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Fernández llamó a Morales para explicarle
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Nos estamos refiriendo al sistema político iraní, al que profesores de derecho político extranjeros califican de “complejo e inusual”, atendiendo al hecho que el mismo “combina elementos propios de una teocracia islámica moderna, con otros democráticos”. Es que, según se destaca, “todo el sistema funciona bajo las órdenes de un líder supremo, quien a pesar de ser designado por un cuerpo electo, no debe rendir cuentas a nadie”.

Es que si bien la Constitución iraní reconoce la voluntad popular, permitiendo la elección a través del voto de “buena parte” de los representantes del gobierno, no es este en realidad el detentador del poder, sino el “líder supremo”, y los “ayatolás”, o sea los clérigos de ese nombre que lo acompañan desde cerca, siendo él, a la vez, uno de ellos.

Entretanto “el presidente”, a quien se lo elige por cuatro años, no puede permanecer en su cargo por más de dos períodos consecutivos, y la Constitución describe como el segundo funcionario de más alto rango en el país, es la cabeza de la rama Ejecutiva del gobierno y responsable de garantizar la implementación de la Constitución, no es el primero, sino el “segundo” –un segundo por otra parte muy lejos en cuanto al grado de su poder- del régimen. Hasta inclusive cabría decir que es el “tercero”, de mirar con detenimiento aquel del que está revestido el Consejo de Clérigos, del que hablaremos en seguida.

Es que las atribuciones presidenciales están restringidas constitucionalmente por clérigos y por la autoridad del líder supremo. Es justamente éste y no el presidente, quien controla las Fuerzas Armadas y toma decisiones de seguridad, defensa y asuntos importantes de política internacional.

El “consejo de ministros”, cuyos miembros son electos por el presidente y confirmados por el parlamento, tiene una suerte parecida. Ya que como se observa sin esfuerzo, de la lectura de la Constitución iraní resulta que “el poder del gabinete en el diseño del destino del país, es harto parcial”. Ello como consecuencia de que el líder supremo está altamente involucrado en las políticas de defensa, seguridad y exterior; su puesto también tiene atribuciones en la toma de decisiones. Por su parte el “Majlis” o parlamento, cuyos miembros son seleccionados por el voto popular cada cuatro años, es el que tiene atribuciones para elaborar y aprobar leyes, potestad que, como también en seguida se verá, está muy acotada.

El organismo colegiado más importante del país, solo debajo del Líder Supremo, es “el Consejo de Guardianes”, el que está formado por seis teólogos nombrados por aquel Líder y seis juristas nominados por el poder judicial y designados por el parlamento. Sus miembros son elegidos por seis años en dos tandas, de modo que cada tres años se renueva la mitad del cuerpo. Y en sus manos queda la aprobación de todos los proyectos enviados por el parlamento, asegurándose de que respondan a la Constitución y al derecho islámico. El Consejo también tiene el poder de vetar todos los candidatos a elecciones parlamentarias, a la presidencia y a la Asamblea de Expertos.

A su vez, la responsabilidad de esta última, es designar al Líder supremo, controlar su desempeño y removerlo si es considerado incapaz de cumplir con sus tareas. La mencionada Asamblea de Expertos, suele celebrar dos sesiones al año. Aunque la sede oficial del cuerpo es la ciudad sagrada de Qom, las sesiones también se desarrollan en Teherán y Mashhad. Está compuesta por 86 miembros, siendo requisitos para contar con la posibilidad de resultar electo, el ser clérigo y que su candidatura no haya sido vetada por el Consejo de Guardianes.

Por último, el rol del Líder Supremo en la Constitución está basada en las ideas del ayatolá Khomeini, el instaurador del régimen, quien lo posicionó a ese Líder en el lugar más alto de la estructura política de Irán. Es el que designa al jefe del sistema judicial, a seis de los miembros del poderoso Consejo de Guardianes, a los comandantes de todas las Fuerzas Armadas, los líderes oradores de los viernes y a los directores de radio y televisión. Es elegido por los clérigos que conforman la Asamblea de Expertos.

Si nos hemos detenido en la descripción del régimen iraní, es porque se tiene la impresión de que nuestro país, de una manera amenazante y por demás preocupante, asiste a la emergencia de individuos de ambos sexos, o dicho más correctamente de distinta orientación sexual, a los que se los ve asumir en el tono y el contenido de sus invectivas, un rol que en apariencia al menos, guarda mucha similitud con los ayatolás iraníes, mostrándose como los defensores a ultranza de una ortodoxia difusa hasta volverse indefinible, en la que sin embargo cabe considerarla mechada con ingredientes ideológicos del denominado “socialismo del siglo XXI”.

Nada habría que objetar a su existencia, al menos por ahora, vivimos en un país donde se reconoce y se respeta, cuando mas no sea a medias, la libertad de pensamiento, con la de difundir las ideas que aquella conlleva, en la forma que se considere más eficaz, dentro de los límites que marca nuestra Constitución y las leyes que son su consecuencia.

Puede ello, no obstante, provocar molestia, y hasta un sentimiento de rechazo contenido, el lenguaje de los ayatolás locales preñado de barbarismos, por utilizar un término de tono más subido, el que significaría caer en parecida falta que es por nuestra parte motivo de la mencionada explicable molestia.

Pero lo que consideramos que tiene aptitud para provocarnos molestia, sino una real preocupación, es que se vea al presidente Fernández –que es decir el presidente de todos- dar explicaciones de una manera rayana en la humillación a esa suerte de ayatolás inquisidores. Sobre todo, que en otras ocasiones ante preguntas formuladas por periodistas respetuosos de la misma manera, la respuesta invariablemente contiene el mismo ingrediente, de tratar de ignorante al que interroga.

Debemos dejar en claro que estando como estamos convencidos de los alcances últimos de aquello de que “el sol sale para todos”, nos merecen respeto los musulmanes como los creyentes de las otras religiones, e inclusive los agnósticos y hasta los ateos, y que ese mismo respeto nos provocan todas las teorías políticas, con excepción de aquellas que de una manera explícita o implícita resultan una expresión del odio al otro, inclusive al tipo de socialismo indicado.

Lo cual significa que, una vez más, nos pronunciamos en favor de la democracia representativa, en cuanto en ella se hace presente la República. En cuanto ella es sinónimo de elecciones libres, respeto a una Carta de Derechos y una auténtica división de poderes.

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