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Escuché decir que una vez Lilita Carrió, que más son las veces que la pega con sus decires que las que la que pifia con ellos, tuvo la ocurrencia de pretender alarmarnos con una exclamación sedicente de profeta o de especialista en Tarot, advirtiendo que “vienen por el agua”.

Demás está agregar que cuando hablaba del agua, se refería a nuestra agua dulce, la de los ríos, arroyos, lagos y laguna, además de glaciares de esos que el cambio climático que a tantos pega y algunos codiciosos encumbrados se empeñan en negar, lo tenemos aquí como uno más de nosotros, aunque eso no quiere decir que sea bienvenido.

Tampoco que ese dicho de Lilita sonó un poco a cuento. Y que se la escuchara como quien escucha llover, porque como dice mi tío cuando se trata de malas noticias, ponemos cara de piedra y damos vuelta la cara y hacemos oídos sordos, porque como se sabe no hay peor sordo que el que no quiere oír.

En realidad no es cierto que a nadie se le ocurra venir aquí por el agua. Podrán hacerlo para llevarse droga de contrabando o en búsqueda de materia prima nueva y sin fallas para ese comercio infame que es la trata de blancas.

Pero para llevarse agua no. Ya que como Dios es argentino y nosotros también, y en nuestro caso somos ingeniosos hasta el extremo, sobre todo cuando se trata de laburar lo menos posible, hemos comenzado de una manera que ni siquiera exige elaboración previa una estrategia que suena fenomenal. Se trata de contaminar la mayor cantidad de agua posible, para que a nadie se le ocurra venir a buscarla. Al menos por ahora...

Es por eso que a los sudafricanos de boca casi seca por una seguidilla de años haya ido, para hacer eso que se conoce como paliar la crisis, ir a la Antártida y hacerse de un témpano.

Mi más ferviente deseo es que no se les derrita del todo por la ruta hacia su destino.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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