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La justicia entre nosotros no vive el mejor de los momentos. Las cosas que de ella se dicen y los motes que se le aplican, muchas veces sin razón, la tienen a mal traer.

Aunque se trata de un cuerpo, no digo corporación porque se trata casi de una mala palabra, que con su espíritu de familia unida -es por eso que cada vez más al referirse a ella se la menciona como “familia judicial”- se muestra desafiante al momento de mantener sus banderas en alto.

Aunque siempre capaz de admitir retrocesos tácticos. Como lo ha hecho en el tema del impuesto a las ganancias, que debería aplicársele a sus integrantes como a cualquier hijo de vecino, y que como forma de contemporizar se dictó una ley que lo hacía aplicable a los jueces nombrados a partir de su sanción. Y frente a lo cual ha habido una sentencia por la cual hacen decir a la ley, que ampara a todo ingresante al poder judicial, y no solo a los jueces, desde el mismo momento que acceda a dicho poder con un “nombramiento”, aunque de esa manera queden ubicados en el escalón más bajo de su planta permanente.

Una manera de hacer de las leyes un acordeón, como lo he escuchado tantas veces.

No voy a ocuparme de todas las cosas que se dicen de los malos jueces. Insisto en lo de malos, porque también los hay buenos, sabios y prudentes por añadidura.

Y creo que he encontrado un calificativo neutro que puede aplicarse a todos ellos, sin entrar en las odiosas -aunque a veces necesarias- distinciones. El “esmero”, que lleva a hablar de “una justicia que se esmera”. Entiendo por esmero el cuidado extremo y especial atención que se ponen en hacer una cosa o... en dejar de hacerla, agrego por ocurrencia propia.

Una forma de dejar contento a todo el mundo, ya que solo se habla de esmerarse. Sin decirse nada de en qué se pone el empeño o el esfuerzo.

Porque no solo uno puede esmerarse en hacer el bien o maquinar el mal, o en no hacer nada, sino también en parecer o volverse tonto. De donde se tendría que hablar de una justicia tonta.

A la que de ese modo me resisto a la tentación de calificar al hecho que la justicia bonaerense haya caído en la cuenta, después de 16 años, de la importancia que tendría para esclarecer el asesinato de María Marta García Belsunce, contar con un peritaje encaminado a establecer cuántos minutos y segundos son necesarios para llenar la bañadera en la que se encontró su cuerpo ya sin vida.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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