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Somos conscientes que el encabezamiento precedente, no es la más simpática de las formas de calificar los resultados de las primarias del pasado domingo, pero a la vez no podemos dejar de lado la franqueza. Y ella es la que nos manda a describir de esa manera la impresión que los mismos no causan.

Es que debemos partir de la base que la ciudadanía ha votado, y que su decisión –salvo un milagro- suena a irreversible.

Además que cada elección debe considerarse como un triunfo de la democracia, por más que descreemos que la voz del pueblo sea la voz de Dios; ya que estamos convencidos de que, por ser Él un absoluto, su Voluntad no tiene lo que desde nuestra perspectiva humana conocemos como límites, mientras en una república democrática -como trata de llegar a ser en forma plena la nuestra- nuestro poder de decisión tiene a la Constitución Nacional como marco. Un marco dentro del cual debemos esforzarnos en movernos, sin dejar de ser lo que decimos y proponernos que el actuar de otra manera significaría deshacernos.

Hablamos de paliza, porque indudablemente eso es lo que recibió el gobierno, de una manera que por su contundencia, volvió el voto castigo aplicado como excesivo, ya que no era merecedor del encono que entró en parte en ese tratamiento.

Y si hablamos también de autoflagelación, es por cuanto quienes obtuvieron el triunfo, olvidando loablemente viejas rencillas, heridas que no terminan de cerrarse, y recíprocos largos intercambios de vituperios, fueron tratados con tanta desproporción en el apoyo como en el caso anterior en el maltrato.

Se hace presente entonces de esa manera aquí, una mancha que debemos buscar la forma de hacer desaparecer, si es que queremos salir del pantano en que vivimos, cual es la de tratar de medir al igual a todas las situaciones en las que se hayan involucradas en estos hechos, con la misma vara, cosa que no hacemos, circunstancia en la cual encontramos una de las causas, posiblemente la más grave, para dar pie a la necesidad de reencauzarnos.

Y esa vara no puede ser otra que le ley, la que debe ser aplicada en forma pareja para todos. Algo que nos cuesta entender, dada la tendencia más grave en el caso de quienes deberían, y desgraciadamente no dan siempre el ejemplo, a pasarla por alto.

Algo que hacemos valiéndonos de varios ingeniosos mecanismos, que utilizamos siempre que, por sentirnos íntimamente transgresores de las normas, buscamos una tranquilidad de conciencia que no es tal, salvo el caso en que reconozcamos en forma pública una anomia, que en realidad no es sino amoralidad.

Son conocidas las clásicas formas de hacerlo. Que se manejan todas más allá de ese nivel signado por el “hecha la ley, hecha la trampa”. Ya que la primera de ellas, es tenerla enfrente y reconocer su existencia, todo ello mientras se la elude con el manido argumento de “por qué yo”, si los “otros no”…; y es sabido a qué nos estamos refiriendo. La segunda, ha sido constante: es hacer la ley como se dice “de goma”, o sea interpretarla y aplicarla a gusto del consumidor privilegiado, de una manera que remeda al inolvidable Groucho Marx, quien advertía, cuando el tema giraba en torno a valores y principios, que si los ofrecidos en primer término no son de su agrado, contaba con una amplia variedad de ellos, para reemplazarlos…

No sabemos si en esa categoría debe ser incluida una tercer formar de intentar burlar la ley sin que la mala conciencia entre en escena, o si se trata de otra categoría. De cualquier forma a lo que nos estamos refiriendo es desdibujar tanto la justicia como a quienes juzgan, en función de negar que los procesos y las condenas signifiquen “hacer justicia”, pera degradar a ambos arguyendo de que se trata de “pura política”, pasando por alto que de esa manera aluden a lo que no es sino “politiquería”, ya que lo político es merecedor de otro tratamiento en cuanto es digno de respeto.

Se trata de algo que se escucha en ámbitos en los que se proclama la “justicia legítima”, sin advertir que al disociar la justicia en dos categorías, no se está haciendo otra cosa que convirtiendo en ilegítimas a todas sus categorías.

Debería quedar en claro, mientras tanto, que es erróneo llegar a considerar los resultados de las primarias – a los que los tenemos por definitivos, aunque no lo sean, ante la posibilidad de que quede pendiente al menos otro paso más del mismo tenor- como más que un simple retroceso, “una marcha atrás”, ya que no es así.

No se trata tan solo de que se debería tener presente una afirmación famosa de un político conservador cordobés, José Aguirre Cámara; frase ya olvidada como también los conservadores como fuerza política. Destacables ambas, porque cada vez quedan lamentablemente entre nosotros menos cosas merecedoras de ser preservadas, y en realidad nos empeñamos en hacer tabla rasa con todo lo que se pone a nuestro alcance. Y en aquella frase se señalaba que “los pueblos no reculan”.

Los pueblos no reculan, nada más cierto, pero se nos ocurre agregar, que ello no quita que puedan – como cabe suponer que sea nuestro caso- avanzar deambulando de banquina en banquina, o sea a los barquinazos, como es un indeseable comportamiento que se ha hecho presente por largos lapsos, desde nuestro nacimiento como Nación.

De lo que se trata entonces el hacer las cosas de manera que podemos de una vez por todas transitar como es debido y de una manera previsible e incluyente. Porque la única grieta auténtica en nuestra sociedad es la línea de pobreza, y la así mal llamada más que una cuestión ideológica como se la quiere ser tiene que ver con la manera en que existe empeño en tratar como “otro” al que integra el “nosotros”, tratamiento que no tiene que ver con otra cosa que con que si se respeta o no a la Constitución.

Es por ello que el paso fundamental que de aquí en más debemos dar todos, los que se irían y los que llegarían, es asegurar un ordenado recambio de autoridades, dentro de los tiempos establecidos en el poder. Porque “asegurar la gobernabilidad”, tal como se dice es tarea no solo de los que gobiernan sino también de sus opositores.

Y que se trabaja en ese sentido -si tenemos en cuenta lo que aconteció en los casos de “final anticipado” del mandato presidencial de Alfonsín y de la Rúa- resultaría un primer indicio de que estamos avanzando en la dirección correcta.

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