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Una falacia: la historia la escriben siempre los vencedores

Es esa una afirmación que se escucha una y otra vez y, como toda verdad a medias, al no ser una verdad viva, como lo es la pretensión de que cualquier grupo humano en puja con otro busca hacer que se tenga por verdadera su versión de lo acaecido (no me atrevo a hablar de verdad, cuando se abre la posibilidad de que una situación admita interpretaciones consistentes diferentes). Al mismo tiempo que se trata de silenciar toda otra versión que se le oponga.

Es que siempre cabe esperar que en esas circunstancias salgan a la luz, dado así que se termine reescribiendo lo que resulte más parecido a la historia auténtica.

A la vez, cuando esa situación se da dentro de una sociedad de dimensión nacional, esas medias verdades que resultan del repique ensordecedor de una sola campana, pueden llevar a generar profundos antagonismos, a los que les cuesta cicatrizar, aun con el transcurso de un largo tiempo.

Una situación que se ha dado entre nosotros con tal fuerza, que daría la impresión de que tal como lo dirían radicales, luego de la ya casi olvidada Convención de Avellaneda de mediados del siglo pasado, vivimos en una interna permanente que viene a plasmarse en visiones diferentes de la realidad, en función de lo cual se construyen relatos históricos, también diferentes.

Es por eso que nuestra trayectoria como sociedad está desde sus mismo inicios trazada por conflictos de diversa entidad como los que se dieron sucesivamente realistas y patriotas; los partidarios de Saavedra y de Moreno; amigos del Directorio, la mayoría de ellos con inclinación monárquica y el artiguismo; el federalismo, Rosas y los unitarios, y así sucesivamente hasta llegar a nuestros días, las más de las veces sin dejar de presentarse fuertes divisiones y antinomias.

Todo ello llevado al extremo de producciones de hechos sangrientos como fue el caso del trágico bombardeo a Plaza de Mayo en junio de 1955.

Acelerando esta relación por demás escueta y hasta imperfecta, y por ello llena de omisiones, es que llegamos a los prolegómenos sesentistas, de lo que fue el conflicto entre la guerrilla y el isabelismo primero y las Fuerzas Armadas, ya del todo empoderadas al hacerse de sus riendas; una situación en la que se asistió a prácticas aberrantes de ambas partes, aunque existe una opinión mayoritaria y casi generalizada, por la cual se ha considerado de mayor gravedad en el caso de los actos de ese tipo cometidos por las Fuerzas Amadas desde el poder.

En tanto se ha dado la paradoja, muchas veces mencionada, de que las Fuerzas Armadas que se impusieron en ese doloroso conflicto (hablo de conflicto y no de guerra, porque la divisoria de las aguas a la que todavía se asiste, tiene en la definición de lo sucedido uno de sus puntos neurálgicos) como es todos los casos en que se dan, cuando los que son hermanos se olvidan de cuál es la ley primera, resultaron derrotas en el campo político.

Victoria militar que termina en derrota política, porque el gobierno militar no quiso, no supo o no pudo dar una salida institucional que significara la restauración plena de la Constitución y sus instituciones, a lo que siguió su desmoronamiento final por la forma que en el plano político manejó su aventura en las Malvinas.

De allí los perdidosos en el enfrentamiento fratricida, resultaron los victoriosos desde una perspectiva política, lo que explica que hayan logrado ser ellos los que hayan escrito e impuesto el relato de lo sucedido, el que es presentado como la auténtica y exclusiva historia de lo entonces acontecido.

En tanto, en el bloque monolítico con el que se presenta el relato de esa época, se vienen produciendo grietas que empiezan a mostrar que en ese relato había ingredientes verdaderos, pero no se hallaba presente toda la verdad, y que todavía queda por escribir en un esfuerzo comunitario compartido una historia con la mayor objetividad posible, de manera de que podamos acercarnos lo más posible a la historia verdadera.

Se han dado dos acontecimientos opuestos que indirectamente dan pie a esa válida pretensión, aunque puedan dar la impresión de lo contrario.

El primero de ellos son recientes declaraciones del ex director de la Biblioteca Nacional durante una década y uno de los fundadores del movimiento de intelectuales kirchneristas denominado Carta Abierta, Horacio González. El mismo en una entrevista reciente habló sobre Historia y presente de la Argentina.

Fue allí donde señaló que la historia argentina va a ser rehecha y reescrita de una manera dura y dramática de manera que incorpore una valoración positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable".

Mientras tanto, en plena campaña electoral – momento que debe ser señalado en forma negativa- el presidente Macri participó en un acto, que a ese nivel se realizó por vez primera, en un homenaje recordatorio del fallido intento montonero del 5 de octubre de 1955, de copamiento del Regimiento de Infantería de Monte de Formosa, y en el que al resistirse perdieron la vida oficiales, suboficiales y soldados conscriptos.
En procura de la ayuda de Pierre Nora en el intento de escribir una historia compartida verdadera
Es al respecto adecuado indicar que Pierre Nora (París, 1931) es historiador, fundador de la revista intelectual francesa Le Débat y uno de los grandes renovadores de la historiografía de la segunda mitad del siglo XX. Es autor y director de la obra colectiva “Les lieux de mémoire” (Gallimard, 1984-1992), un proyecto colosal que instauró en la disciplina histórica el concepto de “memoria”, diferenciándolo de la noción de “historia”.

