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Sillazos de empresario contra sindicalistas
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Sillazos de empresario contra sindicalistas
Vivimos épocas en que las noticias corren a una velocidad mucho mayor que la que pueden registrar los medios tradicionales. En que tienen fuentes más dispersas que aquellas sobre las que históricamente se recostaban los medios tradicionales. Los miles de millones de usuarios de redes sociales son generadores y distribuidores de contenidos, que los medios tradicionales se ven muchas veces forzados a recoger de allí.

Es a través de las redes que nos enteramos de un gran número de pequeñas situaciones que, vistas de manera independiente, nada nos dirían, pero que acumuladas en un feed (la actualización permanente de la lista de historias en la red social que estemos mirando) generan una sensación potente en el usuario.

Está claro que nada es del todo inocente, y que muchas veces el contenido está manipulado, incluso por el mismo usuario que, con sus selecciones, determina qué tipo de contenido recibe. Para ponerlo en términos concretos, es probable que un aficionado al gobierno reciba sobre todo noticias críticas de la oposición y elogiosas de los actos de gobierno. Por el contrario, un aficionado a la oposición tendrá más acceso a información que critique la gestión y a contenidos que sugieran que nuestra vida en Argentina va para atrás.

Estas diferencias en la información generan opiniones y reacciones de los unos que son cada vez más extremas hacia los otros. Un problema que los gobiernos parecieran fomentar.

Quizás donde más evidente es este choque es en los piquetes, marchas y bloqueos sindicales, trabajadores de la economía popular, y grupos de pueblos originarios (que no todos son lo mismo). Con intereses no siempre claros, muchas excusas válidas, y otras que no lo son tanto, cortan rutas, toman tierras, destruyen propiedades privadas u obstruyen la salida de alguna fábrica para hacerse notar. La mayoría, con el pretexto de ejercer la legítima defensa de sus derechos, arrasan con los derechos de terceros, que parecen suponer como de menor jerarquía. Lo hacen, la mayor parte del tiempo, apañados por la pasividad de quienes deberían ejercer la autoridad y hacer cumplir la ley, y que no lo hacen porque son, a la vez, víctimas de un sistema en el que se les hace más riesgoso hacer su tarea que no hacerla.

En lo que esto ha redundado es en una creciente ola de hechos de “justicia por mano propia”. Que son igualmente “perdonados” por las fuerzas de seguridad y la justicia. Patrones que hacen salir sus camiones mientras la agarran a los sillazos contra los sindicalistas que bloquean la fábrica, comerciantes que disparan contra ladrones que entran a sus locales y vecinos que impiden una toma de tierras en Río Negro son algunos de los ejemplos de la semana. Al parecer, es indiferente actuar conforme a la ley que no hacerlo. Falta poco para que un auto embista un piquete y mate a algún manifestante. La cuerda está tensa y la sensación creciente es la de que si uno no se defiende, no lo defiende nadie. Menos que menos, la ley y la Justicia.

Lejos estamos de encontrarnos en un escenario de bonanza económica que nuble la irritación que todo esto provoca. Por el contrario: la inflaman el estancamiento, la inflación, el desempleo, la pobreza, la brecha cambiaria, el riesgo de (otro) default.

Es éste el contexto en el cual la fiesta de Olivos, la historia dialéctica (en todo sentido) del pensamiento presidencial, las disputas internas en la oposición, la interminable demora en los fallos judiciales para las causas vinculadas con la corrupción, la inacción de las fuerzas de seguridad en atropellos a la propiedad y los derechos de terceros, la muerte por adulteración de narcóticos y los tuits de los ministros de seguridad al respecto, y la vista gorda del Ministerio del Interior ante los atropellos de mapuches que no reconocen la integridad territorial de la República, entre otros, son cada vez más irritantes, y empiezan a despertar actos de justicia por mano propia.

Son demasiados los frentes que tiene abiertos el Gobierno. Demasiados frentes en los que falla o no es claro el objetivo de la gestión, no son buenos los resultados y se hunden las expectativas de mejoría. El tiempo para patear la pelota hacia adelante parece agotársele, y la cuerda de la tolerancia, aún con una sociedad adormecida y cada más más resignada, luce cada día más tensa. Más vale empezar de una buena vez a gobernar, que hundirse, y hundirnos, en un caos que no conocemos y no necesitamos volver a vivir.
Fuente: El Entre Ríos

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