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Cuando era chico, fui afortunado porque nunca me faltó el postre. Lo digo hasta con un poco de cargo de conciencia, cuando pienso que existen en el mundo, y también aquí cerca, chicos que ni se acuerdan del postre, porque pasan hambre, y lo que les obsesiona es la comida, cualquiera que sea.

Y no porque el postre que comía no dejara de ser simple. Una mandarina y ocasionalmente una banana. Una crema hecha con leche y maicena o el arroz con leche. Dicho todo no como confesión de intimidades que a nadie interesan, sino como manera de apoyar a todos los que bregan por hacer ver que hasta la exhibición de una riqueza que en realidad ni siquiera lo es, puede ser obscena. Sobre todo porque, aunque nos demos cuenta, hacemos poco y nada para ayudar a remediar la cosa.

Pero también es cierto que cuando era chico, una forma de castigarnos, algo que está mal dicho porque en realidad era como hoy se dice “una manera de disciplinarnos” -aunque por otra parte son muchos los padres que, aunque lo saben, no lo practican-, era, cuando nos mandábamos alguna macana, “dejarnos sin postre”.

Algo así -aunque es evidentemente mucho peor- lo que me pasó por la cabeza, cuando me anoticié que el ministro israelí encargado de las cárceles había decidido que los palestinos encerrados en ellas, si bien pueden ver televisión, no lo podrían hacer en el caso del Mundial de Rusia.

El argumento es que “cualquiera que se alinea con una cultura de asesinato y terrorismo no debe disfrutar de eventos deportivos internacionales, cuyo fin es unir a los diferentes pueblos del mundo”.

Y en seguida apareció mi duda. No la de si una privación de este tipo es “un trato cruel”, aunque lo parece. Sino porque, por lo que se ve, mirando hacia atrás y hacia adelante y en dirección a los dos costados, no es precisamente cierto que el deporte sirva para unir, por lo menos siempre.

Sin dejar de reconocer que como dice mi tío, que mucho sabe de esas cosas, el hecho que Mohamed Shalah, al parecer se trata de un futbolista estrella que juega en el equipo del Liverpool, ha hecho que en esa ciudad inglesa haya disminuido la islamofobia.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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