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La situación venezolana durante mucho tiempo nos preocupó poco y nada. Tan es así que decir nada es poco, ya que algunos entre nosotros incluso no dejaban de expresar por ella su contenteza.

Es que a quienes jubilosamente miraban al país caribeño, se los podía dividir en dos grandes grupos bien diferenciados, aunque al moverse entremezclados y apoyados los unos en los otros, tornaba confuso lo que se atisbaba.

Estaba primero el grupo de "los iluminados" encandilados por Hugo Chávez, su revolución bolivariana, y la posibilidad de que adoptara la "Patria Grande" el sedicente socialismo del Siglo XXI, en el que se veía la versión "agiornada" del castrismo cubano, y que por ende iba a resultar digerible por nuestra sociedad.

Junto al cual era dable observar otro más pequeño pero igualmente entusiasta, aunque entre ellos primaba no la iluminación sino intenciones más pedestres, de personajes más socarrones y codiciosos, sin interés alguno por esa ideología de cotillón, sino por los "buenos negocios" -por llamarlos de alguna manera- que a fuerza de zalamerías, abrazos sonoros, y visitas frecuentes se iban a poder concretar y lo hicieron, en la que fue otra cara de nuestra condición.

Con la llegada al poder del "hijo de Chávez", el grandote de "looks" cambiantes a diario, Nicolás Maduro y su pajarito, las cosas comenzaron a cambiar para. . . peor, que es lo que habitualmente suele suceder. No se debe dejar de admitir, en la única cosa que se puede decir en su defensa, que se desplomó el precio del petróleo.

Pero esa no es la única explicación para que a Maduro se le acabara la plata, sino que a ello se suma la conversión desembozada del régimen en una cleptocracia, que además de serlo era torpe en la gestión de los negocios públicos y que continuaba las líneas de una costosa política exterior.

Dejemos de lado "las relaciones especiales" que mantuvo y sigue manteniendo con los hermanos Castro, quienes con el petróleo que le suministra Venezuela a precios regalados y plazos de pagos de fechas imprecisas o de compensaciones poco claras, les ha ayudado a aquéllos a subsistir.

Es que con los estados isleños del Caribe y con algunos de la América Central, aplicó el "método Grondona" que tanto éxito le permitió cosechar cuando ingresó en las altas esferas del futbol mundial. Es que así como al grupo que integraba Grondona, le permitió asegurar su aparente eterna permanencia y la alianzas estrechas con las ligas de futbol de una infinidad de países africanos y de otros lares de casi insignificante peso específico en el mundo del futbol espectáculo cuyo voto, a cambio de favores, permitía ganar las votaciones, casi calcada fue la estrategia venezolana. Que en ese grupo de pequeños países a los que premiaba con la venta regalada de petróleo, le permitía contar con su lealtad tanto en diversas organizaciones de alianzas latinoamericanas que con nombre diversos se duplican y triplican multiplicándose a la vez que se superponen –todo ello con escasísimo resultado y costo enorme- hasta ahora le ha permitido alcanzar su objetivo mayor, cual es que la OEA le aplique la Carta Democrática y las sanciones que ella implica, las que de cualquier manera las mismas llegarán demasiado tarde.

Porque la situación actual de ese país que es por todos conocida, y que los medios de comunicación social no registran en su real dimensión, es la de una tragedia indescriptible. El régimen chavista madurista o maduro-diosdaocabelludo, como se pretenda denominarlo, ha terminado por mostrar lo que es: una cleptocracia militar autoritaria, que no solo encarcela opositores, que muele a palos – cuando no los mata- a quienes se manifiestan en las calles en su contra, sino que ha terminado por dejar que el pueblo se muera de hambre y los enfermos por la falta de medicamentos de todo tipo.

Mientras que los que pueden y se animan se rajan, muchos de ellos con lo puesto a donde los lleve un destino que no han estado en condiciones de planificar, ya que nunca habían pensado en dejar su lugar en el mundo.

Pero las cosas son más complicadas todavía. El malestar que se dice se vislumbra en los cuadros medio de la fuerzas armadas, lleva a que se haga presente la anticipación de lo peor; no un mero alzamiento militar – algo que a nosotros escaldados por tantas experiencias no podemos dejar de mirar con un dejo de espanto- sino teniendo en cuenta que la población estaría divida en dos grandes sectores por otra grieta, el peligro de una guerra civil.

Aunque en tren de augurar apocalipsis es posible especular con que se produzca algo más terrible que una lucha fratricida, la que por sí aparece como la peor de las desgracias. Es que debemos recordar que desde hace mucho tiempo ha sido una reflexión presente en la conversación pública que "Venezuela es el espejo en que debemos mirarnos". Una reflexión que en círculos desafectos a la administración anterior se la modificó aludiendo a lo afortunados que hemos sido en cuanto el cambio de gobierno ha impedido que "terminemos convertido en otra Venezuela".

Algo que nos lleva a preguntarnos si al mirar a la Venezuela tal como es hoy, no debemos hacerlo teniendo bien presente lo que ha pasado y sigue pasando en Siria. Una sociedad con un régimen autocrático contra el que una parte del pueblo se levantó, y en la que su régimen ha logrado subsistir gracias al apoyo de Rusia y de Irán en un conflicto que se ha internalizado hasta involucrar un número creciente de países, que se enfrentan en lo que es un país arrasado en su totalidad, luego de que en él se haya cobrado una cifra millonaria de vida humanas, sin contar los que se han visto obligados a emigrar.

Es que en el caso venezolano, en el contexto de un mundo fisurado por tensiones de las que emergen conflictos bélicos en apariencia localizados, pero que en cualquier momento pueden dejar de serlo, a emergencia de un estado de guerra incipiente, puede llevar a que lo que allí ocurra se transforme en una "cabeza de puente" con la aparición de otros protagonistas que se hagan presentes como pueden ser Cuba, Rusia y por supuesto los Estados Unidos.

Una escena del peor de los mundos posibles. A la que no se le pondrá remedio con las hasta ahora imposibles intentonas de abrir en Venezuela "canales humanitarios" que permitan la llegada de alimentos y medicamentos, independientemente del que el indicado se trate de un intento encomiable y sobre cuya concreción se deba insistir.

Pero la cuestión no pasa por allí sino por "deshacerse de Maduro y su caterva", con una intervención en la que se vea al pueblo venezolano ausente – cosa que ocurrirá aún en el caso de un pronunciamiento exitoso de militares que se mostraran como "libertadores"-, y sin que tenga ni arte ni parte en un destino que por ser bien suyo, a ellos únicamente les pertenece.

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