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Berni y Frederic, con posturas distintas
Berni y Frederic, con posturas distintas
Berni y Frederic, con posturas distintas
No hay velorio que no esté marcado, a una profundidad diversa, por la tristeza. Lo cual no quita que la manera como se desarrolla la ceremonia sea acompañada de diversos adjetivos, que varían según las circunstancias.

No podía ser distinta la situación en el caso de Diego Maradona. No nos detendremos en ellos porque, nunca como en ese caso, cabría señalar que se asistió a un aluvión de calificativos, muchos de ellos contradictorios y hasta conflictivos. Como, de verdad, no podía esperar otra cosa de la ceremonia del último adiós a quién, junto a su genialidad, exhibía una personalidad no solo compleja sino también contradictoria.

De lo ocurrido en su transcurso, se ha puesto lamentablemente el acento en los sucedidos bochornosos que acompañaron al ritual, fuera y dentro de la Casa de Gobierno; en desmedro del rescate de otros de mucho mayor valor, los que también se dieron en ese momento.

Los cuales no fueron destacados en la forma que merecían, circunstancia cuya explicación cabría encontrarla en nuestra acendrada inclinación a focalizar la atención en los aspectos sino más negros, al menos los más negativos de los acontecimientos y de las cosas.

De allí que frente al “cruce” –no precisamente de cumplidos- al que se ha asistido entre altos funcionarios del gobierno nacional y del local de la ciudad de Buenos Aires, vinculados ellos, no con la virtual “toma”, por lo demás harto temporaria de la Casa Rosada por un grupo de concurrente a la ceremonia que nos ocupa, sino con disturbios que se produjeron en el cruce de las avenida 9 de Julio y de Mayo de la capital, en los que la policía local actuó con evidente “mano dura”, pareciera haber quedado sepultada la nota -en materia de seguridad- más valorable de toda la ceremonia, vista como un todo.

Se trata de una circunstancia que es precisamente destacable de esa manera positiva, cual es que no se haya asistido durante todo el desarrollo del acontecimiento, a que se produjera la nefasta pérdida de ninguna vida. Una circunstancia explicable tanto por el hecho que los revoltosos de la ocasión, no eran de aquellos cuya estrategia en ocasiones de este tipo es la de buscar se “produzca una muerte” que sirva para la “creación de un mártir”, como dado que la policía capitalina actuó con un profesionalismo merecidamente destacable en la emergencia.

Mientras tanto, esos disturbios sirvieron más que para encender los ánimos, para que desde las esferas del gobierno nacional, se asistiera al intento fallido de hacer en su provecho una manipulación política de lo ocurrido.

Con un curioso resultado, cual es que quedó al final no otra cosa que la exhibición de dos posturas encontradas, no entre funcionarios oficialistas y de la oposición, sino de funcionarios del mismo gobierno.

Es así como frente a los disturbios indicados, a la postura de la Ministra de Seguridad de la Nación Frederick se la puede dejar expresada con el rescate de esos escuetos conceptos suyos, en los que deja en claro que “la orden era no reprimir, sino tratar de controlar la situación sin lastimar”. Más explícito resultó el Ministro de Interior de la Nación Wado de Pedro, en un twitter que le enviara al Jefe del Gobierno de la Ciudad Horacio Rodríguez Larreta y al Vice jefe y Ministro de seguridad del mismo gobierno, Diego Santilli, en el que textualmente se decía que “les exigimos que frenen ya esta locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad. Este homenaje popular no puede terminar en represión y corridas a quienes vienen a despedir a Maradona”.

Ante los mismos hechos, otro fue el enfoque asumido por el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni. Reproducimos algunos de sus conceptos. Es así que comienza señalando que “si el Estado no garantiza la seguridad porque propicia una filosofía de no intervención, se consagra la ley del más fuerte", como el nombrado indicó en una columna de su autoría publicada en Infobae. Para añadir que "el barrabrava que tira piedras, palos y botellas en medio de una multitud está cometiendo un delito”. Y a continuación expresar que "aquellos que eligen no hacer nada por falta de coraje y dejan actuar libremente a un puñado de energúmenos, ¿qué acto están cometiendo? ¿Cómo podemos calificar esa conducta?". Para concluir explicando que “pareciera que en este caso se impuso el piloto automático como filosofía para la resolución de problemas: no controlar y no responder a la violencia desatada sino desde la contemplación meramente especulativa. Actuar en el marco de la legalidad, huelga decirlo, pero con la firmeza necesaria para restablecer el orden”.

De esa manera y desde puntos manifiestamente extremos -con toda la peligrosidad presente en las posturas extremas en el caso que se traduzcan en acciones u omisiones- nos encontramos con una creciente disolución de conceptos claros y distintos, explicables tan solo por los trágicos tiempos vividos en las décadas finales del siglo pasado, y que han dejado entre nosotros una marca de desvarío, que nos cuesta hacer desaparecer.

Se trata de un estado de cosas que nos lleva a asociar – y de allí en más a su identificación- el concepto de “autoridad” con el de “autoritarismo”; así como también el de “orden” con el de “represión”. De esa manera, se viene a ignorar la existencia en ambos casos de lo que es una importante “cuestión de matices”, ya que asistiéndose en ambas series de conceptos a una gradación que al llevarla al terreno de los hechos, resulta difícil determinar esos límites que son necesariamente cambiantes.

Ya que en su aplicación se impone la necesidad de atender a un contexto, que por ser también cambiante, es el que vuelve cambiante al límite que en la práctica permite distinguir entre esos conceptos. Algo que al no hacerlo, desemboca en peligrosas confusiones, con efectos más ominosos todavía.

No se nos oculta que para abonar la confusión, existe la tentación de todo poder a desmadrarse, dado lo cual la autoridad enfrenta invariablemente el peligro latente de degenerar en autoritarismo y que, de la misma manera, el orden puede volverse inadecuadamente represivo. Ya que no tiene ni intención, ni sobre todo aptitud de mostrarse de otra forma, cuando se trata de neutralizar la violencia, sin que ello signifique que el ejercicio de ésta caiga en el descontrol.

Descontrol que cuando no es provocado de una manera deliberada, resulta consecuencia de la ignorancia o del olvido de algo de importancia suma, cual es que siempre deba mantenerse en su ejercicio al uso de la fuerza, con una intensidad de una dimensión proporcional a la acción a enfrentar.

“La orden era no reprimir, sino tratar de controlar la situación sin lastimar”. Una aspiración insuperable. Aunque a matones que se consideran blindados por la impunidad, no es la más acertada práctica buscar enfrentarlas con las maneras angelicales de un grupo de carmelitas descalzas.

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