Debe quedar en claro, y por eso se insiste en lo que señalábamos en el acápite de este apartado que Nora no es quien va a ser el autor de esa historia que denomino compartida y objetiva, sino que el mismo nos suministra con sus trabajos los conceptos y pautas, así como de antecedentes que se deben tener presente para intentar un proyecto de esa índole.

Y a ese respecto debemos comenzar por señalar la distinción que el mismo efectúa entre historia y memoria.

Es así como viene a indicar que la historia está construida con base en documentos o materiales documentales que permiten reconstituir un hecho, por lo que esta labor es siempre posterior.

A la vez que al mismo tiempo no deja de advertir que no se siente de inmediato, más bien, es un fenómeno acumulativo, que a través de la ciencia quiere tocar una forma de verdad, aun si no es “la” verdad. Nadie puede decir, por ejemplo, que el 14 de julio no se tomó la Bastilla, porque tenemos pruebas de ello.

En cambio, la memoria es por completo otra cosa: es afectiva, psicológica, emotiva; en un principio es individual, a diferencia de la historia. La memoria, además, es extremadamente voluble, juega muchos papeles y no tiene pasado, ya que por definición es un pasado siempre presente.

Luego de lo cual reconoce que la historia de cualquier manera puede jugar dos papeles: el primero cívico, dirigido hacia la búsqueda de la verdad y otro ideológico, en que se viene a utilizar la historia como instrumento. Dada esa diferenciación, no es extraño que nuestro autor se incline por ejercer su labor, ciñéndose al primero de esos dos papeles.

A renglón seguido, refiriéndose al caso francés, pero con palabras aplicables a nosotros se lo ve señalar que nos interrogamos de manera constante acerca de nuestra identidad, a la vez que se busca mostrar a la Patria como el cemento que unía a la nación y el Estado.

Y eso es lo que ha visto desarmarse en Francia y por lo menos resulta dolorosamente difícil el llegar a suponer que algo parecido puede estar pasando entre nosotros.

Es por eso, y teniendo en cuenta que la memoria es por naturaleza susceptible de manipulación: desatenta o más bien inconsciente de las deformaciones, siempre aprovechable, actualizable, particular, mágica por su efectividad, sagrada. La pregunta es ¿Cuál es el papel del historiador en este presente en que tantos grupos luchan por incorporar su memoria e instalar sus versiones del pasado en el “gran” relato de la historia nacional?

Según nuestro autor, la respuesta reside en el hecho hoy en día el trabajo de un historiador ya no es llevar el pasado al futuro, sino trabajar en el presente y tratar de luchar contra la presión de las memorias, haciéndoles justicia, claro, porque existen y aportan a la comprensión general del mundo.

Al mismo tiempo y luego de advertir que en la actualidad el debate público está un poco dividido entre los partidarios de una historia tradicional, lo que remite a la “novela nacional”, y los que apoyan la tendencia a romper la cronología canónica de la historia; señala que al menos desde su visión el historiador es a la vez un especialista, un árbitro entre las diferentes memorias, un intérprete de cada una de ellas y aquel que trata de reconstruir los sucesos en su profundidad histórica y en su duración.
La elaboración de una historia compartida en acercarse a la verdad, como proyecto de sanación nacional
Ha hecho historia entre nosotros, aunque ignoro si fue el primero en enunciarlo, el lema del Urquiza, vencedor de Rosas, ni vencedores ni vencidos, hecho suya por el general Lonardi en el triunfo de la conocida como Revolución Libertadora, que trajo como consecuencia la caída del presidente Perón. A su vez en sucesivas etapas de nuestra cronología actual una y otra vez hemos escuchado de una convocatoria al gran acuerdo nacional bajo distintas formulaciones.

No entro a censurar las intenciones de los autores de esas verbalizaciones, las que inclusive en ocasiones pueden llegar a sonar a hipócritas moralinas. Porque está claro que en la solución forzada y no libremente acordada de cualquier conflicto nos encontramos con vencedores y vencidos. Y que los grandes acuerdos, cuando no son parte de una estrategia por parte de quien la suscribe, acompañado su adhesión con una variedad de reservas mentales, son entre nosotros por circunstancias varias en las que por razones de espacio no estoy en condiciones de detenerme, se caracterizan por lo general por su fragilidad pasmosa. Como se dice en lengua llana, dan casi siempre la impresión de estar prendidas con alfileres.

Por Rocinante

Son más consistentes en el caso de darse en una sociedad, como puede ser el caso de la nuestra, un proceso de sanación, el cual para ser exitoso debe necesariamente concluir en la reconciliación auténtica de todas las parte enfrentadas, quienes despliegan las banderas de memoria, verdad y justicia.

Aunque se nos ocurre, atento a las circunstancias que más arriba hemos indicado, que en lugar de memoria debería hablarse de historia en la forma que hemos adjetivado, y preceder esa mención con la de una honesta disposición de ánimo. Y llegado a este punto, no sería lo más adecuado más que hablar de justicia hacerlo de misericordia.

No se pueden ocultar las dificultades de adentrase en un proceso de este tipo. Empezando por el hecho de que no se da aquí la aplicación del precepto evangélico referido a quien está habilitado para arrojar la primera piedra.

Porque entre nosotros casi con seguridad no son nada que se parezca a una abrumadora mayoría quienes están libres de culpa. Y es allí donde se hace presente el costo no menor a pagar, cual es que el escribir la historia de ese modo, significará poner al desnudo nuestras culpas en materia al menos las de carácter social frente a los demás.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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