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Tratamos de ser medidos, a la vez que cuidamos de ser objetivos en nuestros análisis de la realidad política nacional actual, independientemente de que tengamos una postura clara respecto a ella.

Es que consideramos que constituye una verdadera aberración que existan compatriotas que se miren con odio, y que como una situación apenas atenuada existan familias o grupos de amigos, que cuando están reunidos tienen por norma abstenerse de hablar de política, entendiendo por eso no tocar temas de nuestra política actual. Y que, en principio, se trata de presentar las cosas combinando respeto con honradez, y con lo que tenemos sinceramente por verdad.

Estamos a la vez convencidos que la actual brecha -porque no se trata en realidad de una simple “grieta”- sino de algo más grave, -y similar a lo que en geología se entiende por falla- de la que tanto se habla, y debe ser, y es, motivo de legítima preocupación.

Dado que siempre tenemos presente la sabia reflexión de un sobreviviente de la Guerra Civil Española, quien concluida la misma y mirando hacia atrás, dijo a modo de explicación de la tragedia: “nos odiábamos tanto, que no pudimos hacer otra cosa que terminar matándonos”, algo que sirve para dejar sentado que esa brecha, grieta o falla no es una cuestión menor. Tampoco lo es, esa otra brecha todavía no cerrada, sino desprolijamente camuflada, que fuera abierta en los tiempos negros de la década del setenta del siglo pasado, a la que curiosamente nadie se ha atrevido a buscarle una adjetivación, algo que bien pareciera ser una muestra de respeto a los que entonces murieron y a los que en el día de hoy seguimos matando.

Pueden y deben cerrarse no con ejercicios de memoria -que no pueden necesariamente dejar de ser parcializados y aparecer como explicable consecuencia como parciales-; sino con el reclamable esfuerzo de desnudar al máximo la verdad de lo que entonces sucedió y en la actualidad nos pasa. Desnudar al máximo, decimos, ya que es imposible hacerlo de una forma acabada y completa.

Algo que permitirá que todo sea puesto a la luz con total crudeza y sin buscar explicaciones atenuantes que nada justifican. Verdad desnuda a la que, a la vez que señala nuestras culpas individuales y colectivas y la medida de cada una de ellas, le debe seguir la necesaria y auténtica contrición, y los recíprocos e indispensables pedidos de perdón, todos ellos aceptados atendiendo a esa Misericordia de la que todo es capaz, y con la conciencia plena de que el perdón otorgado no significa olvido.

Es por eso que consideramos que algunas de las actitudes de Alberto Fernández, que como se sabe es candidato a presidente de la Nación, tienen una naturaleza y una entidad que parecen avanzar en un dirección inversa a la que significaría procurar cerrar la brecha. Algo que no deja de extrañar sobremanera, ya que si pudo superar y perdonar tantas cosas de las que responsabilizó a la ex presidenta, que lo ungió –como hacían los monarcas antiguos y ahora hacen los autócratas y los déspotas- como candidato a ocupar el mismo cargo, ello llevaba a pensar que venía a traer calma y a pacificar los espíritus a través de una acción prudente y nada controversial, ya que, para hacer lo que está haciendo, su compañera de fórmula basta y sobra.

Es por eso que nos hubiera gustado en grado sumo verlo viajar a Venezuela, máxime considerando los vínculos estrechos que el presidente del que supo ser su jefe de gabinete y su esposa, quien lo sucedió en el cargo, durante la década ganada habían estrechado vínculos personales afectuosos tanto con Hugo Chávez, como con su hijo político, y que durante sus respectivos gobiernos, tanto ellos como nuestros países habían llevado a cabo lucrativos negocios, -independientemente de que no quede bien claro quiénes eran los más beneficiados con ellos-. Especulábamos así con el hecho de que, teniendo en cuenta lo referido precedentemente, podía invocar valiosos antecedentes y títulos para lograr que Nicolás Maduro deje de matar y torturar como lo viene haciendo sin prisa pero también sin pausa – llegan a 7000 los contados por la ex presidenta chilena Bachelet, y actual funcionaria de las Naciones Unidas, a la que no se puede considerar una amiga de Trump precisamente- y que a la vez evitara que se mueran de hambre y por falta de medicamentos un número creciente de venezolanos, que si no están desfallecientes corren peligro de estarlo en cualquier momento. Y conste que no he mencionado ni dicho que debería haber pedido, en su caso, que hiciera que volvieran a su tierra los casi cinco millones de venezolanos expatriados.

Se nos podrá argüir que Fernández no puede hacer eso con Maduro, porque hacerlo significaría inmiscuirse en los actos de gobierno ajenos, pero ello no le impidió viajar a Brasil para visitar en su prisión a Lula y sacarse con él una fotografía que ya está utilizándolo en su campaña electoral.

Dos preguntas más. ¿Por qué no ha pedido Fernández visitar a De Vido o cualquiera de los con él encarcelados por causas parecidas, o es que no los considera presos políticos sino políticos presos? ¿Qué hubiera dicho Fernández si al presidente brasileño Bolsonaro, defensor público de la última dictadura militar de su país, a la vez de ser él mismo militar en situación de retiro, se le hubiera ocurrido ir a visitar en la cárcel de Marcos Paz, a uno de esos militares degradados, condenados por la comisión de delitos de lesa humanidad y que ya son en un gran número más que octogenarios, a quienes se los está matando de a poco, uno a uno?

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