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Esto de ser distintos nos lleva siempre al mismo lugar, un lugar muy distinto de algo que sea normal

Al cierre de esta nota, estaba por anunciarse la sexta extensión de la cuarentena. Ya se sabe que a su finalización nos habrá dejado con la cuarentena más prolongada del mundo. Esas frases que hablan de que “nada será igual”, o que “saldremos mejores”, y hasta la tan eventual “esto pasará” suenan vacías: preludian un futuro de color de rosa que se ve cada vez más inasible, justamente por culpa de la cuarentena.

Los datos objetivos no justifican prolongar el encierro luego de 65 días de alto acatamiento. Para poner al asunto en perspectiva: en un año normal, en Argentina mueren 940 personas por día; en más de 81 días con datos, por Covid-19 han muerto 433. La probabilidad de salir a la calle y no contagiarse es 99,98%; la de no morir es 99,99%. Para los menores de 65 años, este último número es muy próximo a la certeza total. El 95% de los contagiados presenta un caso leve y el 80% ni siquiera está al tanto de que porta la enfermedad.

Cuando el 19 de marzo se inició la cuarentena, el informe que había recibido el Presidente del comité sanitario proyectaba para comienzos de junio escenarios de contagios que, con una cuarentena temprana y estricta como la adoptada, auguraba 250 mil contagios. Erraron el pronóstico por cientos de miles de casos, pero siguen como asesores y tomando decisiones sobre nuestras vidas.

La ironía es que ni siquiera parecen leer sus propios reportes: el último “Boletín Integrado de Vigilancia” (nro. 496), preparado semanalmente por la Dirección Nacional de Epidemiología e Información Estratégica, indica que en las primeras 18 semanas del año (hasta fin de abril) se habían detectado en el país 118.641 casos de influenza y 17.264 casos de neumonía. Estas cifras fueron 50% y 55% inferiores a las de un año atrás. Curiosidad que el “Boletín” destaca como coincidente “con el comienzo de la detección de casos de Covid-19”.

Entonces: ¿Hay menos gripe y neumonía gracias a la cuarentena, o será que el coronavirus ya existía y la diferencia es que ahora se lo testea por separado? Cada año mueren en Argentina unas 32.000 personas por enfermedades respiratorias agudas (tipo influenza o neumonía), sin que nadie se paralice por ello.

La cuarentena se sustenta sobre supuestos acerca de un futuro ominoso que la realidad ha refutado en todos los países, incluido el nuestro. La cuarentena no puede ser pensada para eliminar nuestra condición de mortales. Y el Covid-19 no aumentó la probabilidad de morir. Ni aquí, ni en España, EE.UU., Suecia o Brasil.

Y sin embargo, la cuarentena entusiasma a la política y a una parte grande de la ciudadanía, ambas dispuestas a soportar cualquier costo económico por el miedo a enfermar. Se ha arraigado la falsa idea de que, a falta de vacuna, la cuarentena es la única cura posible, cuando, por el contrario, la única solución sería la inmunidad de rebaño. Dosificada como está la cuarentena, tardaremos años en lograrla.

El miedo al coronavirus ha obrado el milagro de que la gente considere confiables a los gobernantes. A aquellos a quienes en circunstancias normales no les confiaríamos nuestra billetera les hemos regalado nuestros derechos constitucionales a trabajar y circular con libertad, para que los avasallen a gusto.

El enamoramiento de la cuarentena nos ha metido en una trampa de la cual no hay salida buena. El Gobierno teme aflojar y que suban los contagios: su popularidad, fortuitamente ganada, podría evaporarse. Por eso sigue, causando una debacle económica y una catástrofe social. El miedo le ha ganado la batalla a la razón. No parece lógico culpar al gobierno por las muertes que provoca un virus, pero corresponde cargarle la culpa de los daños que sus decisiones causan a la economía.

Cuando quince días atrás el Presidente anunciaba la quinta extensión, destacaba en su discurso que “la gente eligió cuidarse quedándose en sus casas” y que creía que era “eso lo que nos hizo distintos”, pues “los argentinos buscamos epopeyas”. ¿Qué epopeyas? ¿La de quedarnos encerrados? ¿No era ésta, acaso, una guerra? Ninguna historia de guerras ganadas se escribió con héroes escondidos en trincheras. Esos no son héroes. Estamos haciendo el papel de pichiciegos del coronavirus. Como aquellos personajes del cuento de Fogwill que pasaron la guerra de Malvinas escondidos en una cueva para sobrevivir, nosotros también nos escondemos. Como aquella, también esta guerra la estamos perdiendo: en lo sanitario y en la economía.

Dejemos de alardear con eso de ser distintos. Porque no es casualidad que jugando a ser distintos obtenemos siempre resultados distintos a los de los países normales. Ser distintos es lo que hace que siempre nos pase lo mismo. ¿Vale la pena vivir como pichiciegos?
Fuente: El Entre Ríos

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