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Vialidad provincial, una repartición provincial que resultaría apenas exageradamente descabellado calificar de inexistente.

Debemos decir para empezar que no tenemos ningún tipo de ojeriza a los trabajadores viales, independientemente de cuál sea su ubicación en el escalafón.

Inclusive consideramos que no viene el caso, hacer referencia a un fenómeno al que en algún momento resultaría oportuno encontrarle una explicación. Se trata del hecho que se tiene como cierto, aunque por nuestra parte no hemos tenido ocasión de comprobarlo, esa repartición sería una suerte de “casillero tipo comodín”, en el que se coloca a todos aquellos que por un compromiso político se hace necesario “ubicarlos”. Y que este sería el mejor lugar para hacerlo, sin que haya problemas, y por sobre todas las cosas sin que se note.

Pero la cuestión no pasa por allí, sino se centra en las consecuencias ominosas de toda ominosidad, que tienen como principal causa el desastroso estado actual de la red vial provincial. Afirmación que exige ser matizada con dos aclaraciones.

La primera que en ese mal estado existen graduaciones, y en la que en su grado más bajo se encuentran los caminos rurales, esos que hubo una época que inclusive fueron denominados como “las rutas de la producción” cuando ya había comenzado su debacle. Tiempos que explicaba que ya en ese entonces volviera a hablarse de la reimplantación de “los consorcios camineros” en el ámbito rural.

La segunda es que la situación expuesta tiene una concausa que la vuelve explosiva, cual es la desaprensiva imprudencia de muchos conductores de vehículos. Un comportamiento que se da en la actualidad por razones que nos cuesta entender un incremento en los accidentes de tránsito, incluso en los que resultan comprometidos choferes profesionales. Tal el caso de los conductores de camiones y ómnibus no solo destinados al traslado de grupos de turistas, sino a choferes de línea, a los que se les supone con la hoja de ruta incorporada a su cerebro, dada la habitualidad de su recorrido.

Un estado de cosas al que, en el caso puntual de las autovías, se hace presente de una forma que puede significar el desencadenamiento potencial de una tragedia, cuando se da la conjunción de una lluvia intensa y el mal estado de la calzada, traducido en la circunstancia que el agua se estanca en ella y no se desliza a la banquina; algo que lleva a que conductores poco precavidos terminen con sus vehículos “surfeando” – es lo que se conoce como el efecto acuaplano”- hacia … la eternidad.

En cuanto al estado de los caminos, la cuestión no pasa solo por su falta de mantenimiento, sino por una situación nueva que se presenta cada vez con mayor asiduidad, y en el caso de una sociedad normal resultaría completamente sorprendente y a la vez inexplicable. Es que nos enfrentamos con la situación que las rutas recién construidas no solo se llenan de baches transcurrido escaso tiempo; sino que se da la situación curiosa de ver a su capa asfáltica comenzar a desgranarse o su cementado a agrietarse o levantarse aun antes de que su construcción haya concluido.

Prescindimos de hacer referencia a la sobrecarga transportada por los camiones, circunstancias que, por ser de conocimiento público, no puede ser ignorada por los funcionarios competentes. Situación de la que encontramos una prueba evidente, en la formación de huellas profundas en el carril por el que habitualmente se desplazan los camiones; sobre todo por el hecho se hace presente fundamentalmente en el caso de las rutas que están bajo la égida de la jurisdicción nacional, dado lo cual a nuestra “vialidad local” cabe exonerarla, al menos en estos casos, en principio de toda culpa.

Dentro de ese contexto, es algo realmente preocupante que a la repartición provincial, incluso le cueste cumplir con promesas de “esfuerzo compartido”, por las cuales las autoridades municipales toman a su cargo responsabilidades que no son precisamente suyas, sino del organismo provincial.

Esfuerzo compartido, el cual no significa otra cosa que lograr que las obras se lleven a cabo: y de esa manera suplir lo que no se sabe si calificar como de impotencia o incuria ajena. Ese es precisamente el caso del camino que desde 1° de Mayo llega hasta la autovía 14 a la altura de la ciudad de San José, circunstancia que ha alcanzado amplia repercusión, como consecuencia del reclamo respetuoso de la Municipalidad de esa ciudad, y del que nos hicimos eco desde esta columna.

Un repaso que cabría que concluir no con el interrogante enojado del subtitulado de la presente, ya que es descabellado ignorar la existencia de la DPV, así apocopado el nombre, como ella está en su funcionamiento, sino a la hora de inquirir acerca de su utilidad.

Cabe aquí efectuar una digresión que no es otra cosa que un consejo leal a todos los defensores de la empresa pública. Se trata de advertirles que la mejor manera de hacerlo reside en que tantos los organismos estatales autárquicos, como las empresas de propiedad pública, funcionen con la eficacia mínima que la población exige.

A la vez la situación que se vive en materia vial entre nosotros, lleva a reflexionar acerca del porqué ella, considerándola una excepción inusitada, tenida como el “patito feo” de la actividad del Estado, y si en realidad descalabros parecidos cabe encontrarlos en mayor o menor medida en todos los servicios que presta y las funciones – y esto sí es de suma gravedad- con la manera que ejerce las funciones constitucionalmente a su cargo.

Si mencionamos al titular esta nota al “ogro filantrópico”, es haciendo referencia al malogrado poeta y escritor mejicano Octavio Paz, quien en su momento escribiera un ensayo con ese nombre, y que aludía a las funestas consecuencias de la existencia de un Estado hipertrofiado, que precisamente por su volumen paquidérmico, termina haciendo mal todas las cosas buenas, que al menos era su intención inicial, poner al alcance de la población.

Es que, por nuestra parte, aunque abriendo un interrogante acerca de la validez del juicio, tenemos la impresión de que es ATER el organismo público que con más eficiencia funciona. Aunque a ningún contribuyente si bien admitiría dejarse convencer que es un ogro, de cualquier forma se resistiría a tenerlo por filantrópico.

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