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En Colón, la inquietud municipal ha llevado a que sean plantados 130 ejemplares, de más de 20 especies autóctonas, en lo que se pretende sea la primera etapa de la restauración del llamado “bosque” o mejor habría que hablar de “monte en galería”.

Un acontecimiento que se volvió más gratificante aun por la participación de un grupo de jóvenes, a los que no siempre se logra interesar en este tipo de actividades. Palo Víbora, Palo Fierro, Mataojo, Molle, Ubajay, Anacahuita, Mataojo Común, Francisco Álvarez, Sen del Campo, Laurel Ocotea, Tala, Curupí, Ingá, Guayabo Blanco, Timbó Blanco, Envira y Chalchal, figuran entre los ejemplares plantados de esas especies.

Y la pregunta que nos hacemos es cuántos entre nosotros están en condiciones de reconocer los árboles de cada una de esas especies. “Hacer la prueba” no es solo la posibilidad de un “entretenimiento”, sino que sirve para tomar conciencia de en qué medida hemos echado auténticas raíces en la tierra, que decimos es nuestra, pero de la que en gran mayoría no somos otra cosa que meros huéspedes de la hospitalidad que ella nos brinda. Algo que por otra parte vendría a explicar el maltrato que, por lo general, le damos a nuestro ambiente. Al explicar, decimos, y no a justificarlo, ya que se debe respetar la integridad de lo que no es nuestro, pero de lo que su utilización nos ha sido brindada.

De donde, el hecho que no podamos “nombrar” todos y cada uno de los componentes del mundo natural en lo que constituye nuestros entorno, significa que algo hemos venido haciendo mal, tanto aquéllos de quienes sus ascendientes fueron los originarios dueños de la tierra, como también de “los que “bajamos de los barcos” Porque para “nombrar” se hace indispensable saber de qué se trata, y para ello “mirarlo” con detenimiento. De lo que se desprende que, en gran medida, somos sino huéspedes de una tierra a la que vivimos como ajena, la que toda ella y sus elementos –en el que en muchos casos, también son otros seres humanos como nosotros- no hacemos otra cosa que verlos “sin mirarlos”. Una circunstancia malhechora que tiene como fundamento causas diversas. Entre ellas, la tan erróneamente calificada enseñanza como “enciclopedia”, que en la escuela primaria se contentó con enseñarnos a aprender el nombre de plantas y animales autóctonos, sin preocuparse de mostrarnos, aunque más no fuera, a alguno de ellos.

Una manera más de empobrecer nuestras existencias, las que podían haberse vuelto más plenas a un costo reducido. Algo que hace doblemente lamentable esa circunstancia es que, no es tan cierto que siempre es posible comenzar a mirar las cosas de ese modo, y si, de ser ello posible, tenemos en verdad deseos de hacerlo. Ya que tantas veces le damos el nombre de “reservas” a extensiones que, respetando las distintas proporciones, hacen recordar a la “reservas” de indios en territorio estadounidense.

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