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Repartir no responde a las demandas insatisfechas
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Repartir no responde a las demandas insatisfechas
Una broma histórica respecto de la profesión de economista es la que narra la historia de un ingeniero, un físico y un economista que naufragan y, al llegar a una isla desierta, encuentran un cargamento de latas en conserva. Discuten cómo abrirlas, para comer: los dos primeros idean complejas fórmulas mecánicas; el economista sugiere que “supongamos un abrelatas”.

En esto se convirtió gran parte de la ciencia económica. En una conjunción de modelos matemáticos y suposiciones incontrastables para encontrar solución a problemas complejos. Un desvío que en los últimos años parece querer revertirse. Por segunda vez en los últimos tres años, el Premio Nobel de Economía premió trabajos basados en experimentos en la vida real. Trabajos de campo que desafían muchas ideas enraizadas en la academia.

En 2019, dos de los tres ganadores habían sido el matrimonio de Esther Duflo y Abhijit Banerjee, por su trabajo en países pobres. Se enfocaron en cómo dar respuestas concretas a pequeños (desde el punto de vista macroeconómico) problemas. Por ejemplo: ¿cómo convencer a la gente de determinado lugar a vacunarse?, o ¿cómo incentivar a los maestros de un área rural en la India para que fueran a trabajar?

Este año, el premio fue para los economistas estadounidenses David Card, Joshua Angrist y Guido Embens, también por sus experimentos “de diseño” en situaciones de la vida real. Problemas concretos como el efecto de la inmigración o el salario mínimo sobre los salarios y el empleo, o el efecto que la educación, o el servicio militar, tiene sobre los ingresos laborales. Usaron casos reales, con métodos similares a los de las pruebas clínicas en medicina, para llegar a conclusiones que no siempre coincidieron con los de la convención académica.

Los premios de 2019 y 2021 avalan el intento de poner el foco sobre los problemas concretos de personas concretas; la vuelta de la economía a su esfera natural, la de las ciencias sociales.

¿A qué viene todo este preludio? A que en Argentina confiamos demasiado en modelos universales aplicables a problemas que no son universales.

No debería sorprender que una única planilla de Excel, aplicada a un contexto complejo, nunca logre producir los resultados esperados en la realidad. No se cumplieron los pronósticos del gobierno de científicos de Macri, ni el modelo de sustentabilidad de la deuda del académico Martín Guzmán. La Ley de Presupuesto acaba por ser, cada año, un marco decorativo formal que irónicamente describe los escenarios que deberían ser descartados: nada de lo que la ley diga ocurrirá.

Para la ciencia económica, las planillas de Excel y los modelos matemáticos pueden ser más atrayentes que la realidad. Confieren un aura de superioridad ficticia a la profesión y a quien la profesa.

Las soluciones económicas universales no funcionan. Las necesidades de quienes habitan el Conurbano bonaerense no son las mismas que las de quienes residen en San José. Pero para la política, como para los economistas, todos los problemas caben dentro la misma receta. Hay un problema en el diseño de los programas, sean éstos populistas o neoliberales.

La respuesta del Gobierno al resultado de las elecciones es una muestra evidente de cuán lejos están los intereses de la sociedad de los de la dirigencia política. Repartir viajes de egresados, heladeras, bonos salariales, IFEs o ATPs no responde a las demandas insatisfechas de la ciudadanía. Sí, mucha gente vive con carencias materiales, pero tiene problemas que son más graves.

¿Los regalos ganan votos? Eso está por verse. También juegan la inseguridad, el mal sistema educativo que compromete el futuro de los hijos, el sistema de salud pública que flaqueó en la pandemia, los privilegios de los políticos, la pobreza, el desempleo, la inflación que siempre le gana a los salarios, las jubilaciones y los planes, el asesinato de un estudiante en la puerta de su casa en Quilmes, el reclutamiento de chicos para bandas narco, o de chicas para la prostitución. Problemas que no resuelven un IFE, un bono, un plan o una planilla de Excel.

Lo explicó con todas las letras Mayra Arena, dirigente social peronista que alcanzó renombre con una charla TED de hace un par de años. En una nota reciente afirma que “las mayorías no tienen agendas ideológicas… no quieren que le rompan las pelotas y tampoco te las quieren romper a vos.” Hay un problema de diseño en la política y la economía, que sólo conocen de respuestas enlatadas para problemas complejos. Respuestas que, casi siempre, rompen las pelotas.

La Academia Sueca ya se enteró de que la ciencia económica tiene que hacer algo nuevo para funcionar. ¿Se enterarán alguna vez nuestros dirigentes?
Fuente: El Entre Ríos

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