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Culmina 2022 con una economía que habrá crecido más de 5%, contra todos los pronósticos de inicio de año. La contracara, en materia de indicadores duros, es el fuerte salto de la inflación, que quedará en la orilla de los tres dígitos, casi el doble de la de 2021. Además, el peso habrá perdido 42% de su valor contra el dólar, el salario real habrá caído 4% y el 37% de los argentinos terminará el año como pobre.

Sorprende que, con este panorama, el Gobierno se haya mantenido firme, aunque con formas desordenadas, con las metas acordadas con el FMI en materia de ajuste fiscal y acumulación de reservas. Haciéndolo, evitó que se concretara el desmadre macroeconómico que muchos preveían a comienzos de año. La llegada de Sergio Massa al Palacio de Hacienda no redundó en un plan económico integral, ni en una visión estratégica más clara que la que existía hasta entonces, pero sí en un buen trabajo de estabilización del caos a través del uso de múltiples parches. No estamos mejor que antes de la llegada de Massa, pero detuvimos la espiral descendente, lo que no es poco.

El año 2023 se presenta desafiante en varios frentes. En primer lugar, los economistas prevén que la economía se desacelere, y mucho: a duras penas quedará en los niveles de este año. En segundo lugar, la inflación no bajará, según los pronósticos que recoge la encuesta mensual del Banco Central. Tercero, el acuerdo con el FMI demandará más ajuste fiscal, todo un desafío para una economía estancada y en un año de elecciones. Cuarto, estaremos en una carrera contra el tiempo en materia de reservas: ¿se llegará a tiempo con la construcción del gasoducto? Y, si se llegara a tiempo, ¿la mayor producción de gas alcanzará para compensar, por vía de la caída en las importaciones de combustibles, la pérdida de valor de las exportaciones agrícolas que cause la sequía? Por último, seguirá siendo una gran incógnita cómo hará el Tesoro para seguir financiando el déficit fiscal en el mercado de bonos. La mayor parte de los vencimientos caen en los próximos 9 meses, y estirar esos plazos dependerá no sólo de las ofertas que haga el Tesoro, sino de la demanda privada y, además, de la voluntad de los funcionarios públicos que deban aceptar los canjes en condiciones que podrían llevarlos a Tribunales pocos meses después, si los nuevos bonos no se pagaran.

Con todo, el Gobierno tiene en el calendario a su mejor aliado. Es probable que el paso de los días, en 2023, juegue a favor del objetivo de llegar al cambio de mando sin que haya estallado una crisis grave. Estamos en un tira y afloja entre la fragilidad macro y las expectativas de cambio. Un tira y afloja en que las expectativas parecen haber tomado la delantera. Es lo que indica el desempeño del índice Merval, que subió 142% a pesar de los controles de precios, el semi congelamiento de tarifas y las regulaciones mortales aplicadas a los bancos, el sector de mayor representación en el índice. Y lo que indican los bonos en dólares, que subieron 40% en los últimos seis meses. Que la economía mire hacia el 10 de diciembre con optimismo viene siendo un gran aliado del oficialismo.

Un aliado que podría dejar de serle tan útil según lo que empiece a deparar la realidad. El calendario electoral es largo, y arranca antes de lo que comúnmente se piensa. Muchas provincias han adelantado sus elecciones y, a nivel nacional, ya en junio sabremos el nombre de los competidores. Esto podría afirmar, pero también modificar las expectativas.

Es cierto que transpira en el oficialismo nacional un tufillo a fin de ciclo y que, vistos los resultados conseguidos, la reelección luce como una misión de casi imposible concreción. También parece cierto que existe en la sociedad una demanda por racionalidad que durante un par de décadas estuvo ausente. Pero también es cierto que no está tan claro que la sociedad pueda combinar ese deseo con el nombre de un candidato. La elección luce muy abierta y un escenario de fragmentación no puede descartarse.

Como bien decía el famoso inversor estadounidense Warren Buffett, “un pronóstico dice mucho del pronosticador, pero nada del futuro.” El año 2023 comienza con incógnitas de todo tipo respecto de la economía, las finanzas y la política. Las opciones van desde el optimismo de la transición hasta el estallido de una gran crisis económica.

Incertidumbre: nada que a un argentino le haga perder el sueño. Lástima que ya no haya una Copa del Mundo con la que atravesarla.
Fuente: El Entre Ríos

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