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¿Habrá acuerdo con el FMI? ¿Qué clase de acuerdo?
¿Habrá acuerdo con el FMI? ¿Qué clase de acuerdo?
¿Habrá acuerdo con el FMI? ¿Qué clase de acuerdo?
El entusiasmo de los mercados financieros con el resultado de las elecciones PASO duró lo que un suspiro. Es cierto que las ganancias recientes habían sido construidas durante el mes y medio previo al domingo 12 de septiembre, y que el evento puede haber constituido una oportunidad para lo que en la jerga financiera se llama “vender con la noticia”. Pero también es cierto que la caída de precios ha sido bastante más pronunciada que lo que cabía esperar en función de las expectativas que crearon los resultados entre los operadores.

Subas y bajas violentas en el mercado obedecen a cambios de sentido en los flujos de los operadores que manejan horizontes de inversión a corto plazo. Los inversores de largo aliento se mueven con otra paciencia, motivados más por la percepción de valor fundamental que por el ansia de generar una ganancia rápida. Ocurre que en Argentina casi no queda en pie inversor alguno de largo plazo; de ahí que los movimientos de los activos argentinos siempre indiquen parámetros de euforia o desazón extremas.

La confianza del mercado le resulta bastante elusiva a Argentina. Al mercado se lo fustiga ideológicamente como si fuera un antro de especuladores. Pero está a la vista que los países en los que el mercado de capitales funciona, son países que funcionan mejor.

Los precios de bonos y acciones argentinas incorporan muchas noticias malas, presentes y por venir. Están muy alejados de los precios de activos comparables en otros países de la región, y a años luz de los precios de activos comparables en mercados desarrollados, que viven uno de sus mejores momentos históricos, con tasas de interés bajísimas y valuaciones de acciones históricamente muy altas.

Esta bonanza en los mercados globales no alcanza para cambiar la suerte de Argentina. A la poca cantidad de buenas noticias propias, se le ha sumado la falta de incentivos para que los inversores extranjeros tengan en cuenta a Argentina como dinero del exceso de dinero que fluye en el mundo: ya no somos parte de los índices de acciones emergentes, y somos irrelevantes en los índices de bonos. Si un gestor de fondos invierte en Argentina y le sale mal, su trabajo estará en riesgo. Si le sale bien, no será demasiado premiado. Va a costar mucho esfuerzo volver a atraerlos.

Se especulaba con que el año 2021 traería dos eventos que podían cambiar el humor: las elecciones y un acuerdo con el FMI.

Las elecciones ocurrieron, con un resultado mucho mejor para el mercado que lo que éste deseaba. Pero las cotizaciones bajaron. ¿Por qué? Primero, por lo que hizo el Gobierno, que reaccionó al resultado desatando un conflicto interno cuya resolución está lejos de ser definitiva. Cabe dudar de que el camino hacia 2023 sea sencillo: aunque la capacidad de tomar decisiones heterodoxas no esté intacta, sigue siendo alta. Segundo, porque ya no entusiasma tanto un cambio de gobierno que devuelva al poder a algún “malo conocido”, sobre todo si no entiende con qué mandato y con qué planes llegaría.

No fue la política, entonces, el catalizador esperado. Nos queda la esperanza de un acuerdo con el FMI, que nos ordene. Por más buena voluntad negociadora y política que pongan las partes, un acuerdo debería contener, como mínimo, algunas pautas para reducir el déficit fiscal, ordenar el panorama monetario y acumular reservas. Es el manual del FMI, la línea que no trasvasará. No pedirá nada alocado, pero tampoco aceptará que vayamos en sentido inverso.

¿Qué significa esto? Reducir el déficit demanda básicamente aumentar impuestos, aumentar las tarifas de servicios públicos o recortar las jubilaciones. No hay otra más. Ordenar el panorama monetario significa que haya menos emisión para financiar el déficit, y tasas reales positivas para permitir al Tesoro endeudarse en pesos más que ahora. Acumular reservas depende de que haya un dólar más libre. Este sería un “acuerdito” de mínima. Uno que ni siquiera garantiza que se pueda volver a recrear la confianza del mercado; menos aún, conseguir financiamiento externo.

¿Está preparado el Gobierno para aceptar estas condiciones? Por un lado, los nuevos nombramientos parecen decir que sí: son el regreso al poder del peronismo más tradicional, el que no está para “romper todo”. Por el otro, parece que acordar, con todas sus implicancias, significaría arriar demasiadas banderas para el kirchnerismo. Hasta el “acuerdito” es intragable. Si prefiere replegarse sobre su núcleo duro del 20% y gobernar para él, el acuerdo será imposible. Quedará la combinación actual: más gasto, más emisión, más cepo, menos importaciones, más precios y tarifas congeladas. Las consecuencias de no negociar no tardarán en notarse: más corrida cambiaria, más recesión, más inflación. Quedará por ver si hay consecuencias políticas. Desde el 12/09 la coalición peronista es más frágil.

Los dos años que quedan hasta 2023 son, para Argentina, una eternidad impredecible. Cualquier cosa puede pasar. Y, aunque no debamos confundir el árbol de los problemas de corto plazo con el bosque de un potencial cambio de modelo en 2023, no podemos descartar que un futuro mejor llegue después de que se hayan pergeñado ideas que, de ser llevadas a la práctica, inflijan sobre la economía un daño mayor.
Fuente: El Entre Ríos

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