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Tenemos una cantidad de cosas que nos viven pasando, y que nos arruinan la vida mucho más de lo que nos damos cuenta, lo que no debería suceder. Es la grieta en el pavimento de la calle, que nos hace pegar un barquinazo al encontrarnos con ella y sobrepasarlo con el auto, cada día e inclusive varias veces en el día, sin que nadie se ocupe de arreglarlo. O está el caso del basurero que se agranda cada día, como sucede en un baldío o en la calle o el camino más perdido. Sin olvidar el motociclista que nos asusta con el ruido que de improviso se nos viene encima, mientras dentro de otro auto, los pasajeros lo ven pasar como un zigzagueante refucilo. Sin olvidarnos de la canilla que gotea, gotea y no para de gotear en una plaza o en una playa. Tampoco de los barrenderos que conversan hasta que terminan por animarse a barrer, mientras en el parque o en una plaza no hay nadie para carpir.

Relato, el precedente, que podría prolongarse en ejemplos infinitos de situaciones parecidas que vemos ocurrir en nuestro entorno. Que nos hablan de una ausencia total -o casi- de verdaderos controles. De esos que hacen reaccionar con un enojado ¿por qué a mí? cuando cualquiera es encontrado en transgresión como consecuencia de una inspección azarosa, con la que se nos ha sorprendido nada más que por mala suerte.

Control que debería comenzar por ver al intendente, miembros de su equipo y concejales caminando la ciudad, haciendo algo más que echar una mirada al pasar, sino tratando de que no se le escapen los detalles, los que deben ser cuidadosamente anotados de manera de tenerlos presente a los efecto de darle después la debida atención.

Hace de esto años, desde estas mismas columnas se nos ocurrió sugerir una peculiar forma de “voluntariado”, que permitiría a los vecinos ofrecer sus servicios honorarios, con el objeto de actuar como controles informales. Función que los obligaba a comunicar cualquier situación que exigiera la atención municipal en los aspectos más amplios, y comunicar esa novedad a un funcionario encargado de recibirlas, darle curso a la repartición competente, y recibir información respecto a la acción exigida y cumplida.

Ahora, invadidos como estamos hasta la saturación adictiva con celulares a dos manos y otro en un bolsillo, consideramos que avanzar en esa línea resulta innecesario. Lo que se nos ocurre es que cada vecino cumpla con su deber, comenzando por hacer un control de sí mismo, para luego ya mirando a su alrededor proceder, en la misma manera que en caso de los fallido controladores, propuestas.

Con el añadido que ahora resulta posible, de subir los reclamos a un sitio digital, juntamente con la respuesta que se dio al mismo y el tiempo que llevó hacerlo.

Después de lo cual nadie tendría el derecho a quejarse, porque el hacerlo vendría a mostrar su culposa negligencia.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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