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Llach, un hombre con visión de Estado
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Reconocemos que esa no es la mejor manera de titular una nota editorial. Máxime cuando el nivel de autoestima en la mayoría de nuestra población “está por el suelo”, circunstancia que hace que tantas veces estemos como país en el podio, cuando se trata de tablas de posición, referidas a índices sociales y económicos “negativos” de los rubros más diversos, de los países del mundo.

Aunque también debe quedar claro que nuestra intención no es la de solazarnos, pegando de una manera sádica sobre una matadura nuestra. Sino, como hemos venido insistiendo hasta el cansancio, como un primer paso en dirección a una reacción posible y de pronóstico positivo que se espera de nosotros, como sociedad.

Una reacción que en el caso de la educación, es este nuestro tema, es exigida doblemente en cuanto en la determinación de llevarla a cabo y de su éxito, están en juego no ya tan solo nuestro fueros sino la suerte de nuestros hijos y de los que vengan después de ellos.

Es así que primero por ser imprescindible, es contar con la descripción de un cuadro de la situación. Con ese objeto nos parece oportuno transcribir parcialmente el editorial de La Nación del pasado jueves.

En el mismo puede leerse que “según el estudio regional comparativo y explicativo (ERSR) realizado por el Laboratorio Latinoamericano de Valoración de la Calidad de la Educación de la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO) que evaluó estudiantes de primero y sexto grado en nivel primario de 16 países de América Latina, Argentina está por debajo del promedio regional de cuatro asignaturas sobre un total de cinco.”

Sigue señalando el mismo que “en dos asignaturas evaluadas en tercer grado los estudiantes argentinos quedaron 8 puntos por debajo del promedio regional, en matemáticas 48,9% alcanzaron un rendimiento básico mientras que en lengua apenas el 46%. Los estudiantes de sexto grado pudieron alcanzar el promedio general en lectura 698 puntos, sin embargo en matemática quedaron siete puntos por debajo del rendimiento regional y los peores índices surgieron de la evaluación de Ciencias Naturales en que la Argentina quedó 20 puntos por detrás del resto de los evaluados”.

También se indica que “los resultados en matemáticas de tercer grado de la escuela primera revelan que casi la mitad de los estudiantes están en el nivel 1, el más bajo en términos de aprendizaje, otro 25% en el segundo y solo el 5% en el nivel 4 el más alto. Si se analizan los resultados en sexto grado son aún peor, no solo la mitad de los alumnos están en el nivel 1. Sino que además el 38% están en el nivel 2 y menos del 25 alcanza el 4”.

La descripción precedente habla por sí sola, no solo de una realidad “inactual” –mejor no pensar acerca de los resultados de un informe de igual naturaleza, basado en los datos de este año-, sino que es la muestra de la aceleración de un proceso educativo que desde hace años viene mostrando una decadencia, acelerada en los últimos años.

Se trata de una cuesta abajo que obviamente no puede atribuirse a la actual pandemia ni hacer responsable a los docentes sindicalizados de manera exclusiva. Sobre todo luego del fracaso ininterrumpido de sucesivos intentos fallidos de reforma educativa.

En tanto, y además de introducir el “emparchado” posible al actual sistema educativo, se hace necesario mirar el problema desde una perspectiva más amplia, insertada necesariamente en el cuadro vergonzoso de nuestra actual situación social.

Es que nadie ignora que en la actualidad la mitad de la población es pobre incluyendo en esa mitad un gran porcentaje de indigentes, que viven en situación de marginalidad. Que siete de cada diez de nuestros niños acusan déficit alimentario y entre los jóvenes existe aproximadamente una cuarta parte que “no estudia ni trabaja”.

Ante esa situación hubo en su momento en que uno de nuestros hombres con visión de Estado –nos referimos a Juan Llach- propuso que se crearan “núcleos socio educativos” con niveles de excelencia, en las zonas más carenciadas del país. Una iniciativa que todavía espera.

Pero en las actuales circunstancias, atendiendo a esa propuesta de una década atrás, ha llegado a nuestro conocimiento un juicio de mayor contundencia, por el cual se señala la necesidad de que el gobierno preste atención prioritaria a los menores de cinco años, desde el día de su nacimiento. Todo ello, teniendo en cuenta que en ese periodo se juega la posibilidad de que todos se acerquen a oportunidades lo más equiparables posibles en los años posteriores.

Se trata de una iniciativa que exige cambios de todo tipo de envergadura, y que vendría a extender el sistema educativo y la escuela a un campo más extenso, que no solo tiene en cuenta a los que estudian, sino que vendría a ser generador de cambios decisivos en su entorno familiar.

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