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El auto de la Diputada Viola
El auto de la Diputada Viola
El auto de la Diputada Viola
Uno de los sobrevivientes de la Guerra Civil Española que destruyó a esa nación durante la década del treinta del siglo pasado, la que sigue todavía casi un siglo después alimentando enconos en apariencia incurables, pronunció, de esto hace pocos años, un juicio lapidario acerca de la justificación del porqué nadie imaginó que se pudiera llegar a esos extremos en nuestra Madre Patria.

Fue cuando se lo escuchó decir con palabras que todavía allí resuenan en forma subterránea, que “nos odiábamos tanto que terminamos matándonos entre nosotros”.

Resulta sobreabundante decir que las guerras más violentas, de consecuencias más trágicas y de secuelas más graves, son las guerras fratricidas, porque es difícil superar ese sentimiento en el que se entremezclan la culpa y el rencor, y que siempre provoca heridas, que al parecer no se terminan de cerrar nunca, e inclusive en muchos casos llegan a proseguir vivas en el transcurso de generaciones sucesivas. Sentimiento que resulta inclusive más grave que las destrucciones y pérdidas materiales y que es equiparable, al menos en cierta medida, con el que despiertan los muertos en los entreveros de este tipo de conflictos.

Es así que las luchas que al comienzo de nuestro siglo terminaron con la disolución de la antigua Yugoeslavia, encendieron odios ancestrales que llevan a pensar que aún no se han olvidado, entre quienes viven en las naciones que emergieron después de su implosión.

Y no es de extrañar que en los estados sureños de los Estados Unidos todavía se vea, en algunos edificios y viviendas, izada la bandera de la Confederación, como demostración de la forma en que sigue calando hondo en algunos trasnochados la guerra “entre el norte y el sur”.

Mientras tanto, sin ser conscientes del todo, da la impresión de que no son pocos los que se encargan de alimentar un odio larvado, con irrupciones cada vez más frecuentes que se insinúan en nuestra sociedad.

Las actitudes y comportamientos de violencia explícita o expresada en forma soterrada, que se han vuelto habitual en nuestra vida cotidiana, sirven para abonar el suelo para la explosión eventual del odio del que hablamos.

No se trata de la violencia delictiva común con la que convivimos, aunque ella contribuye a abrir la posibilidad de una violencia de otro género, cuales son las de carácter político y social. Porque en medidas diferentes y desde perspectivas distintas es ese tipo de violencia el que sirve para generar el odio.

De allí que se debe considerar algo más que un incidente aislado, u otro de los tantos similares, los daños ostensiblemente intencionales, que suenan a un mensaje que sufriera, en una ciudad de una placidez provinciana como es el caso de la entrerriana localidad de la Paz, el automóvil de la diputada provincial María Alejandra Viola, que lo había dejado en la puerta de su casa, -algo que hacemos tantos de nosotros- ubicado a cincuenta metros de un destacamento policial en esa ciudad y que apareció con una rotura de vidrios en la madrugada.

Lo extraño es que ello ocurrió dentro de lo que otro diputado provincial describe como el clima tenso que se está viviendo en la Cámara de diputados de la provincia con el ex gobernador Urribarri (inexplicablemente actual presidente de ese cuerpo), de lo que fue una expresión “lo sucedido en la última sesión del cuerpo legislativo”. En la misma, que califica de lamentable, “fue donde (Urribarri) hizo un abuso de poder porque pidió la palabra, cerró el debate y no dio lugar a que se replique lo que dijo”

Por supuesto que no efectuamos ninguna vinculación de tipo personal entre aquel incidente y Sergio Urribarri, algo que debe quedar bien claro, pero también que existen personas que actúan por su cuenta y sin recibir órdenes, cuando sienten que alguien ha “tocado” a otra con la que se sienten identificadas, algo que los lleva a comportarse de una manera condenable y no solo equivocada.

Pero desgraciadamente la situación mencionada, resulta casi de esas que se menta al pasar, sin apenas detenerse en ella, frente a hechos realmente preocupantes y severamente condenables como el destrato sufrido por el Secretario de Cultura de la Nación, durante el acto inaugural de la Feria Nacional del Libro, cuando un grupo de asistentes, a fuerza de improperios, no dejó escuchar el discurso que pronunciaba el funcionario, quien lo leyó hasta el final de una forma tan inútil como impertérrita.

Cabe que nos refiramos también a los paros y manifestaciones sindicales. Comenzando por la del pasado martes, cuando durante la manifestación que en Buenos Aires llevaba a cabo un sector sindical fue detenido un grupo de manifestantes portadores entre armas y objetos contundentes con una cantidad de palos suficientes para preparar un gran asado. Ocasión en la que también hubo ómnibus quemados.

Queremos creer que los portadores de esos peligrosos juguetes eran no otra cosa que un grupo de infiltrados. Pero de cualquier manera es de responsabilidad de los organizadores de este tipo de marchas, tomar precauciones para que situaciones como esa no ocurran, ya que de otra manera no correspondería hablar de responsabilidades sino de connivencia con grupos violentos a los que no cabría considerar como infiltrados.

Concluimos este repaso, haciendo un llamado a la dirigencia del sindicalismo docente provincial, a los efectos presten atención y tomen en sus manos la manera de erradicar un comportamiento que aflora en el caso de las situaciones de conflicto traducidos en paro, donde se asiste a “aprietes” y actos de hostigamiento a aquellos docentes que no quieren sumarse a la medida de fuerza, y que en el caso del hostigamiento se convierte en “el vacío” que ellos sufren ya que se les aplica el mote de “carneros” o traidores, por actuar no de una manera obsecuente con la “patronal gubernamental” sino simplemente por considerar que su comportamiento es el correcto.

Es que aquí, como en tantas otras medidas sindicales, nos encontramos con un intento de disciplinamiento inconstitucional y por ende extra legal inaceptable. Si se tiene en cuenta que cuando la violencia se hace presente de esa forma, utilizado el curiosísimo lenguaje de Donald Trump, pueden llegar a suceder “cosas muy feas”.

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