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42 fiestas clandestinas en un fin de semana
42 fiestas clandestinas en un fin de semana
42 fiestas clandestinas en un fin de semana
Debemos comenzar por confesar que, cuando hace ya mucho tiempo atrás publicamos una nota editorial con ese título, nunca imaginamos que íbamos a tener que publicar una segunda, igualmente titulada, como lo hacemos hoy.

Y a la vez, si aludimos a “un tiempo que es mucho” –como podríamos también decir que “es poco”- consecuencia del hecho que, a decir verdad, para tantos entre nosotros la pandemia se confunde con un único largo día, al mismo tiempo que a tantos otros se los escucha lamentarse diciendo “pensar que a este año ya le hemos comido cinco meses”, sin poder ponerse de acuerdo, ni siquiera consigo mismos, si ese es un lapso corto o largo. O sea si “da la impresión” de ser una cosa o la contraria, cuando no las dos cosas a la vez.

De cualquier manera, mirando las cosas con toda la objetividad que nos es posible, dada la inmediatez de lo que hemos pasado y de lo que nos sigue sucediendo, lo que nos impide ubicarnos en una posición, con la perspectiva para hacerlo acabadamente ya que en tal caso, cabría señalar que nunca como ahora hemos visto sacar a la luz de una sola vez, todo lo bueno y también todo lo malo que anida en nosotros.

Lo bueno en primer lugar, ya que es infinita la dimensión de lo que nos toca agradecer al personal sanitario, que con denuedo y coraje más que ponderable, al ocuparse de los tocados por la peste, al mismo tiempo se han ocupado de todos nosotros. Decir como cada vez se lo escucha pronunciar con más frecuencia, para describir el tamaño de su esfuerzo, que ha sido y es hasta “el agotamiento”, cuando es en realidad mucho más que eso, ya que tantas veces ha sido hasta la muerte.

Lo malo, queremos creer que es explicable, aunque nunca justificable, por el hecho de vivir en una sociedad decadente, que con la pandemia se ha vuelto además caótica, y que, como consecuencia de la ausencia de una auténtica ejemplaridad, por parte de los que se tienen al menos como referentes, es que ha hecho que cunda en tantos como consigna aquello de que “sálvese quien pueda”.

Máxime, parecemos empeñados en intentar hacer lo que debemos, y en el caso de que no se pase de las intenciones, como suele suceder, de la peor manera imaginable. De donde es explicable que como ya casi lo habíamos naturalizado, sigamos confundiendo los anuncios y promesas con realidades consumadas. Y que por un instante nos volvamos a sentir como “lo mejor del mundo”, para a renglón seguido encontrarnos estrellados contra la pared.

De esa manera mientras seguimos cantando loas a una democracia en la que nos resulta harto difícil encausarnos de una manera institucional –la que es la única, porque todo lo demás que se pretenda invocar no lo es-, nos entretenemos, aprovechando la emergencia, de degradarla, transformando al gobierno como un instrumento de objetivos que no son los del común, y que muchas veces ni siquiera responden a un ideal político, sino a un interés personal.

Es por eso que la opacidad aumenta en el ámbito del poder, y que es frecuente ver, desde altas posiciones, reclamar a “la gente que se cuide”, cuando ellos no dan el ejemplo al desafiar desembozadamente –nunca este vocablo pudo haber sido mejor aplicado- a la posibilidad de contagiarse.

No es extraño que, en estas circunstancias se escuche las referencias al “odio” existente, con lo que no se hace otra cosa que, en mala hora, alimentarlo y que al mismo tiempo en diversos grados se encuentre presente entre los “duros” de todos los bandos.

¿Cómo salir de esto? Antes que nada, con muchas vacunas, con un mar de vacunas que nos cubra, tal como se nos había, en su momento, sino prometido, al menos anunciado. Después, que aprendamos de una vez por todas, que no se puede vivir sin reglas que hagan a la existencia predecible; que es lo mismo que remarcar que no se puede vivir sin ley.

Sin ley "que no sea pareja", en la medida que a todos no nos iguale, en tanto las distinciones que se hagan sean razonables. Y demás está decir, que no se las vea establecidas “ex post facto”; es decir después que las transgresiones han sido consumadas. Haciéndose así otra “cola más”, aparte de la que consideraba prioritario a las personas más ancianas y a los que enfrentaban riesgos de salud, a parte de los trabajadores esenciales. Porque vimos en un momento aparecer otra cola en la que se habían ubicado y ya habían salido vacunados “los estratégicos” y “las personalidades”.

Entretanto, se nos ocurre que no es cuestión de seguir batiendo el parche al respecto. Lo pasado pisado, máxime cuando los vacunados sin acceso preferencial son muchos más de lo que se supone, algo que no es de extrañar en una sociedad en que robar al Estado, puede ser algo digno de encomio, como a la vista está.

Para concluir una pregunta: ¿qué es lo que hubieran hecho tantos de los que ahora se indignan y claman si hubieran tenido la oportunidad de hacer lo que ellos vituperan? Porque lamentablemente la única sanción a las conductas transgresoras, no es otra que el escrache –algo de por sí repudiable- y no la exigencia que la ley se cumpla, esa misma ley a la que no miramos con ojos ciegos. Si no, ¿cómo es que pudieron detectarse en nuestra provincia 42 fiestas clandestinas – y cuántas más habrá habido!!!- el último fin de semana?

Y en lo dicho no debe verse un escéptico desencanto por nuestra parte. Sino una incitación a avanzar en la dirección que corresponde…

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