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En cables recientísimos de las agencias internacionales de noticias, referidos a la situación actual de Venezuela, aparece una frase que sin decirlo expresamente, lo dice todo. Es cuando se señala que “las empresas que logran mantenerse en actividad operan al 18% de su capacidad”. Ello significa que, sin ser agorero, incluso se podría extremar el diagnóstico, describiéndolo en toda su trágica dimensión, como que ese país, está frente a una temible. Y lamentablemente no del todo temida, consunción terminal.

En tanto, ese diagnóstico está basado en los resultados de una encuesta efectuada por la Confederación Venezolana de Industriales de la que surge que ya un 14%, de las empresas detuvo por completo sus actividades.

A su vez se recuerda en las declaraciones efectuadas por los directivos de la Confederación que la situación es aún más crítica, considerando que cuatro quintas partes de las compañías del país cerraron desde el ascenso del chavismo al poder, hace dos décadas.

Se aclara asimismo que el hecho de que las empresas activas venezolanas, tal como se ha señalado, operen a un 18 % de su capacidad disponible no es consecuencia de una crisis regional, sino específicamente de la coyuntura de ese país, si se compara con el porcentaje de la capacidad utilizada en el caso de Colombia que alcanza al 81%, y en el del Brasil al 78%, países que son precisamente los más vecinos suyos.

No es de extrañar entonces, que de acuerdo a la misma encuesta el 84% de las empresas que todavía a ese momento en Venezuela se encontraban funcionando, tuvieron que despedir trabajadores.

La causa de la aceleración de la situación expuesta se la encuentra –y en ello coinciden los analistas económicos, con esos empresarios- en el retroceso producido por los masivos apagones que golpean al país desde marzo pasado y por la falta de combustible para el transporte.

Es así como se señala que el desabastecimiento de nafta es crónico en zonas fronterizas desde hace años, pero se ha extendido ahora a varias regiones del interior. Es en ese sentido que no deja de admitirse que la situación empeoró tras la entrada en vigor, en abril, de un embargo de Washington que prohíbe negociar petróleo venezolano en el sistema financiero estadounidense y vender al país combustibles y diluyentes para procesar su crudo pesado.

Pero el hecho real es que “las navieras han dejado de venir", según se ha expresado, y que como consecuencia de ello la caída de las exportaciones no petroleras privadas, pasaron de 1718 millones de dólares en 2013 a 699 millones en 2018.

Por su parte, las importaciones no petroleras, en las que el Estado es el principal actor, se derrumbaron de 44.067 millones de dólares en 2013 a solo 5835 millones en 2018, lo que sumado a la deficitaria producción nacional ha provocado una severa escasez de bienes básicos.

Como si esta fuera poco nos encontramos con el hecho que la restricción de créditos también impacta a la industria, ya que, después de que el gobierno aumentara el encaje, los fondos que los bancos deben colocar ante el Banco Central de Venezuela para respaldar sus depósitos, le han provocado de una manera tal que se puede decir que los bancos han dejado de efectuar préstamos.

Las cosas no van mejor del lado del consumo, ya que además de su contracción, la encuesta que seguimos citando, indica que se asiste a una debacle económica marcada por una hiperinflación que el FMI proyecta en 10.000.000 % para 2019, tasa inflacionaria que resulta imposible de imaginar para quien no la soporta –o no puede en realidad hacerlo- en carne propia No es de extrañar entonces que se diga que hay un "bajo nivel de ventas" en medio de un "proceso de empobrecimiento" de la sociedad.

Lo que faltaba para hacer más negras las expectativas, si es que ello cabe, es que como se remarca, en este contexto, 68% de las empresas que sobreviven podrían cerrar en un plazo de un año.

En realidad, las cifras no son nada más que números –los que son siempre fríos, independientemente que se los utilice para decir cosas que son sus consecuencia en el diario vivir; cuando no es el caso que se asista a una manipulación ya de ellas misma el resultado depende de la manera tendenciosa en las que son interpretadas.

De allí que lo que importe es lo que está detrás de ella, y se explica en la emigración masiva de venezolanos –la que primero fue de desafectos con el régimen de Maduro, se trate o no de perseguidos políticos, a lo que ha seguido otra de los hambreados, sedientos y enfermos- y las penurias sin cuento de la población común, independientemente del hecho de que puedan, al menos por ahora seguir superviviendo con holgura los personeros del régimen, y de nuevo con un grado impreciso de ella, todos quienes disponen de dólares/billete.

Mientras tanto, más allá de la empática compasión que ese estado de cosas nos provoca o debería provocarnos, se nos ocurre es que lo que tendría que sobrecogernos, es la observación de un cruel experimento en vivo de una sociedad a la que se la ve exangüe y al punto de la parálisis total, convirtiéndose en un caso más de lo que se conoce como “un estado fallido”, como ya es el caso de Haití, y despiertan temores que lleguen a serlo los centroamericanos, con excepción de Costa Rica y Panamá…

Lo pudo llegar a ser – aunque ello fue tan solo un temor-, el caso del Uruguay, que afortunadamente se mostró inmunizado ante una amenaza de este tipo por sus reservas morales y en valores- aunque los que son a la vez de edad avanzada y memoriosos, no pueden dejar de tener presente el “segundo éxodo oriental” – el primero que no fue tal sino que con ese nombre es revalorizada y vestida de remembranzas bíblicas fue “la redota artiguista”, durante la cual era una leyenda urbana tragicómica la que señalaba que en el puerto de Montevideo se asistía a la presencia de un cartel que pedía que “el último que se vaya no se olvide de apagar la luz”…

Es por eso que la situación venezolana no es, con razón o sin ella al momento de hacer política partidista, “un espejo en el que mirarnos”, sino una advertencia de lo que puede, inclusive la nuestra, llegar a suceder, cuando la sumatoria de errores y delitos, la lleva a estar inmersos en un estado de delirio rayano en la enajenación mental.

Es lo que ha sucedido en Venezuela a pesar de que su población estaba aposentada encima de un territorio que esconde los yacimientos petrolíferos más grandes del planeta. Y si les pasó a ellos, bien puede pasarle a cualquiera.

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