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Acto por el Tratado del Pilar
Acto por el Tratado del Pilar
Acto por el Tratado del Pilar
Ante el recuerdo del combate de El Espinillo, la batalla de Cepeda y el Tratado del Pilar

No es de extrañar que acontecimientos señeros de nuestra historia, en general la única asociación mental que nos provoca es la de –y ello cuando cuadra- con un día feriado. Algo que viene a decirnos de lo poco que conocemos de ella, y la influencia que tiene ese desconocimiento en las muchas veces espeluznantes experiencias de presentes sucesivos, hasta llegar al actual.

La prueba más fehaciente de esa tristísima afirmación la encontramos en la respuesta –o en realidad la falta de ella y cuando más su simplificada explicación- que sigue a la pregunta acerca de que significó en nuestra historia patria el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y los argumentos de los principales protagonistas que en esa ocasión debatieron. Y sin embargo en las intervenciones del Obispo Lué, de Castelli, del fiscal Villota y de Paso, se encuentran presentes cuestiones que tardamos largos años por resolver, si mal suponemos que las hemos resuelto a todas.

Ello nos lleva a una primera referencia, cual es a la del Combate de “El Espinillo” – combate sí, y no batalla, porque careció -a pesar de la importancia de sus consecuencias- para poder dar con una oportunidad para precisar el origen de nuestra provincia, como tal, es decir como entidad autónoma, aunque más no fuera de hecho.

Y resulta oportuno señalar la misteriosa circunstancia que nos lleva a bucear en nuestros orígenes buscando precisarlos, en el caso de que ignoremos esa circunstancia tanto en el caso de los individuos como de las sociedades, que unos y otros tienen la impresión que les falta algo para conformar su identidad plena ante ese desconocimiento, lo que lleva incluso a la apelación a un origen mítico o fabulado.

De allí que no está demás la mención que el Combate de El Espinillo fue un enfrentamiento que tuvo lugar el 22 de febrero de 1814 en los campos del Arroyo Espinillo, en un lugar exacto del combate ubicado a unos 25 km al este de la ciudad de Paraná, cerca de un puente en la actual Ruta Nacional N° 18.

Fue la primera batalla de la guerra civil rioplatense, que dividiría al país entre unitarios y federales hasta 1875, y dio el triunfo a los federales artiguistas, que habían abandonado el sitio de Montevideo por disconformidad con el Director Supremo Posadas. Antes del combate, el 20 de febrero de 1814 el comandante de la Villa de Paraná, teniente coronel Eusebio Hereñú, reconoció a Artigas como Protector de los Pueblos Libres desconociendo la dependencia de la Tenencia de Gobierno de Santa Fe, a la cual estaba sujeta Entre Ríos desde 1810 y estableció de hecho la autonomía de la provincia.

Así situados, a la recordación deberíamos sumar la reflexión acerca de en qué fallamos – con independencia de las que mostramos como país- para llegar a este estado de relativa decadencia, y con el triste jalón que en nuestro territorio se encuentre la ciudad con más pobres de la República.

Por su parte el Tratado del Pilar fue fue un pacto firmado en la localidad bonaerense de Pilar el 23 de febrero de 1820, entre el gobernador provisorio de la provincia de la Provincia de Buenos Aire y los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos, Estanislao López y Francisco Ramírez.

No está demás añadir que el pacto se firmó después de la derrota de las tropas unitarias - casi en su totalidad porteñas - en la primera Batalla de Cepeda (del 1 de febrero de 1820), y esos acontecimientos llevaron a la todavía velada presencia de Juan Manuel de Rosas al ámbito político.

Como detalle curioso, habría que señalar que ya en ese pacto en una de sus cláusulas se establecía “el enjuiciamiento de los responsables de la administración anterior por la repetición de crímenes con que se comprometía la libertad de la Nación”. También, un compromiso, que luego fuera desconocido por Rosas ya gobernador, en los hechos, cual era que “los ríos Uruguay y Paraná se declaraban navegables para las provincias amigas”.

Pero lo decisivo, y ese es el jalón fundamental en nuestra historia, por más que no resultara expresado en forma explícita (en el articulado del Tratado se limita tan solo a proclamar la unidad nacional y la instauración del sistema federal) es que en los hechos quedaron definitivamente sepultados los devaneos fantasiosos de quienes se empeñaban en barajar salidas institucionales de carácter monárquico.

Por otra parte la relación precedente debería llevarnos a tomar conciencia de cuanto, a la vez, estamos tan lejos y tan cerca de estos últimos acontecimientos, si se tiene en cuenta que en dos siglos no hemos podido lograr la construcción de una República democrática consolidada. Al mismo tiempo que damos cuenta de un federalismo deshilachado, con la presencia de estados provinciales cuya autonomía queda relativizada por la condición de mendicantes de casi todas ellas del gobierno central, a lo se debe añadir la condición feudal a la que están sometidas algunas de ellas.

Después de estas jeremiadas debería permitírsenos para concluir una digresión, la que tiene que ver con la poca –por no decir ninguna- atención prestada, ya que siquiera se las utilizó como pretexto para decretar un feriado más a las batallas de Caseros y a la de segunda de Cepeda, cuando ambas significaron en su momento – de una manera que la historia posterior vino a mostrar desgraciadamente como errónea- la culminación del principal aunque implícito objetivo fijado en el Tratado del Pilar.

Algo que debe llevarnos a todos a cumplir con nuestro deber de ciudadanos, de bregar por la consolidación y respeto de nuestra institucionalidad republicana y democrática, a la vez que estar alertas contra cualquier amenaza que contra ella pueda presentarse. Nada extraño por otra parte cuando en el mundo entero las mismas dan la impresión, que es de desear que sea equivocada, que aquélla se encuentra en retirada por las convergencias ominosas y sus avances de autocracia y populismo.

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