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Una jueza federal de Boston ha fallado en favor de la prestigiosa Universidad de Harvard al entender que el claustro educativo tiene derecho a considerar la raza en la admisión de sus alumnos. Una vez más, la llamada discriminación positiva se ratifica.

El argumento del centro educativo se centra en que quiere tener un cuerpo de alumnos diverso y que por tanto a la hora de seleccionar a sus ingresantes puede tomar en cuenta si estos suman o no a la diversidad de la clase. En ese sentido, la magistrada estuvo de acuerdo con la postura de la facultad: “La rica diversidad en Harvard y otros colegios y universidades y los beneficios que se derivan de esa diversidad fomentarán la tolerancia, la aceptación y la comprensión que finalmente harán que las admisiones con conciencia racial sean obsoletas”.

La denuncia surgió a partir de un grupo de jóvenes asiáticos-americanos, interpuesta por una agrupación de estos llamada Studentsforfair Admissions (Estudiantes a favor de admisiones justas) que se consideraban discriminados por este sistema de ingreso, que termina dejándolos afuera aunque posean mejores calificaciones que quienes terminan ingresando. Para este grupo, la facultad termina violando sus derechos civiles al favorecer el ingreso de minorías como los negros o los latinos.

¿Está bien que las facultades o incluso los trabajos formen sus equipos teniendo como un requisito adicional la diversidad que aporta a mi establecimiento? Eso parecería para muchos ir contra la meritocracia. Alumnos de notas altas se sienten rechazados porque no tiene un plus llamado “diverso”. Pero, ¿no será que el sistema necesita hacer estas distinciones para forzar hoy la integración de estas minorías y así el día de mañana permitir que ocurra de forma natural?

El dilema de los cupos siempre estuvo en el orden del día en todos los ámbitos. Por un lado, los gobiernos han establecido en muchos países el llamado cupo femenino con el objetivo de lograr integrar a las mujeres a la política. De hecho, la Argentina fue el primer país en establecerlo en 1991. ¿Esto generó que los hombres sean desplazados por las mujeres en la representación política? No, la ley estableció un mínimo, que está lejos de ser el porcentaje real de hombres y mujeres que viven en el país.

El miedo a las imposiciones de diversidad existe pero no necesariamente tienen el efecto que muchos piensan. Por el contrario, muchas veces son necesarios para que rompamos sesgos propios inconscientes que ni sabemos que tenemos. Necesitamos que nos obliguen a pensar en contratar a alguien de una minoría para que el inconsciente no nos termine haciendo descartar buenos candidatos, simplemente porque no se ajustan a los estándares que alguien alguna vez impuso en nuestra cabeza como normal.

Está claro que el sistema de los cupos no es la realidad perfecta, y también no parecería correcto favorecer a otros porque poseen un plus de diversidad pero tampoco está bien dejar sin oportunidades a las minorías.

Lo importante es encontrar el equilibro. Pero en el camino a hacerlo, aunque nos equivoquemos, lo fundamental es que lleguemos al objetivo buscado: una sociedad más inclusiva, con oportunidades para todos, independientemente de cómo se vista, qué religión elija, de qué color sea su piel, sea mujer u hombre u otros. Hacia eso queremos ir, aunque no hayamos encontrado el modo perfecto todavía.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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