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Ya no importa si hay o no contagios; sólo importa que todo lo que se hace para evitarlos y para evitar el colapso económico está mal hecho

Cada semana, el Gobierno da muestras de desorientación. De no saber cómo encarar los problemas que se le presentan y, por no saberlo, de sólo patear la pelota hacia adelante a la espera de la aparición de alguna solución milagrosa.

Dos temas ocupan hoy el centro de la agenda: la cada vez más imaginaria crisis sanitaria que provoca la pandemia de Covid-19, y la real crisis económica que se deriva de las cuarentenas para atender la cuestión sanitaria. Para ninguna de las dos parece existir un plan.

En la cuestión sanitaria, el aumento de los contagios genera un pánico injustificado. Aunque la curva se mueve muy por debajo de lo que el 19 de marzo se preveía, el Gobierno parece sentir que lo tragan las arenas movedizas con cada nuevo informe diario. Al parecer, el plan no era tal, o el tiempo de preparación no fue suficiente para prepararse.

Cuesta entender el pánico. Tras 93 días de cuarentena, la acumulación de contagios apenas alcanzó al 0,1% de la población. Y aunque los escépticos hablen de muchos más contagios, ni siquiera un número 10 veces mayor sería tan dramático. Tras 93 días de cuarentena y cuatro meses con datos, las muertes recién alcanzan la cifra que en un año normal tenemos por día. Se pronosticaban millones de contagios a inicios de junio para justificar la cuarentena, y 250.000 contagios aún con cuarentena. La realidad desmintió los pronósticos por nada menos que 90%.

¿No será que el virus no es ni tan contagioso ni tan letal como se suponía? Sin duda, los modelos matemáticos fallaron. Esta parece ser la conclusión de los gobiernos en los países del hemisferio norte, que comienzan a retomar la normalidad. Vemos a diario fotografías de restaurantes, calles y playas con circulación fluida de personas. El horror de las muertes, sabemos ahora, no fue tal: en ningún país el Covid-19 aumentó la tasa de mortalidad ni generó una cifra desproporcionada de fallecimientos. Lo único desproporcionado fue y es la repercusión mediática del asunto.

En Argentina, el plan que tan sensato pareció aquel lejano 19 de marzo comienza ahora a verse más borroso. Ni las camas de hospital ni las de terapia intensiva están saturadas con casos de Covid-19. Fuera del AMBA, los brotes son ínfimos y casi no generan fallecimientos, aunque los intendentes sobreactúen su rol de guardavidas. Pero cada nuevo caso aumenta el pánico y la ansiedad de los gobernantes. Probablemente se deba a una falla de origen: los gobernantes nunca se ocuparon de la salud pública; tampoco pudieron hacerlo durante estos 93 días de cuarentena.

La única solución que encuentran, entonces, es patear el problema para adelante, en una cuarentena que se hace eterna y que, como se ve en las calles de todo el país, está agotada y comienza a minar la autoridad de quienes la extienden.

En la economía, la cosa es aún más frágil, pero la solución no tan diferente. Que la UCA dejara de medir la pobreza no implica que haya desaparecido, sino que sugiere que ha aumentado tanto que la difusión de las cifras sería escandalosa. Esta semana, la Unión Industrial Argentina dio a conocer cifras calamitosas de producción y empleo. Hay 196 mil empleados menos en un año. La entrada de nuevos empleados en el período fue la menor desde 2001.

En el sector de servicios, la cosa debe ser aún peor – restaurantes, hoteles, turismo están en el mejor de los casos al 25% de sus niveles normales de actividad, y los planes de ayuda estatal sólo cubren una parte minúscula del daño que las decisiones exageradas del estado provocaron.

Antes de que comenzara la cuarentena, el Presidente decía que el plan económico estaba supeditado a la resolución del problema de la deuda. Que no podíamos tener una Ley de Presupuesto si no sabíamos cuánto destinaríamos a pagar dicha deuda. A seis meses de asumir, no resolvimos el asunto y estamos en default. El viernes anunciamos que el plazo de aceptación de la oferta de Guzmán se extendió hasta el 24 de julio. Otro frente en el que pateamos la pelota hacia adelante.

La coincidencia en el trato que reciben la cuestión sanitaria y la cuestión económica es llamativa. ¿Será que es así el plan - la postergación como modo de gobierno? Cualquier semejanza con una atávica danza de la lluvia no parece coincidencia. Sólo que esta la realizan los profesores.

A diario leemos tuits indignados de trolls que hablan de un plan estructurado para coartarnos la libertad, permitir que se expresen los innatos impulsos autoritarios de los gobernantes, fomentar la expropiación de empresas y gestionar la inmunidad para los juicios por corrupción. Si ese fuera el plan, la torpeza para llevarlo a cabo es monumental. Muchos más creíble es que este plan, como el sanitario y el económico, tampoco exista. De todas formas, esto no quiere decir que aunque no haya un plan para convertirnos en Venezuela, no exista la suficiente torpeza como para terminar llevándonos hacia allí.
Fuente: El Entre Ríos

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