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El reperfilamiento de la deuda no puede ser analizado como un evento aislado, sino que sólo podrá ser exitoso en tanto sea parte de un plan económico integral

No tenemos ni idea acerca de qué programa económico pondrá en práctica Alberto Fernández a partir del 10 de diciembre, y no podemos usar lo que en estos días vaya diciendo por ahí, pues hasta dentro de una semana será apenas un candidato en campaña. Si todo sale de acuerdo con la lógica de las elecciones PASO, será a partir del 27 de octubre a la noche cuando sus palabras ya serán las de un presidente electo. Una condición que comenzará a cargarle, aunque más no sea en parte, con el peso de lo que suceda en la economía a partir de entonces.

Con todo, parece haber un consenso entre sus palabras, las de sus asesores y los actos del gobierno de Macri respecto de una invitación a reestructurar la deuda pública. El Gobierno, de hecho, ya reperfiló las Letras del Tesoro de corto plazo, mediante un decreto que no supuso quita alguna pero cuya improvisación generó un gran revuelo en el mercado financiero.

Esa pequeña muestra debería resultar una alerta para evitar cualquier intento de reestructurar o reperfilar la deuda pública fuera del marco de un programa económico integral. Siempre podrá haber extremistas dispuestos a no pagar las deudas, pero la realidad es que no pagar fuerza ajustes peores a los que deben hacerse para pagar, como ocurre en Venezuela. Se reestructura para volver a acceder al mercado de deuda y así evitar ajustes mayores. Sin embargo, el ejercicio no es tan sencillo.

Parecería existir la creencia en que si extendemos los pagos de capital e interés, el problema de la deuda desaparecería

Parecería existir la creencia en que si extendemos los pagos de capital e interés, el problema de la deuda desaparecería. Ese trato “VIP” haría que los acreedores, que hoy ven sus papeles transar en niveles de entre 40% y 50% de su valor técnico, aceptaran sin más la propuesta.

Pero ese ejercicio parecería partir desde suposiciones discutibles. En primer lugar, que podría hacerse sin involucrar al FMI. Sin embargo, su condición de acreedor preferente hace imprescindible hacerlo parte de una propuesta a los bonistas. Entre 2022 y 2023, Argentina debería devolver al FMI unos US$ 40.000 millones entre capital e intereses del préstamo stand-by. ¿Qué bonista podría creer que un bono de mayor plazo será pagado mientras exista esta montaña de deuda irresuelta?

En segundo lugar, se supone que podría renegociarse la deuda emitida bajo legislación extranjera, pero que con la deuda en pesos y dólares emitida bajo legislación local podría ejecutarse un reperfilamiento forzoso, por decreto, como se hizo con las Letras. Pero el mercado natural para un emisor poco confiable como Argentina no puede más que comenzar por los argentinos. Si la idea es refinanciar aunque más no fuera algunos vencimientos, darle un tiro de gracia al mercado local sería como pegarse un tiro en los pies.

En tercer lugar, se supone que podría reestructurarse sin que a la vez haya un programa económico integral. Los títulos de deuda son la promesa de cobro de intereses y capital en fechas determinadas. Antes de prestar a un emisor soberano, se evalúa su capacidad de pago futura. Cuando un país siempre cumplió, se supone que al vencimiento obtendrá nuevos fondos con los cuales refinanciar la deuda, pero cuando el emisor es Argentina, el ejercicio requiere capacidad de pago en cada fecha, algo que sólo se lograría con el superávit fiscal que permita afrontar los vencimientos.

No es creíble una propuesta aislada, sin un marco de referencia para otras variables de la economía

No se trata de un ejercicio de ciencia ficción, ni de un ejercicio simple, sino de un problema importante y, sobre todo, urgente. Casi cada semana hay que afrontar pagos de intereses de la deuda, en pesos y dólares, que pueden afectar la tranquilidad de cada uno de nosotros. La apertura de la brecha cambiaria entre el dólar oficial y el contado con liquidación de esta semana lo atestigua.

No es creíble una propuesta aislada, sin un marco de referencia para otras variables de la economía. Pero no parece que los candidatos tengan en claro el desafío que supone llevar el asunto a buen puerto.

Con liviandad se habla de restructuración “a la uruguaya”, “a la ucraniana”, o “a la griega”. Se ignora que estos países debieron reestructurar bajo el paraguas del FMI y afrontar ajustes fiscales enormes para hacer que sus propuestas fueran aceptadas.

No seremos distintos. El tamaño del ajuste será una función del tiempo que nos lleve asumir el problema y lo que hace falta para resolverlo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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