobrantes que corren al dólar. Por supuesto, el ajuste podría aumentar las penurias inmediatas, pero a favor de un futuro más estable. Como para la política sólo cuenta el hoy, ese camino es intragable. Pero para la sociedad cuenta más la esperanza, el futuro. Tenemos tiempos distintos de los de los políticos.

Máximo Kirchner renuncia a la presidencia de la bancada del FdT con la mira puesta en la pérdida de popularidad que le podría significar hacer lo correcto, con su costo asociado, en términos de votos en 2023. No actuaría distinto la oposición si se niega a apoyar el acuerdo en el Congreso.

Sobre todo porque no lo haría en función de su contenido, sino porque se rehúsa a quedar “pegada” a un acuerdo que parte del oficialismo no apoya. La oposición también piensa más en la política de 2023 que en lo que es bueno para Argentina. Ambos miden el preacuerdo según sus costos políticos, no según sus méritos económicos.

Los argentinos somos el jamón del sándwich entre el oficialismo y la oposición. Cuesta entender que, con estancamiento secular, altísima inflación, y más de 40% de pobreza, la mira siga apuntando a objetivos cortos. Más cuesta entender que la sociedad no reaccione, sino que se resigne a perder la esperanza. Nuestro umbral de tolerancia también debe haberse movido.

La paradoja está en que, si el costo político fuera lo importante, Alberto Fernández y Martín Guzmán podrían estar ante una gran oportunidad. Si pudieran dejar a un lado sus egos (ejercicio quimérico para la política), reconocerían que su mayor probabilidad de trascender radica en hacer las cosas bien y cambiar la realidad.

No tienen chance alguna con apenas prolongar la agonía, para evitar o, mejor dicho, intentar evitar un colapso. El preacuerdo es un primer indicio de que reconocieron que la alternativa de no acordar abría la puerta de un abismo. Pero el preacuerdo es un paso tibio en el proceso cambiar la realidad.
Fuente: El Entre Ríos

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