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El juez Brett Kavanaugh
El juez Brett Kavanaugh
El juez Brett Kavanaugh
Los años mozos de un candidato a Juez de la Corte Suprema de Estados Unidos: Las reflexiones que el caso debería provocar

Nadie entre nosotros sabía no ya de su juventud sino de su existencia misma, hasta que fuera nominado como candidato a ocupar un cargo como juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Y es de suponer que ello, en infinidad de casos, sigue sucediendo, sin que esta circunstancia resulte merecedora de reproche alguno.

Efectivamente la nominación existe, la efectuó el presidente Trump y ahora la designación de Brett Kavanaugh está sujeta al acuerdo del Senado de esa nación. El nominado es un magistrado de una trayectoria en apariencia impoluta, jefe de una familia a la que se la ve espléndida, conformada por él, su esposa de únicas nupcias y dos lindas chicas. Aunque aquí abrimos un paréntesis ya que en verdad no sabemos si es correcto llamarlo “jefe” a esta altura de los tiempos.

En las que no sabemos a quién debe considerarse como tal, cuando por un lado se sabe de muchas familias en la que “mandan” los hijos, a lo que se debe agregar, por el otro, que con la igualdad de géneros tampoco se sabe si en realidad no se debe colocar a la mujer en un mismo lugar que el hombre y hablar de “jefes”. Ya que desde siempre en los matrimonios no hubo “áreas de mando” acotadas para cada uno de los cónyuges, lo que hace a su armonía y no es extraño que sea la mujer “la que calce los pantalones, como se decía de una manera simbólica, en tiempos en que ellas solo usaban polleras.

Debe agregarse que para Kavanaugh, todo iba sobre rieles, hasta el momento en que, quien ahora es una mujer hecha y derecha, lo denunció. Su injuria consistía que en la época en que eran ambos mozalbetes, coincidieron en una estudiantina, y de repente se vio ella encerrada en un cuarto junto a Kavanaugh y un amigo. Estos, los dos, con mucha cerveza encima, provocó lo que habría que calificar como el momento fatal. Fue cuando Kavanaugh tiró a la ahora denunciante sobre una cama, y le tapó la boca, sin que afortunadamente de allí en más, por circunstancias cuya mención es prescindible, las cosas no pasaran a mayores.

Debe aclararse que esa es la versión de la denunciante y no la del juez nominado que la niega. Aunque también cabe decir que el testimonio de ella, prestado bajo juramento ante el Senado, según se afirma resultó convincente, e hizo que se abriera una investigación en marcha al respecto.
Indudablemente lo que Kavanaugh hizo -si es que lo hizo- es no solo censurable sino también inadmisible. Pero se nos ocurre que si aquél al prestar declaración ante la comisión senatorial respectiva, que es muy minuciosa, en un interrogatorio que se remonta hasta muchos años atrás de la existencia del examinado, hubiera dicho que de estudiante era muy contraído a sus obligaciones y obtenía calificaciones excelentes, aunque de vez en cuando no le esquivaba a una farra, en la que el beber cerveza lo llevaba a enredarse en una macana y lo que pasa hoy no hubiera nunca sucedido. Se habría hablado de un “pecado de juventud” y hasta se nos ocurre que la misma denunciante habría leído sin mayor reacción esa declaración.

De donde habría sido la mentira –el mostrarse el nominado como un ángel no precisamente caído, a lo largo de todo su pasado- lo que habría provocado la indignada y airada reacción de la denunciante.

Dejemos allí a nuestro aspirante a ocupar un lugar en la Corte, y coloquemos la cuestión en un contexto más amplio.

De lo que se trata es que en los actuales momentos debemos esforzarnos en no dejarnos ganar por una histeria colectiva ya instalada en la sociedad, en la que, de seguir así, todas las personas del sexo o género que sea llegaremos a ser vistos como abusadores o pedófilos potenciales, respecto a lo cual –y ello inclusive es lo más grave- una opinión pública muchas veces desorientada, por no decir distorsionada o mal intencionada- lleva a invertir la carga de la prueba, y sin esperar a que ella se produzca hacen a aplicar una condena social injusta.

Todo lo dicho hasta aquí, no significa que los abusos o sus etapas preparatorias, ni los actos de pedofilia no existan, y que en todos los casos se trate de conductas aberrantes. Es más, es de esperar la colaboración de todos para que conductas de este tipo no puedan llegar a consumarse, y para el caso que ya la consumación se haya producido, sus autores sean enjuiciados y en su caso reciban condenas justas pero ejemplificantes.

Inclusive es valorable y remarcable, la incidencia que la legítima lucha de la mujer por su empoderamiento se haya convertido en un factor importante para el saludable cambio de perspectiva con la que abordar este tipo de comportamientos que, a fuer de ser redundantes, volvemos a calificar como de aberrantes.

Pero se hace imprescindible separar la cizaña del trigo, lo que significa esperar hasta que una y otro fructifiquen, porque éstas no brotan siendo espigas. Una figura que quiere señalar la importancia que tiene una discreción suma en este tipo de casos, los que deberían hacerse públicos, solo en el momento en que hayan sido claramente establecidos.

Porque resulta claro que en el escenario de escándalos en que transcurre nuestra vida, la sola amenaza de una denuncia de comportamientos como los referidos, puede ser utilizada con propósitos extorsivos, o peor aún si es que se puede concebir que así lo sea, con la sola intención perversa de causar daño.

El hecho no inusual de las falsas denuncias por violencia de género a las que algún juez presta oídos y procede con celeridad instigado en consecuencia, o se recurre a la denuncia de una violencia inexistente, en la que se ve una vía expeditiva para deshacerse del hombre de la casa, debería ponernos a todos sobre aviso.

Máxime en una sociedad como la nuestra, ávida de transformar todo en un escándalo, que sirve para alimentar bajas truculencias. Y de la que es un ejemplo sobresaliente y al mismo tiempo inaceptable, que se siga exhibiendo a través de la televisión o de fotografías públicas en diarios o revistas, a enjuiciados o condenados llevados a la rastra esposada/os desde los tribunales, en lo que resulta un trato vejatorio, que se nos ocurre como una forma aparentemente nueva de retrotraernos a las ejecuciones públicas de reos durante la Edad Media.

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