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Andrés Manuel López Obrador, presidente de México
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México
México no es la Argentina, aunque no resulte de importancia detenernos a establecer cuál es de ambas mejor o peor. Ello, no obstante, tienen las dos naciones una característica en común, la presencia del populismo en el gobierno, el cual muestra -como lo hace siempre- una tendencia a “ir por todo”, y de esa manera dar a sus instituciones una impronta autoritaria.

La lectura de un ensayo del intelectual mejicano Luis Antonio Espino, señala las características del gobierno encabezado por el actual presidente de Méjico, Andrés Manuel López Obrador, autobautizado con el acrónimo AMLO, que guardan un nada lejano parecido, con lo que en la actualidad sucede entre nosotros.

Es así como comienza señalando que, en la conversación pública en Méjico, “abusando del poder de las instituciones del Estado, el presidente, los legisladores y los dirigentes de su partido están usando el lenguaje como arma para atacar a quienes piensan distinto, y lo hacen con cada vez más agresividad y estridencia.”

Ya que –continúa señalando el autor- tanto AMLO como sus seguidores buscan en primer lugar, “reforzar el culto a la personalidad de un líder demagógico” que considera que sus ideas y propuestas encarnan a “La Patria”. Al mismo tiempo que se los ve “pasar del resentimiento pasivo al odio activo, al incitar a los seguidores del presidente a agredir a los opositores y destruir su reputación, en una suerte de linchamiento virtual”.

Como consecuencia de lo cual también allí reina un estado de crispación y polarización que es alimentado desde el oficialismo gobernante frente a lo cual se asiste a la torpeza de algunos sectores de la oposición, que terminan enganchados en ese juego. Sin dejar de advertirse que esa atmósfera insalubre contribuye a la desmovilización de “los ciudadanos menos politizados y a grupos de la sociedad adversos al riesgo, al activar el miedo a opinar y el asco por la política entre quienes podrían apoyar opciones distintas al populismo.”

Pero nuestro personaje, no se limita a señalar las características del régimen que se intenta instaurar en Méjico, sino que también pasa a proponer acciones que el nombrado considera aptas, para resistir el logro de sus objetivos, que son los que llama “remedios para para resistir este ataque contra el pluralismo democrático”.

Ignoramos hasta qué punto esos remedios, podrían resultar beneficiosos para el logro del objetivo señalado, cual es –se lo repite- la permanencia del “pluralismo democrático” en la sociedad democrática, ni tampoco los logros que su aplicación podría alcanzar entre nosotros, en circunstancia en que da la impresión que “todos buscan pelearse con todos”, no solo en el plano político, sino en un sinnúmero de ámbitos de nuestra sociedad.

Pero de cualquier manera nada se pierde con mencionarlos, ya que debemos señalar que en gran medida ellos muestran coincidencias con algunas de nuestras prédicas.

Es así como lo primero que se recomienda es que “cuidemos de nuestro lenguaje”, y que dejemos de usar las palabras que, aquellos que las escuchan puedan entender que están dirigidas a ellos, y ser portadoras de una agresividad que puede llegar a considerarse como extrema; cuando no lisa y llanamente, como un mensajes de odio. De allí que se señala que “quien habla como el presidente, así sea para contradecirlo, ayuda al presidente.” Ya que no es buena decisión apropiarse del insulto para burlarse de él ni de nadie. No es buena decisión de comunicación “apropiarse” del insulto para burlarse de él, es un error.

Ello implica dejar de reproducir y amplificar mensajes irritantes o que provoquen odio en las redes sociales. De allí que se deba resistir “al reflejo emocional del tuit, el retuit y el “share”, por una cuestión hasta de “higiene social”. Inclusive se trata de ir más allá de eso, denunciando que no es libertad de expresión ni una opinión el denigrar y atacar a un grupo social por sus ideas o posturas.

De donde de lo que se trata es de “cambiar la conversación, hablar otro lenguaje y, sobre todo, apelar a emociones positivas como esperanza y orgullo”. Transformando el discurso público en un intercambio de ideas, acerca de lo que es mejor para cada uno, los demás y la sociedad toda. Un modo de intercomunicarse que ponga el acento tanto en detectar los problemas y buscarles solución.

Es por lo cual, en el ensayo que glosamos, se señala que a diferencia del discurso democrático, el que cabe considerar como demagógico, centra la discusión en la identidad de las personas y reduce la realidad a la lucha imaginaria entre un grupo interno (“nosotros”) que es “bueno” y se enfrenta a un amenazante grupo externo (“ellos”) que son malvados.

Se trata todo lo referido de una medicina simple, pero que ajustarse a ella no es fácil para quienes llevamos generaciones haciendo lo contrario, de una manera que parece acrecentarse con el paso del tiempo.

Aunque de lo que se trata no es de otra cosa que “adecentar” los intercambios comunicativos, en todos los ámbitos, elevándolos al nivel de verdaderos “diálogos”. Es decir, no hacer lo contrario, algo que es frecuente ver suceder en el interior de las familias, en el vecindario o en la calle, sin que se pueda precisar en cual de esos ámbitos debe verse el origen del destrato que se produce para los otros, y que adquiere proporciones imprevisibles en la escena pública. Cierto es que con eso no basta, pero allí está el comienzo de la posibilidad de cualquier vida mejor en sociedad.

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