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Venezuela está atrapada en una posición incómoda desde hace ya mucho tiempo. Hoy parece partida en dos, con el poder todavía en manos de los militares y un grupo de civiles aliados entre los que se destaca Nicolas Maduro, y una oposición más o menos organizada detrás del liderazgo oscilante de Juan Guaido, quien ostenta la figura de presidente encargado otorgada por la Asamblea Nacional- y cuenta con el apoyo de casi 50 países, incluido Estados Unidos.

La situación económica en general sigue siendo desesperante en todo el país pero algo menos en Caracas, donde se concentran prácticamente todos los recursos económicos de los que dispone el chavismo. La liberación de facto de dólar ha provocado un renacer, en apariencia transitorio, en la economía de la ciudad capital, con nuevos y florecientes negocios que se han levantado en coincidencia con una nueva gran ola importadora. El resto del territorio nacional sigue en la más grande de las tinieblas, como desde hace un buen tiempo y no solo en sentido figurado, y las únicas economías regionales que se mantienen en pie son aquellas donde se registra todavía actividad petrolera o en otras donde se explota la minería, en particular el oro, con extracción y contrabando ilegal a cargo de los militares y grupos afines. Gran parte del territorio venezolano hoy no tiene nada que enviciarle al viejo far west americano.

En consonancia con la crisis, la gente continua yéndose del país, con movimientos migratorios que van desde el interior hacia Caracas o hacia la frontera con Colombia y desde allí hacia afuera. En los últimos tres años, una población que en el 2017 se estimaba en unos 32 millones se ha reducido en unos 3.5 millones de personas, con unas 150 mil de esas almas afincadas ahora en Argentina. Como suele suceder en estos fenómenos de diáspora, quienes se van son por lo general los más educados, los más preparados o los más ricos. El que no tiene forma de irse o nada para ofrecer no tiene otra alternativa que quedarse a merced del régimen de turno, en este caso el chavista.

”Desde el 2017 más del 10% de los venezolanos dejaron su país, en una diáspora recientemente solo vista en Siria, país envuelto en una guerra mayúscula”

La reciente visita de Guaido a Europa y a América del Norte, incluida su presencia en el congreso americano durante el discurso de la unión que diera el presidente Trump parece dar ciertos indicios de que la presión sobre Maduro podría redoblarse en el futuro cercano. Sin embargo, Venezuela asoma prisionera de un juego geopolítico que parece llevará un tiempo más largo en dirimirse. Por un lado Occidente, liderado por Estados Unidos con un presidente dispuesto a jugar la carta de presión sobre Venezuela durante el proceso electoral americano buscando generar simpatías en el electorado latino de Florida. Por el otro Rusia, que se presenta hoy como casi exclusivo garante del régimen chavista. China se ha corrido de la escena, y el resto de los países que acompañan son menos importantes como Cuba y Nicaragua. Países como México, Argentina y España muestran actitudes más ambivalentes aunque hay grupos internos en los tres que apoyan abiertamente el gobierno bolivariano. Por aquí se destacan por ejemplo figuras como Maradona y Pablo Moyano. Estados Unidos mientras tanto comparte posiciones con la OEA, el Grupo de Lima, y también con casi todos los países más importantes de Europa.

Con Maduro todavía con el poder en un puño, una situación económica doméstica algo menos explosiva, con remesas de divisas récord que llegan gracias a los exiliados, y con las elecciones presidenciales en Estados Unidos a la vuelta de la esquina, lo más probable es que no haya ningún tipo de desenlace este año. Con presidente nuevo en Estados Unidos, y con Rusia deseosa de resolver una situación en el jardín de su casa, esto es Crimea y Ucrania, no sería descabellado pensar que el 2021 sea tal vez el año en el que a Maduro alguno lo empuje u otro le suelte la mano. China, como ya dijimos antes, ya decidió que Venezuela es un juego que no le interesa jugar.

“La geopolítica juega y jugará un rol centra en la resolución de esta gran crisis de Venezuela, pero cualquier cambio permanente deberá venir desde adentro hacia afuera”

Si las cosas en cambio fueran a quedar como están indeterminadamente, Venezuela sería una segunda derivada de esta nueva versión de Cuba, ya sin Castro. Pero cualquier cambio permanente debería venir entonces de adentro hacia afuera. Si bien es imposible imaginar que la geopolítica no va a jugar un rol en Venezuela, cualquier desenlace que sirva a los intereses del país va a necesitar del apoyo y de la aceptación de toda o la gran mayoría de la sociedad venezolana. Lo que todos sabemos, -Maduro y los militares posiblemente lo intuyan aunque no se sabe si les importa-, es que si Venezuela sigue un rumbo como el de hoy, no la esperan por delante muchos días de grandeza.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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