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Puede que estemos equivocados, y que todo lo que sigue sea sin valor, porque la información en la que basamos nuestras siguientes reflexiones solo se limitan a mostrarnos cifras que pueden causar impacto por su espectacularidad, pero que en definitiva, de ser así, no sería sino una prueba más de nuestra mediocre vaciedad.

Nos estamos refiriendo al hecho que en diversas publicaciones han aparecido notas que se ocupan de la trascripción y análisis de las cifras de un llamado “índice de calidad parlamentaria”, que a estar al tenor de la información que esas notas contienen, tendrían como vara para medir a cada legislador, la cantidad de tiempo en que se lo escuchó tomando la palabra con la autorización del presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, en el transcurso de la sesiones de ese cuerpo, durante el último período parlamentario.

Se nos ocurre, como ya lo hemos señalado más arriba, que de ser así resulta mala la vara con que se mide para establecer la calidad de desempeño de cada legislador. La que vendría a querer significar que cada uno de ellos es mejor cuantas más palabras se los escuche pronunciar en las sesiones respectivas, y peor es cuando menos habla, en cuyo extremo se encuentran aquellos que por evitar hablar y vérselos sumidos en un mutismo absoluto, hasta cabría considerarlos como pasibles de una condena social, o más concretamente del conjunto de ciudadanos.

Es que usar ese patrón como medida de calidad, comienza por olvidar la prudencia de ese aserto que señala que en bocas cerradas no entran moscas, y termina confundiendo la cantidad de las cosas que se dicen, que no pueden ser sino una chorrera soporífera, y a la vez desubicada y hasta incomprensible, como un jalón que convierte al verborrágico muchas veces intemperante y mal educado, “rankeando” en las alturas, sin que parezca importar nada el valor del contenido de cada intervención, que no es otra cosa que la calidad del aporte del que él debería exigirse y que, a estar a lo que se conoce de ese índice, se pasaría por alto.

Todo ello en un contexto en el que si la cantidad de palabras no sirven de vara para medir cosa alguna, tampoco lo es el número de proyectos por cada legislador, porque así como hay tantos casos de quienes hablan por hablar, existen los convencidos que con acumular en su haber proyectos presentados pueden en verdad exhibirse como descendientes de Moisés o de Solón, pasando por alto que en la mayoría de los casos esos proyectos resultarían tan solo como materia utilizable para algún autor de novelas de realismo mágico. O sea que aquí como en el caso de las palabras, a lo que hay que atender a la hora de pretender medir es el contenido de esos proyectos.

Sin olvidar, que es de importancia tener en cuenta la asistencia tanto a los plenarios de las cámaras y a las comisiones internas que integran y los aportes que cada una de ellos haya hecho a la labor de aquellas.

De donde hasta cierto punto al menos, no el índice de calidad en sí, sino de lo que él se publica como noticia destacada, viene a mostrar hasta qué punto nos empeñamos en convertirlo todo nada más que en una feria de vanidades.

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