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Muchos de los que visitan Colón, a los que se suman paradojalmente muchos de los que no solo viven allí, sino que inclusive ese es su lugar de nacimiento, es posible que no sepan del esfuerzo de largo aliento que significó la transformación de su zona ribereña en las actuales playas de arena.

Es que un Colón originariamente centrado en el Balneario Piedras Coloradas, que mantenía a duras penas un estrecho segmento de playa enarenada, apelando a la descarga anual de una barcaza, con la que se incrementaba o mantenía -todo ello según el comportamiento del río en invierno y los inicios de la primavera- aquella como la manera adecuada, no había desde allí hasta la boca del Arroyo de la Leche, otra cosa que humedales entretejidos con el monte nativo, antes y después de una cuchilla barrancosa que terminaba de una manera abrupta en “un frente rocoso de piedras coloradas”, que anticipaba la existencia de peñón de piedras obscuras en la boca del indicado arroyo, las que según se supo enseñar en alguna escuela, no sería sino un afloramiento distante de esa masa más compacta que constituía el Macizo de Brasilia de la Era geológica primaria. Sobre la cual se asienta lo que se conoce como la República Oriental del Uruguay, que ahora se lo menciona como el Uruguay “a secas”.

Hacia el norte, dejando la interrupción que significaba la presencia del puerto con su murallón todavía subsistente, se daba la presencia de un panorama parecido hasta la boca del arroyo Artalaz, con excepción del intento audazmente premonitorio de un grupo de vecinos del Barrio Norte, liderado por Florentino Martínez, de efectuar un abra y construir una estructura que muchos consideraban fantasiosa y que luego terminó destruida.

La existencia de “lavaderos” de material terroso del que, como resultado del proceso, resultaba el canto rodado que se comercializaba, y el resto era principalmente arena gruesa la que en su mayor parte quedaba en el lugar y dio tanto al norte como al sur de la costa la formación de incipientes playas de arena, las que en el caso de del sector sur permitió sentar las bases del balneario municipal, que ahora es conocido como Balneario Santiago Inkier.

Durante la administración municipal del ingeniero Raúl Peragallo se produjo un segundo punto de inflexión con la erradicación del bosque nativo hasta la boca de ambos arroyos. De allí en más todo es historia reciente, en la que se suma el esfuerzo de sucesivas administraciones municipales, en las que es destacable las de Mariano Rebord, no solo por ser quien ocupó por más tiempo la jefatura de la comuna, sin olvidar que Eduardo Del Real, que sigue mostrando su presencia con la laguna artificial que se construyera a poca distancia de la boca del arroyo Artalaz, o la de Roberto Girard con la implantación de palmas yatay provenientes de El Palmar.

Evidentemente es mucho lo que se hecho y también mucho lo que queda por hacer. Se nos ocurre buscar la forma que el sector de manzanas ocupado parcialmente por humedales sea cegado y convertido en espacio urbanizable. Además de ello, avanzar en el enarenado de la costa que se encuentra entre el murallón de lo que fue el puerto hasta el Balneario Piedras Coloradas, en el que ya es palpable su ocupación por un número creciente de visitantes.

A lo que agregaríamos la sugerencia de aprovechar las inusitadas bajantes del río para retirar todos los bloques de piedra que se encuentran desperdigados en el sector, así como los afloramientos de piedra blanquecina, también observables allí como contribución a la expansión de las zonas de playa.

Un dilema lo constituyen los barcos de distinto tipo que se aposentan en la margen del río. ¿Dejarlos como una “instalación” que de un rasgo peculiar al paisaje, o busca lograr su desguace? Esa es otra cuestión, y en este orden de cosas no la más importante.

En conclusión: el crecimiento de nuestras playas ha venido acompañando, desde atrás y empujado por éste, el desarrollo turístico de Colón.

Otro detalle: que se haya tardado más de medio siglo en ese proceso habla mal del ritmo, en ocasiones pachorriento y en otros errático, con el que se hacen las cosas entre nosotros.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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