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Las vacunas son tan importantes en la adultez como lo son en la infancia. Así como cuidamos que los niños reciban los esquemas completos de las distintas inmunizaciones, es clave que luego de la adolescencia, y durante toda la vida, continuemos recibiendo las vacunas necesarias según la edad y otras características personales, para prevenir una gran cantidad de patologías, algunas graves.

Así lo da a conocer el Dr. Daniel Stamboulian –Presidente de la Fundación Centro de Estudios Infectológicos (FUNCEI) y de Fighting Infectious Diseases in Emerging Countries (FIDEC); Director Médico de Stamboulian Servicios de Salud- quien junto al grupo de trabajo de Vacunas en Adultos de FIDEC/FUNCEI, y con la participación de profesionales especializados, participó de la elaboración de una guía práctica de vacunación en adultos.

El material recuerda que cuando nos vacunamos evitamos el contagio, protegiendo a nuestro entorno y a toda la sociedad. Si bien existen enfermedades prácticamente erradicadas en el mundo gracias a la vacunación, si dejamos de aplicarlas o no completamos la cantidad de dosis, tanto esas como otras afecciones volverán a propagarse.

Muchas complicaciones y secuelas serias, internaciones y muertes podrían evitarse si más adultos conocieran y reclamaran la aplicación de las vacunas. Por supuesto, siempre es necesaria la evaluación médica de cada caso.

Es indispensable desterrar mitos y creencias falsos, porque las inmunizaciones son seguras y efectivas, de hecho, son tan importantes como la buena alimentación, el descanso y el ejercicio, para mantener el cuerpo sano.
Tipos de vacunas
- Las que utilizan el virus vivo (atenuado). Ejemplos: la antivaricelosa o la triple viral que protege contra el sarampión, las paperas y la rubéola.

- Las que usan el virus o la bacteria intactos pero muertos (inactivados). Se hacen a partir de una proteína o fragmentos de un microorganismo. Ejemplo: la antigripal.

- Las toxoides, que contienen una toxina inactivada producida por la bacteria, inmunizan contra los efectos de infección. Ejemplos: antitetánica, antidiftérica.

- Las biosintéticas con sustancias artificiales (elaboradas por el hombre) muy similares a porciones de virus o bacterias.
¿Para qué vacunarse?
- Reforzar la inmunidad: algunas vacunas no otorgan defensas para toda la vida, requieren más dosis.

- Proteger contra los virus o cepas que cambian. Como la antigripal anual.

- Evitar adquirir enfermedades que no se tuvieron.

- Prevenir infecciones que suelen afectar a grupos específicos.

¿Son seguras?

Sí. Al igual que los medicamentos o vitaminas, las vacunas pueden producir efectos secundarios leves. Los más comunes son: dolor o sensibilidad en la zona de aplicación, fiebre. Los beneficios superan los posibles riesgos.

¿Tienen contraindicaciones?

El médico evalúa cada paciente antes de indicarlas, estudiando antecedentes clínicos, vacunales, edad y otras características personales. Se recomienda evitar su aplicación temporalmente a quien tiene una enfermedad aguda moderada o severa, y de modo absoluto a aquellos que padecen alergias a sus componentes, encefalopatía o síndrome de Guillain-Barré.

¿Provocan los mismos síntomas de la enfermedad que previenen?

Las vacunas siempre son mejores que la patología, exponen al organismo a una cantidad muy pequeña y muy segura de virus o bacterias (previamente debilitados o destruidos), excepcionalmente producen efectos adversos leves o síntomas clásicos de la enfermedad.

¿Las vacunas causan otras enfermedades a largo plazo?

No. Es importante desterrar mitos y enfatizar que se estudió y comprobó que las vacunas no generan autismo, diabetes, esclerosis múltiple, alergias, asma ni daño cerebral permanente.

¿Debilitan el sistema inmune?

No, las vacunas usan versiones atenuadas de los microorganismos (virus o bacterias), no sólo no lo debilitan sino que lo refuerzan al ayudarlo a combatir distintas infecciones.
Contra la gripe
La gripe es una enfermedad respiratoria aguda, contagiosa, causada por el virus de la influenza. Se transmite de persona a persona, a través de secreciones que expulsan los pacientes infectados al toser, hablar o estornudar.

Sus síntomas son: fiebre alta, tos seca, dolor de cabeza, dolores musculares, articulares y cansancio. Tardan de 1 a 4 días en aparecer (período en que también se transmite la infección) y pueden durar hasta 2 semanas. Los adultos mayores pueden manifestar confusión y cansancio sin fiebre.

La vacunación es la forma más eficaz para prevenir la influenza, complicaciones como la neumonía, la bronquitis y la sinusitis que pueden empeorar ciertas enfermedades crónicas (insuficiencia cardíaca, asma o diabetes), y la muerte asociada a la gripe.

Existen dos tipos de vacunas: las antigripales con virus inactivados trivalente o tetravalente (VIT). Se pueden aplicar por vía intramuscular o intradérmica; la antigripal atenuada a virus vivos (LAIV), actualmente no disponible en Argentina.

Todos los mayores de 6 meses pueden recibirla. Especialmente: embarazadas (en cualquier mes de gestación): solo VIT; madres de bebés menores de 6 meses (que no la hayan recibido en el embarazo); mayores de 65 años; fumadores; quienes padecen enfermedades crónicas (renales, respiratorias, cardíacas, obesidad, diabetes); inmunocomprometidos, incluyendo VIH: sólo VIT; quienes trabajen o convivan con niños, ancianos o enfermos.

Debe aplicarse todos los años durante la temporada gripal (de marzo a septiembre en hemisferio sur). Las cepas del virus cambian cada año y las defensas adquiridas por vacuna sólo son útiles para ese lapso, por eso se recomienda la revacunación anual en otoño o invierno. La protección se obtiene entre los 10 y 14 días de aplicada la inmunización y persiste alrededor de un año.

La vacunación no está indicada en personas que cursen enfermedad aguda de moderada a severa, que tengan fiebre mayor a 38º C, antecedentes del síndrome de GuillainBarré o de reacción alérgica grave a alguno de sus componentes.
Las vacunas en adultos son:
- Un derecho.

- Una responsabilidad.

- Un modo de cuidar nuestra salud al prevenir diversas enfermedades.

- Una manera de proteger a quienes queremos, al evitar el contagio.

- Un compromiso con las personas con factores de riesgo: bebés, niños, embarazadas, ancianos o enfermos.

- Una obligación para los trabajadores de la salud, docentes, empleados de guarderías o geriátricos.

- Un requisito para mayores de 65 años, embarazadas, puérperas, trasplantados, pacientes con patologías crónicas (respiratorias, cardíacas, renales, hepáticas, metabólicas como diabetes), inmunocomprometidos, incluyendo VIH.

- Una necesidad para disfrutar de viajes más saludables y para no interrumpir las actividades diarias o el trabajo.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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