Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Contar con la información no nos costó ningún esfuerzo. Casi se podría decir que nos llegó de arriba. Algo que no quiere decir que de carambola, o que por inquietud propia no hubiéramos podido llegar, más tarde que temprano, a disponer de ella.

Poco tiempo después que iniciara este siglo su segundo decanato, o sea en plena década ganada, la Agencia de Información Energética de los Estados Unidos publicó dos informes con estimaciones de la magnitud de los recursos no convencionales –una manera no precisamente correcta de hacer referencia no a los recursos en sí, sino a la imposibilidad de obtenerlos siguiendo la metodología extractiva tradicional- técnicamente recuperables de petróleo y gas, en cuarenta y un países.

Entre ellos figuraba el nuestro en segundo lugar en cuanto a las reservas estimadas en volumen de gas y en el cuarto lugar en las de petróleo. El anuncio no quedaba allí, sino que se cuantificaban en forma estimativa los recursos, que se los tenía por equivalentes a más de trescientos años del actual nivel de consumo en nuestro país.

Casi en seguida se conoció el lugar de ese tesoro sepulto. Era lo que hoy se conoce como el área de los yacimientos de Vaca Muerta, que cubre prácticamente todo el territorio de la provincia de El Neuquén; lo hace con porciones importantes de las de Mendoza y Río Negro y viene a alcanzar una pequeña porción de la provincia de La Pampa.
Se trata de una superficie de treinta mil kilómetros cuadrados, de la que en la actualidad está en explotación una insignificancia, ya que no alcanzan al tres por ciento, con mil pozos activos y que en materia de gas podemos volver incluso a exportar en verano, aunque seguimos sin estar abastecidos cuando los fríos aprietan.

Como dato complementario a computar cabe agregar que el valor estimado de los yacimientos, resultaría equivalente al valor monetario de diez veces el Producto Bruto Interno actual de nuestro país, y que cuenta, tal cual ahora repetimos, con una proyección energética de trescientos años a los niveles actuales de consumo.

Esta última apreciación es en realidad una estimación poco menos que irrelevante, ya que todo lleva a suponer que en trescientos años los combustibles fósiles posiblemente hará ya mucho tiempo que habrán dejado de ser una fuente utilizable para generar energía eléctrica, a la vez que no es posible efectuar una estimación de nuestra demanda proveniente de esa fuente, en el caso presumible, aunque no necesariamente esperable, que nuestro país, hubiese tomado el camino del desarrollo autos-sostenido y continuado.

Mientras tanto no es cuestión de creer –dado que es eso lo que podría llegar a costarnos muy caro- que tenemos no una vaca muerta, sino una vaca atada, como frecuentemente se dice, dado lo cual no es el caso de que aquí lo expliquemos. Ya que –siempre surgen los incómodos peros- tal como lo dijo con una sinceridad temible y desnuda un economista local en un panel de especialistas convocado precisamente para hablar acerca de “qué hacer con Vaca Muerta”, el tener recursos no es sinónimo de éxito y la Argentina no es un buen ejemplo de ello. Verdad plena, y dicha de la manera más educada posible.

Es que desde siempre, en los genes de muchos de nosotros, de ser válida la suposición de que persisten rasgos idiosincráticos de los primeros no aborígenes que “desembarcaron de los barcos”, podemos llegar a la conclusión que seguimos soñando. Como también lo hicimos con las fuentes de juvencia, o sea de la eterna juventud que Alvar Núñez Cabeza de Vaca estuvo tratando de ubicar en tierras de lo que es hoy Estados Unidos, en el estado de Florida, antes de llegar a las costas de lo que es hoy Brasil y en dirección al Paraguay. El sueño no era llegar y no encontrar la vaca atada, porque aquí de ellas no se sabía ni las había y en algún momento las trajeron ellos de España.

Su sueño era hacerse de todo el oro, extraído mansamente por los colaborativos “hijos de la tierra”, quienes les iban a entregar el botín en forma gustosa.

De manera que ellos, los recién llegados y sus familiares hasta la enésima generación pudieran repatingarse en un interminable “dolce fare niente”. De allí quedó hasta ahora, el dicho aquel de “hacerse la América”, que no solo se hizo carne en Méjico y en el gran Perú - ese que incluía hasta el Potosí- sino también en los grupos saladeristas porteños, vendedores de cueros y tasajo. Quienes tuvieron la habilidad de convertir en una patriada el entrevero de la Vuelta de Obligado; que más allá del respeto y hasta admiración que nos merece la bravura de los muertos en la lucha, no fue otra cosa que la demostración más acabada de las maquinaciones de las que sus mandamases se valían para conservar en sus manos “las llaves del reino”. O sea el derecho a cobrar peaje por lo que entraba y salía de todo el país y no solo del territorio bonaerense, y que no había otra forma de hacerlo que pasando por “su puerto”.

Algo que también creyeron posible muchos descendientes de esos saladeristas, cuando aprovechando las “rentas extraordinarias” de su actividad ganadera (similares a las que la soja dejó durante la década ganada) se fueron a gastarlas a Paris, convencidos que la América ya estaba hecha, y que contaban con un barril sin fondo, mito que, algo que más de un siglo después, da toda la impresión de que seguimos teniendo por válido.

Todo ello con olvido de que es imposible tener la vaca atada, y Vaca Muerta va a ser con certeza un claro ejemplo de ello, si no comenzamos por ser como sociedad, lo que estamos lejos de ser, para que se nos tenga como un país en serio. País del que le gustaba tanto hablar a Néstor Carlos Kirchner, sin comprende del todo el acierto de su afirmación. Ya que un país en serio presupone que haya orden en todos los órdenes, contar con una justicia independiente, honesta y capacitada – se hace ahora necesario agregar estos dos últimos adjetivos para referirnos a cualidades que hubo un tiempo entre nosotros que eran obvias- y trabajar mucho, con el merecido premio justo a ese esfuerzo.

Se trata la indicada de un presupuesto que si fuéramos otros, deberíamos dar por sobre entendido, ya que para una explotación intensa y eficaz de esos yacimientos, resulta indispensable contar con una ingente masa de recursos, lo que a su vez significa la existencia de inversores bien dispuestos; y que para ello es indispensable que confíen en nosotros. Cosa muy dificultosa cuando se ve desde afuera el tembladeral en el que vivimos, lo que lleva a que los que vengan con esas intenciones coticen alto el “riesgo argentino”, el que para nosotros significa una cara más -y ellas son ya muchas- del “costo argentino”.

Es por eso que debemos expresar nuestro temor, basados en tantas horribles experiencias, que en lugar de hacer las cosas bien, en algún momento no resistamos la tentación de “empezar a gastar a cuenta”. Ya que nos ha dado mala espina que el gobierno de El Neuquén no haya construido hasta la fecha un camino como Dios manda, entre su capital homónima y los yacimientos ya operativos ubicados a poco más de cincuenta kilómetros, que vengan a suplir todas las deficiencias de los actuales, que dan cuenta de un tránsito equiparable al de la General Paz. Mientras ese mismo gobierno recibe ya en estos momentos sesenta millones de dólares mensuales en concepto de regalías por sus yacimientos.

Enviá tu comentario