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Sabemos de una anécdota que no es una ficción sino una ocurrencia, que inclusive para el núcleo del presente texto puede aparecer, sin en realidad serlo, completamente descolgada. Se trataba de dos amigos. Entre los que era casi un ritual jugar en forma cotidiana una partida de ajedrez. Con un resultado que por su recurrencia, se podía decir que se sabía de antemano, o que era totalmente previsible. Uno siempre ganaba y el otro siempre perdía. Hasta aquí nada que resulte extraño, aunque pueda y con razón verse como aburrido. Pero lo que sí importa, y que no tiene desperdicio, es la manera en que invariablemente, terminada la partida, emitía su juicio del ganador: “hermano, cada día que pasa jugas mucho mejor”.

Es que nos encontramos aquí ante una muestra, al menos en aparecía sutil, de la autocelebración, a la que más comúnmente mencionamos como el autoelogio.

Es que si el que pierde juega cada vez mejor, ¿qué decir del que, por su parte, sigue invariablemente ganando y que se esconde bajo un falso reconocimiento de valía respecto al otro?

Inclusive la autocelebración de individual puede llegar a convertirse en grupal. Algo que lo vemos también de una forma todavía más disimulada, y a la vez más ostensible, en el caso del personaje -para decirlo en la primera y seguramente la única vez que usamos el neoleguaje en que a la palabra “persona”, la hubiéramos podido escribir como “persone” o como “person@”- a la que se alude con el nombre de un personaje de historieta que era el de Figuretti. Su principal preocupación era “dar la nota”, o lo que es lo mismo ser noticia aunque fuera hueca, o ser fotografiado o aparecer en televisión, cuando más no fuera mirando el río, ya que lo único que importaba era “hacerse presente”.

Es la situación que se da dentro de una especie de cenáculos de artistas en diversas disciplinas, o que ellos suponen que pasan por serlo, en lo que se ve poco menos a sus participantes ascender al “cielo de las artes” impulsado por los elogios que a sus cualidades y sus obras mutuamente se brindan. Y todo ello viene a cuento por toda la fanfarria que ahora se ve y se escucha por la reparación de un segmento de la exruta 26, que dentro de muy poco comenzará.

Se podrá replicarnos con palabras refranescas -vendría al caso aquello de que “palo porque bogas, palo porque no bogas”- en atención a nuestro recurrente reclamo por esa reparación, de la que por otra parte estamos de cualquier manera entre los primeros en alegrarnos. Pero nos parece excesiva la alharaca. Inclusive de una desajustada entidad, mayor a la que hubiera tenido el saneamiento exitoso e irreversible de los arroyos Artalaz y de la Leche, algo que por lo visto a nadie importa, porque de ello nadie se acuerda.

De cualquier manera de esta reparación minúscula debemos sacar dos conclusiones. La primera recordar que desde el final de la última administración justicialista en San José no se llevó a cabo sino una pequeña, parcial y desprolija, reparación de esa ruta, si dejamos de lado esos nudos distribuidores del tránsito -no estamos seguros de considerarlos unas típicas rotondas que con acierto se han construido-, y el inconsecuente, lo decimos por la diferencia que se da entre poste y poste, sistema de alumbrado de la misma ruta entre Colón y su ya casi adosada San José. Para no provocar celos no deseados habría que decir que cabe lo inverso, que Colón, como “barrio del puerto”, es la que se ha adosado a San José, una circunstancia que lleva a que la consideremos y en consecuencia la utilicemos no como ruta sino como “avenida de transito rápido”, pero con velocidad máxima.

Y la otra conclusión es la escasa atención que se le presta al mantenimiento de los edificios públicos, de lo cual, y como contraste, es un encomiable ejemplo el emprolijamiento que se ha hecho en el añoso edificio escolar de Urquiza y Lugones, en el que ya fueron a clase nuestros tatarabuelos, y que supo albergar también al museo que nos consiguió Quirós, y la Universidad Popular que mantuvo viva Elvira Durán, y cuyas desapariciones deben provocarnos el dolor propio de las graves omisiones culpables.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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