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Llevará un tiempo largo para que los inversores financieros digieran el mal trago que les provocó Argentina en 2018

Cuestiones que en otras circunstancias podrían ser anecdóticas, en las condiciones de hoy dan cuenta de cuán arduo será el camino de hacer las cosas bien para los argentinos.

Directivos de una empresa de primera línea estuvieron en la semana en Londres, con la idea de atraer inversores para colocar un bono de corto plazo. Estaban dispuestos a aceptar una tasa de interés más que razonable para el perfil de crédito del emisor. Pero se encontraron con una barrera inexpugnable: la mala onda de los inversores financieros para con Argentina.

Similares respuestas encuentran empresas que necesitan fondeo externo para avanzar con proyectos excelentes en petróleo, minería o bienes raíces. El costo al que lo conseguirían hoy torna inviables tales proyectos, que hace apenas unos pocos meses parecían una apuesta ganadora.

El origen de esta mala onda no es difícil de elucidar: en 2018 las pérdidas acumuladas por los inversores extranjeros (es decir, los que miden sus resultados en términos de dólares), han sido escalofriantes y, en algunos casos, muy inesperadas.

Claro que el costo no fue igual para todos. Un inversor en acciones sabía que se exponía a un riesgo mayor al de un inversor en bonos. Y aunque las pérdidas fueron enormes, eran más asimilables. Como Argentina no es todavía miembro del índice de mercados emergentes en acciones, quienes perdieron fueron, en general, fondos especulativos. Los compradores estratégicos no sufrieron tanto, pues Argentina era una apuesta para la cual no tenían mandato. No sienten la desazón de quienes compraron mal. El flujo potencial que de ellos venga, y el hecho de que las empresas están sanas y son rentables, hacen de la recuperación de las pérdidas en acciones una hipótesis creíble.

Distinto es el panorama en el mercado de deuda soberana. Tanto la deuda en pesos como la deuda externa son parte relevante de los índices de mercados emergentes. Gran parte de los bonos fue emitida entre abril de 2016 y enero de 2018, con cupones históricamente bajos. Medido por el índice EMBI que elabora JP Morgan para la deuda externa, un inversor que compró las primeras emisiones de abril de 2016 y las mantuvo hasta esta semana apenas si salvó el capital. En función del riesgo asumido, esa inversión no valió la pena.

Pero peor están quienes confiaron en las emisiones en pesos, atraídos por altos cupones y la expectativa de que bajaran la inflación y las tasas de interés. Todo en un contexto en que el flujo de capitales “garantizaba” un tipo de cambio atrasado. La inversión en este carry trade, que parecía segura, resultó ruinosa: la depreciación del tipo de cambio y la suba de tasas generaron pérdidas, que según el índice de JP Morgan suman 35% en el año. Por lo impensado, estas pérdidas fueron mucho más dolorosas que las provocadas por las acciones. Recuperar la capacidad de emitir deuda en pesos es un desafío.

Con este panorama, se entiende que pocos inversores financieros quieren hablar sobre Argentina. A las pérdidas se le suman cierto desencanto con la capacidad del Gobierno para manejar los problemas y, ahora, el riesgo de que Cambiemos no sea reelecto en 2019. Es que aún en el desencanto, el malo conocido es preferible a una vuelta atrás.

¿Qué se puede hacer para revertir la situación? En el corto plazo, es posible que Argentina no pueda hacer mucho para recrear la confianza inversora. Ni el aval del FMI a los planes fiscal y monetario, ni la aprobación del Presupuesto en Diputados, ni la exitosa renovación de Letes, ni la caída menor a lo esperado del EMAE alcanzaron, más que en los últimos dos días de esta semana, para detener la debacle en el precio de bonos y acciones.

Parece que para que los precios suban es más necesario un cambio radical del humor para con los mercados emergentes que una noticia argentina. De ser así, sólo queda esperar. Entretanto, el Gobierno deberá demostrar disciplina y cumplir a rajatabla lo acordado con el FMI en materia fiscal, monetaria y cambiaria, pese al costo político que esto pueda conllevar. La buena onda, que en 2016 y 2017 alcanzaba, es ahora una condición necesaria pero no suficiente.

Los inversores necesitarán más que antes ver que haya mejoras concretas antes de volver a creer. Cumplir es todo un desafío para la historia larga y también para la historia reciente de nuestro país.
Fuente: El Entre Ríos